Cual roca firme, Juan Pablo II clausura el Jubileo del 2000
VATICANO, 6 Ene. 01 (ACI).- El Papa Juan Pablo II cumplió hoy un hito histórico: introdujo a la Iglesia al nuevo milenio con la solemne clausura del Jubileo del Año 2000 cerrando la Puerta Santa de la Basílica de San Pedro.
Lento pero firme y solemne, el Santo Padre llegó hasta la entrada lateral derecha de la Basílica para cerrar la Puerta de bronce que en el año 2000 fue cruzada por los más de 25 millones de personas -sin contar italianos- que llegaron a Roma en peregrinaje espiritual.
La ceremonia comenzó poco antes de las 10 de la mañana. La Puerta Santa de San Pedro permaneció abierta hasta bien avanzada la madrugada por deseo expreso del Pontífice, dado que decenas de miles de personas seguían haciendo fila esperando cruzarla en las últimas horas del Jubileo.
Frente a la Puerta Santa, el Papa comenzó el rito con el signo de la Cruz, una invocación trinitaria, el saludo litúrgico, una introducción y una oración.
Se entonó el "O Clavis David" mientras el Papa subía los peldaños, se arrodilló, rezó en silencio, para una vez levantado, cerrar las dos hojas de la puerta. A continuación la procesión se dirigió al altar y comenzó la celebración eucarística.
Durante las casi tres horas que duró el acto y la Misa posterior, Juan Pablo II, vestido con capa y casulla doradas y empuñando el báculo con la cruz, apareció solemne y seguro al llamar a la Iglesia a ingresar al Tercer Milenio abriendo las puertas del mundo a Cristo.
Un llamado para todos
"Al inicio de mi Pontificado, y tantas veces después, he gritado a los hijos de la Iglesia y al mundo: "Abrid, abrid de par en par las puertas a Cristo". Deseo hacerlo una vez más, al final de este Jubileo y comienzo de este nuevo milenio", dijo el Pontífice en su homilía.
Juan Pablo II explicó que el Gran Jubileo ha sido una especie de epifanía, porque "viniendo aquí a Roma o también peregrinando a tantas Iglesias jubilares en otros lugares, innumerables personas se han puesto de alguna manera sobre las huellas de los Magos a la búsqueda de Cristo".
"La Puerta Santa no es más que el símbolo de este encuentro con Él. Cristo es la verdadera "Puerta Santa" que nos abre el acceso a la casa del Padre y nos introduce en la intimidad de la vida divina", indicó.
En este sentido, señaló que "mientras hoy, con la Puerta Santa, se cierra un "símbolo" de Cristo, queda más que nunca abierto el corazón de Cristo. Más allá de las numerosas celebraciones e iniciativas que lo han distinguido, la gran herencia que nos deja el Jubileo es la experiencia viva y consoladora del encuentro con Cristo".
El Papa también reflexionó sobre la misión de la Iglesia en este año jubilar y señaló que en el 2000, "la Iglesia ha intentado desempeñar aún con mayor interés, para sus hijos y para la humanidad, la función de la estrella que orientó los pasos de los Magos. La Iglesia no vive para sí misma, sino para Cristo. Intenta ser la "estrella" que sirva como punto de referencia para ayudar a encontrar el camino que conduce a Él".
Recordando el Jubileo
Al recordar algunos pasajes memorables de este Jubileo, el Pontífice evocó su encuentro con los niños, "que han inaugurado el Jubileo con su irresistible regocijo, y los jóvenes, que han conquistado Roma con su entusiasmo y la seriedad de su testimonio. Pienso en las familias, que han propuesto un mensaje de fidelidad y de comunión, tan necesario en nuestro mundo, y en los ancianos, los enfermos y los discapacitados, que han sabido ofrecer un elocuente testimonio de esperanza cristiana. Tengo presente el Jubileo de aquellos que, en el mundo de la cultura y de la ciencia, se dedican cotidianamente a la búsqueda de la verdad".
