Concilio de Calcedonia
Este magno y universal Sínodo, reunido por la gracia de Dios y por la voluntad de los piadosísimos y cristianísimos emperadores nuestros, los augustos Valentiniano y Marciano, en la Metrópoli de Calcedonia de Bitinia, en templo de la santa y victoriosa mártir Eufemia, define cuanto sigue:
Nuestro Señor y Salvador Jesucristo, confirmando a sus discípulos en el conocimiento de la fe, dijo; Les doy mi paz, mi paz les dejo, para que ninguno disintiera de su prójimo de los dogmas de la piedad, y se demostrase verdadero el anuncio de la verdad. Y por cuanto el maligno no cesa de obstaculizar, con su cizaña, la siembra de la piedad y de buscar siempre algo nuevo contra la verdad, Dios, como siempre, provee al género humano e inspiró un gran celo a este nuestro piadoso y fidelísimo emperador, y llamó a sí, desde todas partes, a los jefes del sacerdocio, para que, con la gracia del señor de todos nosotros, Cristo, alejásemos toda peste de error de las ovejas de Cristo, y los restaurásemos con el alimento de la verdad. Lo que hemos hechos, proscribiendo con voto común las falsas doctrinas, y renovando nuestra adhesión a la fe ortodoxa de los padres, predicando a todos el símbolo de los 318 (padres de Nicea), y reconociendo como padres propios a aquellos que han acogido esta síntesis de la piedad, y aquella de los 150 que se reunieron en la gran Constantinopla y confirmaron también ellos la misma fe.
Confirmando también nosotros, las decisiones e las fórmulas de fe del concilio reunido otrora en Efeso (431) que presidieron Celestino (obispo) de los romanos y Cirilo (obispo) de los alejandrinos, de santísima memoria, definimos que ha de resplandecer la exposición de la recta e incontaminada fe, hecha por los 315 santos y bienaventurados padres reunidos en Nicea (325), bajo el Emperador Constantino, de feliz memoria, y que se debe mantener en vigor cuantos fue decretado por los 150 santos padres de Constantinopla (381) para extirpar las herejías que entonces germinaban, y reafirmar nuestra misma fe católica y apostólica.
(En este punto se repiten los símbolos de la fe de Nicea y Constantinopla)
Habría sido, entonces, suficiente para el pleno conocimiento y confirmación de la piedad este sabio y saludable símbolo de la divina gracia. En verdad, enseña lo que más perfectamente se puede pensar con relación al Padre, al Hijo y al Espíritu Santo, y presenta, a quien lo acoge con fe, la encarnación del Señor.
Pero dado que aquellos que tratan de frenar el anuncio de la verdad, con sus herejías han acuñado nuevas expresiones: algunos tratan de alterar el misterio de la economía de la encarnación del Señor para nosotros, rechazando la expresión Teotokos [Madre de Dios] para la Virgen; otros introducen confusión y mescolanza e imaginan tontamente que es una única la naturaleza aquella de la carne y aquella otra de la divinidad; y sostienen absurdamente que la naturaleza divina del unigénito por la confusión pueda sufrir; por todo esto, el actual, santo, magno y universal sínodo, queriéndoles impedir toda reacción contra la verdad, enseña que el contenido de esta predicación ha sido siempre idéntico, y establece, primero que todo, que la fe de los 318 santos padres debe ser intangible; confirma la doctrina en torno a la naturaleza del Espíritu, trasmitida en tiempos posteriores por los padres reunidos en la ciudad real, contra aquellos que combatieron al Espíritu Santo, doctrina que ellos declararon a todos, no ciertamente para agregar nada a lo que antes se sostenía, sino para demostrar con el testimonio de la escritura, su pensamiento sobre el Espíritu santo, contra aquellos que trataban de negarle el señorío- Contra aquellos, luego, que tratan de alterar el misterio de la economía, y alegan que sea sólo hombre aquel que nació de la santa virgen María, (este concilio) hace suyas las cartas sinodales del bienaventurado Cirilo, que fue pastor de la Iglesia de Alejandría, a Nestorio y a los orientales, como adecuadas tanto para contradecir la locura nestoriana, como para dar una clara explicación a aquellos que deseasen conocer con piadoso celo el verdadero sentido del símbolo de salvación. A esto ha apuntado, y con justicia, contra las falsas concepciones y para la confirmación de la verdadera doctrina la carta del Pontífice León, santísimo arzobispo de la enorme y antiquísima ciudad de Roma, escrita al arzobispo Flaviano, de santa memoria, para refutar la malvada concepción de Eutiques; ella, de hecho, está en armonía con la confesión del gran Pedro; y es para nosotros una columna común. (Este concilio), de hecho, se opone a aquellos que tratan de separar en dos hilos el misterio de la divina economía; se apartan del sagrado consenso aquellos que se atreven a declarar pasible la divinidad del Unigénito; resiste a aquellos que piensan en una mescolanza o confusión de las dos naturalezas de Cristo, y expulsa a aquellos que afirman, insanamente, que haya sido celestial, o de cualquier otra sustancia la forma humana de siervo que Él asumió de nosotros, y excomulga, en fin, a aquellos que fabulan de dos naturalezas del señor antes de la unión y una sola después de esta unión.
Siguiendo entonces, a los santos Padres, unánimemente enseñamos a confesar un solo y mismo Hijo: nuestro señor Jesucristo, perfecto en su divinidad y perfecto en su humanidad, verdadero Dios y verdadero hombre (compuesto) de alma racional y de cuerpo, consustancial al Padre por la divinidad, y consubstancial a nosotros por la humanidad, similar en todo a nosotros, excepto en el pecado, generado por el Padre antes de los siglos según la divinidad, y, en estos últimos tiempos, por nosotros y por nuestra salvación, engendrado en María virgen y madre de Dios, según la humanidad: uno y el mismo Cristo señor unigénito; en el que han de reconocerse dos naturalezas, sin confusión, inmutables, indivisas, inseparables, no habiendo disminuido la diferencia de las naturalezas por causa de la unión, sino más bien habiendo sido asegurada la propiedad de cada una de las naturalezas, que concurren a formar una sola persona e hipóstasis. Él no está dividido o separado en dos personas, sino que es un único y mismo Hijo unigénito, Dios, Verbo, y señor Jesucristo como primero los profetas y más tarde el mismo Jesucristo lo ha enseñado de sí y como nos lo ha trasmitido el símbolo de los padres.
Establecido esto por nosotros con toda la diligencia posible, define el santo y universal sínodo que no sea lícito a nadie presentar o incluso escribir o componer una fórmula de fe diversa, como tampoco creer o enseñar de un modo distinto. Aquellos que luego osaren o bien componer una fórmula diversa de fe o presentarla, o enseñarla, o trasmitir un símbolo diverso a aquellos que tratan de convertirse desde el helenismo al conocimiento de la verdad, o del judaísmo, o de cualquier herejía, todos ellos, si son clérigos u obispos, sean suspendidos, el obispo, de su sede, el clérigo del ministerio, o si fueran laicos o monjes, deberán ser excomulgados.