Se renueva
hoy, 8 de diciembre,
la devota peregrinación
de los romanos
a esta histórica
plaza de España,
en la que el beato
Pío IX quiso erigir, en 1856,
este monumento
mariano en recuerdo
de la promulgación
del dogma
de la Inmaculada
Concepción.
Rendimos
homenaje a María santísima,
preservada, desde
el primer instante,
del contagio de
la culpa original
y de toda otra
sombra de pecado,
en virtud de los
méritos de su Hijo Jesucristo,
nuestro único
Redentor.
Como todos
los años, de buen grado me uno
a esta tradicional
ofrenda floral,
símbolo
elocuente de una consagración común
al Corazón
Inmaculado de la Madre del Señor.
En el marco
del gran jubileo,
resuena con singular
fuerza la verdad de fe
que hoy la Iglesia
profesa y proclama:
"Pondré
enemistad entre ti y la mujer,
y entre tu linaje
y su linaje:
él te aplastará
la cabeza" (Gn 3, 15).
¡Palabras
proféticas de esperanza,
que resonaron en
los albores de la historia!
Anuncian la victoria
que Jesús,
"nacido de mujer"
(Ga 4, 4),
lograría
sobre Satanás, príncipe de este mundo.
"Te aplastará
la cabeza": la victoria del Hijo
es victoria de
la Madre, la Esclava Inmaculada del Señor,
que intercede por
nosotros como abogada misericordiosa.
Este es
el misterio que celebramos hoy;
este es el anuncio
que renovamos con fe
al pie de esta
columna mariana.
Roma, cuna
de historia y de civilización,
elegida por Dios
como sede de Pedro y de sus sucesores,
tierra santificada
por numerosos mártires
y testigos de la
fe,
extiende hoy sus
brazos al mundo entero.
Roma, centro de
la fe católica,
en representación
del pueblo cristiano
esparcido por los
cinco continentes,
proclama con fe
gozosa:
en ti, María,
ha triunfado el Amor.
"Pondré
enemistad entre ti y la mujer...".
¿No se condensa
en estas misteriosas palabras
del libro del Génesis
la verdad dramática
de toda la historia del hombre?
Hace treinta
y cinco años, al concluir sus trabajos,
el concilio ecuménico
Vaticano II
recordó
que la historia es, en su realidad profunda,
escenario de "una
dura batalla
contra los poderes
de las tinieblas,
que, iniciada ya
desde el origen del mundo,
durará hasta
el último día,
según dice
el Señor" (Gaudium et spes, 37).
En este
enfrentamiento sin tregua
se encuentra implicado
el hombre, todo hombre,
que "debe combatir
continuamente
para adherirse
al bien, y no sin grandes trabajos,
con la ayuda de
la gracia de Dios,
es capaz de lograr
la unidad en sí mismo" (ib.).
Virgen Inmaculada,
Madre del Salvador,
los siglos hablan
de tu presencia materna
en apoyo del pueblo
que peregrina por
las sendas de la historia.
A ti elevamos nuestra
mirada
y te pedimos que
nos sostengas
en la lucha contra
el mal
y en nuestro compromiso
por el bien.
Consérvanos
bajo tu tutela materna,
Virgen toda hermosa
y toda santa.
Ayúdanos
a avanzar en el nuevo milenio
revestidos de la
humildad que te convirtió
en predilecta a
los ojos del Altísimo.
Que no se
pierdan los frutos de este Año jubilar.
En tus manos ponemos
el futuro que nos espera,
invocando sobre
el mundo entero tu constante protección.
Por eso, como el
apóstol san Juan,
queremos acogerte
en nuestra casa (cf. Jn 19, 27).
¡Quédate
con nosotros, María,
quédate
con nosotros siempre!
Ora pro nobis,
intercede pro nobis,
ad Dominum Iesum
Christum!
Amen.
Plaza de España, viernes 8 de diciembre de 2000
Recursos sobre la Inmaculada Concepción:
- Conoce el Dogma
- Novena a la Inmaculada
- Lecturas de la Misa
- Oración a la Inmaculada
- La maternidad espiritual de María en el pasado, el presente y el futuro de la Iglesia y del Mundo
- Catequesis de Juan Pablo II sobre la Inmaculada
- Juan Pablo II reza a la Inmaculada Concepción
- Plegaria de Juan Pablo II en 1984
- Oración Jubilar
- Encíclica Fulgens Corona
- Los santos escriben sobre la Inmaculada Concepción
- Estampas y Dibujos