Queridos hermanos y hermanas:
Después del tiempo pascual, que concluyó el domingo pasado con Pentecostés, la liturgia ha vuelto al «tiempo ordinario». Pero esto no quiere decir que el compromiso de los cristianos deba disminuir; al contrario, al haber entrado en la vida divina mediante los sacramentos, estamos llamados diariamente a abrirnos a la acción de la gracia divina, para progresar en el amor a Dios y al prójimo. La solemnidad de hoy, domingo de la Santísima Trinidad, en cierto sentido recapitula la revelación de Dios acontecida en los misterios pascuales: muerte y resurrección de Cristo, su ascensión a la derecha del Padre y efusión del Espíritu Santo. La mente y el lenguaje humanos son inadecuados para explicar la relación que existe entre el Padre, el Hijo y el Espíritu Santo, y, sin embargo, los Padres de la Iglesia trataron de ilustrar el misterio de Dios uno y trino viviéndolo en su propia existencia con profunda fe.
La Trinidad divina, en efecto, pone su morada en nosotros el día del Bautismo: «Yo te bautizo —dice el ministro— en el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo». El nombre de Dios, en el cual fuimos bautizados, lo recordamos cada vez que nos santiguamos. El teólogo Romano Guardini, a propósito del signo de la cruz, afirma: «Lo hacemos antes de la oración, para que… nos ponga espiritualmente en orden; concentre en Dios pensamientos, corazón y voluntad; después de la oración, para que permanezca en nosotros lo que Dios nos ha dado … Esto abraza todo el ser, cuerpo y alma, … y todo se convierte en consagrado en el nombre del Dios uno y trino» (Lo spirito della liturgia. I santi segni, Brescia 2000, pp. 125-126).
Por tanto, en el signo de la cruz y en el nombre del Dios vivo está contenido el anuncio que genera la fe e inspira la oración. Y, al igual que en el Evangelio Jesús promete a los Apóstoles que «cuando venga él, el Espíritu de la verdad, os guiará hasta la verdad completa» (Jn 16, 13), así sucede en la liturgia dominical, cuando los sacerdotes dispensan, cada semana, el pan de la Palabra y de la Eucaristía. También el santo cura de Ars lo recordaba a sus fieles: «¿Quién ha recibido vuestra alma —decía— recién nacidos? El sacerdote. ¿Quién la alimenta para que pueda terminar su peregrinación? El sacerdote. ¿Quién la preparará para comparecer ante Dios, lavándola por última vez en la sangre de Jesucristo? … Siempre el sacerdote» (Carta de convocatoria del Año sacerdotal).
Queridos amigos, hagamos nuestra la oración de san Hilario de Poitiers: «Mantén incontaminada esta fe recta que hay en mí y, hasta mi último aliento, dame también esta voz de mi conciencia, a fin de que me mantenga siempre fiel a lo que profesé en mi regeneración, cuando fui bautizado en el Padre, en el Hijo y en el Espíritu Santo» (De Trinitate, XII, 57: CCL 62/a, 627). Invocando a la Virgen María, primera criatura plenamente habitada por la Santísima Trinidad, pidamos su protección para proseguir bien nuestra peregrinación terrena.
Después del Ángelus
Esta mañana, en Roma, en la basílica de Santa María la Mayor, se ha celebrado la beatificación de María Pierina De Micheli, religiosa del Instituto de las Hijas de la Inmaculada Concepción de Buenos Aires. Giuseppina —este era su nombre de pila— nació en 1890 en Milán, en el seno de una familia profundamente religiosa, donde florecieron varias vocaciones al sacerdocio y a la vida consagrada. Cuando tenía 23 años también ella emprendió este camino, dedicándose con pasión al servicio educativo, en Argentina y en Italia. El Señor le donó una extraordinaria devoción a su Santa Faz, que la sostuvo siempre en las pruebas y en la enfermedad. Murió en 1945 y sus restos mortales descansan en Roma, en el Instituto «Espíritu Santo».
(A los peregrinos ingleses)
Esta semana realizaré un viaje apostólico a Chipre, para encontrarme con los fieles católicos y ortodoxos y rezar con ellos, y para entregar el Instrumentum laboris de la próxima Asamblea especial para Oriente Medio del Sínodo de los obispos. Os pido vuestras oraciones por la paz y la prosperidad de todo el pueblo de Chipre, y también por la preparación de esta Asamblea especial.
(En español)
Saludo cordialmente a los peregrinos de lengua española que participan en esta oración mariana, en particular a los fieles de la parroquia de Nuestra Señora de la Asunción, de Cieza. En la solemnidad de la Santísima Trinidad, os invito a bendecir, alabar y glorificar a Dios Padre, a su Hijo unigénito y al Espíritu Santo, por el inefable misterio de vida y comunión entre las Tres Personas Divinas, de única naturaleza e iguales en su dignidad. Que María santísima sostenga y acompañe con su intercesión a la Iglesia, que vive para invocar el santo nombre de Dios, uno y trino. ¡Feliz domingo!
(En italiano)
Saludo con afecto en particular al numeroso grupo proveniente de Pordenone para honrar la memoria del cardenal Celso Costantini, del cual hace dos días se presentó en Roma el volumen del Diario, titulado Ai margini della guerra (1938-1947). Esta publicación es de gran interés histórico. El cardenal Costantini, muy cercano al Papa Pío XII, lo escribió cuando era secretario de la Congregación de Propaganda Fide. Su Diario testimonia la inmensa obra que la Santa Sede realizó en aquellos años dramáticos para favorecer la paz y socorrer a los necesitados.
A todos os deseo un feliz domingo.