"La peregrinación que los Magos realizaron hace dos mil años desde Oriente hasta Belén en búsqueda de Cristo recién nacido, ha sido repetida este año por millones y millones de discípulos de Cristo, que han llegado aquí no con "oro, incienso y mirra", sino trayendo el propio corazón lleno de fe y necesitado de misericordia", dijo.
Gozo sin triunfalismos
El Pontífice fue enfático en señalar que "hoy goza la Iglesia" pero "en este sentimiento de alegría no hay ningún vano triunfalismo. ¿Cómo podríamos caer en esta tentación, precisamente al final de un año tan intensamente penitencial? El Gran Jubileo nos ha ofrecido una ocasión providencial para llevar a cabo la "purificación de la memoria", pidiendo perdón a Dios por las infidelidades llevadas a cabo en estos dos mil años por los hijos de la Iglesia".
No hay una "autoexaltación, sino plena conciencia de nuestros propios límites y de nuestras debilidades. No obstante, no podemos dejar de vibrar de alegría, de esa alegría interior a la que nos invita el profeta, rica de gratitud y alabanza, porque está fundada en la conciencia de las gracias recibidas y en la certeza del amor perenne de Cristo", dijo.
"Ahora es el momento de mirar hacia delante; el relato de los Magos puede, en cierto sentido, indicarnos un camino espiritual. Ante todo ellos nos dicen que, cuando se encuentra a Cristo, es necesario saber detenerse y vivir profundamente la alegría de la intimidad con Él. El cristianismo nace, y se regenera continuamente, a partir de esta contemplación de la gloria de Dios que resplandece en el rostro de Cristo", señaló el Pontífice.
El Santo Padre concluyó su homilía recordando que "la Iglesia peregrina en la tierra, a través de su liturgia, del anuncio del Evangelio, de su testimonio, se hace eco cada día de este canto celeste. Quiera el Señor que, en el nuevo milenio, crezca cada vez más en la santidad, para ser en la historia verdadera "epifanía" del rostro misericordioso y glorioso de Cristo el Señor. ¡Así sea!"
La firmeza del Pontífice llamó la atención de cadenas noticiosas tan importantes como la CNN cuya corresponsal reportó: "Ante la explanada repleta de fieles, Juan Pablo II pareció el sábado más audaz y decidido que nunca en su tarea de guía de los católicos ante los nuevos tiempos".
Detalles de la ceremonia
Según Mons. Piero Marini, Maestro de Ceremonias del Papa, la ceremonia de hoy fue idéntica a las celebradas en 1975 y 1984, es decir: en cada basílica se levantará una pared de ladrillos dentro de la cual se colocará una urna con algunas monedas y un pergamino. En el centro de la pared, la señal de la cruz indicará el lugar donde se ha colocado la urna de bronce.
El rito prosigue con la lectura del pergamino que da fe de la apertura y del cierre de la puerta santa y lleva las firmas de todos los presentes, la colocación de las monedas y el pergamino en la urna, su traslado a la pared de ladrillos y la lectura del "rogito" que atestigua el acto.
Cada urna contiene una medalla de oro del vigésimotercer aniversario del pontificado de Juan Pablo II, 23 monedas de plata correspondientes a los veintitrés años del papado y 17 monedas de bronce que conmemoran los 17 años transcurridos desde el último jubileo (1984-2001). Habrá también tres ladrillos dorados con el escudo de armas de Juan Pablo II y una medalla conmemorativa de la Soberana Orden Militar de Malta.
Se han realizado cuatro urnas diferentes, una por cada basílica. Un alemán, un japonés y dos italianos son sus autores.
Los ladrillos utilizados en la pared llevan una inscripción en latín con el nombre del Papa o del cardenal legado que abrió y cerró la puerta, así como la fecha del Año Santo.
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