El Bosco prácticamente pintó sólo obras religiosas. Su piedad era extrema, rigurosa, y presentaba un mundo enfangado, que se revolcaba en el pecado, casi sin esperanza de salvación. El Bosco ve a sus congéneres pudriéndose en el infierno por todo tipo de vicios (genialmente representados bajo formas agradables y ya no repugnantes), y utilizó recursos para documentar con acierto incensurables aspectos el pecado -normales o antinaturales- de símbolos que parecen anticipar a Freud o escoger formas que se han revelado como constantes de nuestro subconsciente. Se tiende a mirar sus obras como productos magníficos de la imaginación y no hay tentación más fácil que identificarlo con el surrealismo.
En cada una de sus obras, el célebre pintor representa el mundo real en que vivía la mayor parte de la sociedad europea del siglo XVI y cuál era el mundo reducido de las cortes llenas de intelectuales donde se pretendía cambiar el concepto del mundo basado en Dios por el de un mundo basado en el hombre. Y es precisamente sobre el hombre que el Bosco hace algunas meditaciones de la perversa locura del género humano, desarrollada a través del antecedente del "Pecado Original" y realizada en el "Carro del heno"; en este último, por ejemplo, se puede apreciar el hormigueo frenético de gentes de todas condiciones, dispuestas a matar o a terminar bajo las ruedas del vehículo con tal de procurarse un puñado de heno. El examen del último cuadro directo del Bosco, el "Cristo con la Cruz a cuestas", nos ofrece que el hombre ha asumido la forma del diablo según un concepto ya totalmente desvinculado de la mentalidad de la Edad Media y en cambio terriblemente coherente con el drama existencial que se manifestaría siglos después.
Se comete el error de pensar que El Bosco pintó para nosotros, que se adelantó a nuestra visión de época y que en ello radica su valor como visionario. Pero lo hizo hace más de 400 años, y hasta la fecha, no se ha podido comprender todos los símbolos y lecturas con que impregnó sus cuadros.
Lo que erróneamente y con frecuencia se hace es extraer rápidamente de su contexto algunas imágenes que resultan familiares y examinarlas a la luz de la sicología de nuestro tiempo. En la época del Bosco, sin embargo, no existía la sicología.
El mundo religioso estaba tan presente o más como los fenómenos cotidianos. En un mundo donde no se sabía leer ni existían imágenes apenas, los cuadros del Bosco presentaban una realidad tan cotidiana como los trabajos del campo. La presencia continua del pecado y la amenaza del infierno eran ley de vida, contra la que se revelaban la "devotio moderna" o los seguidores de Lutero: interpretación personal de la Biblia, diálogo íntimo con Dios, salvación a través de la fe y no de los actos externos.
Algunos centros urbanos de importancia tratan de cambiar el mundo, de racionalizar la vida del ser humano y de desterrar el miedo y la superstición. La ciencia sepulta mitos y la filosofía se trata de conjugar con la religión. Es el mundo de Durero y de Leonardo, de Erasmo, de Maximiliano I y de Carlos V. Sin embargo, el Bosco jamás entró en contacto con la cultura urbana ni con las renovaciones que se estaban produciendo en los Países Bajos, Italia y España.