1. El cántico que nos acaban de proponer imprime en la Liturgia de las Vísperas la sencillez e intensidad de una alabanza comunitaria. Pertenece a la solemne visión de apertura del Apocalipsis, que presenta una especie de liturgia celestial a la que también nosotros, peregrinos en la tierra, nos asociamos durante nuestras celebraciones eclesiales.
El himno, compuesto por algunos versículos tomados del Apocalipsis, y unificados para el uso litúrgico, se basa en dos elementos fundamentales. El primero, esbozado brevemente, es la celebración de la obra del Señor: «Tú has creado el universo; porque por tu voluntad lo que no existía fue creado» (4, 11). La creación revela, de hecho, la inmensa potencia de Dios. Como dice el libro de la Sabiduría, «de la grandeza y hermosura de las criaturas se llega, por analogía, a contemplar a su autor» (13, 5). Del mismo modo, el apóstol Pablo observa: « Porque lo invisible de Dios, desde la creación del mundo, se deja ver a la inteligencia a través de sus obras» (Romanos 1, 20). Por este motivo, es un deber elevar el cántico de alabanza al Creador para celebrar su gloria.
2. En este contexto, puede ser interesante recordar que el emperador Domiciano, bajo cuyo gobierno fue compuesto el Apocalipsis, se hacía llamar con el título de «Dominus et deus noster» [señor y dios nuestro, ndr.] y exigía que sólo se dirigiera a él con estos apelativos (Cf. Suetonio, «Domiciano», XIII). Obviamente los cristianos se oponían a dirigir semejantes títulos a una criatura humana, por más potente que fuera, y sólo dedicaban sus aclamaciones de adoración al verdadero «Señor y Dios nuestro», creador del universo (Cf. Apocalipsis 4, 11) y aquél que es, con Dios, «el primero y el último» (Cf. 1, 17), y está sentado con Dios su Padre sobre el trono celestial (Cf. 3, 21): Cristo muerto y resucitado, simbólicamente representado en esta ocasión como un Cordero erguido a pesar de haber sido «degollado» (5, 6).
3. Éste es precisamente el segundo elemento ampliamente desarrollado por el himno que estamos comentando: Cristo, Cordero inmolado. Los cuatro seres vivientes y los veinticuatro ancianos lo aclaman con un canto que comienza con esta aclamación: «Eres digno de tomar el libro y abrir sus sellos, porque fuiste degollado» (5, 9).
En el centro de la alabanza está, por tanto, Cristo con su obra histórica de redención. Por este motivo, es capaz de descifrar el sentido de la historia: abre los «sellos» (ibídem) del libro secreto que contiene el proyecto querido por Dios.
4. Pero no es sólo una obra de interpretación, sino también un acto de cumplimiento y liberación. Dado que ha sido «degollado», ha podido «comprar» (ibídem) a los hombres de todo origen.
El verbo griego utilizado no hace explícitamente referencia a la historia del Éxodo, en la que nunca se habla de «comprar» israelitas; sin embargo, la continuación de la frase contiene una alusión evidente a la famosa promesa hecha por Dios a Israel en el Sinaí: «seréis para mí un reino de sacerdotes y una nación santa» (Éxodo 19, 6).
5. Ahora esta promesa se ha hecho realidad: el Cordero ha constituido para Dios «un reino de Sacerdotes, y reinan sobre la tierra» (Apocalipsis 5, 10), y este reino está abierto a toda la humanidad, llamada a formar la comunidad de los hijos de Dios, como recordará san Pedro: «vosotros sois linaje elegido, sacerdocio real, nación santa, pueblo adquirido, para anunciar las alabanzas de Aquél que os ha llamado de las tinieblas a su admirable luz» (I Pedro 2, 9).
El Concilio Vaticano II hace referencia explícita a estos textos de la Primera Carta de Pedro y del libro del Apocalipsis, cuando, al presentar el «sacerdocio común», que pertenece a todos los fieles, ilustra las modalidades con las que éstos lo ejercen: «los fieles, en virtud del sacerdocio real, participan en la oblación de la eucaristía, en la oración y acción de gracias, con el testimonio de una vida santa, con la abnegación y caridad operante» (Lumen gentium, n. 10).
6. El himno del libro del Apocalipsis que hoy meditamos concluye con una aclamación final gritada por «miríadas de miríadas y millares de millares» de ángeles (Cf. Apocalipsis 5, 11). Se refiere al «Cordero degollado», al que se le atribuye la misma gloria de Dios Padre, pues «digno es» «de recibir el poder, la riqueza, la sabiduría, la fuerza» (5,12). Es el momento de la contemplación pura, de la alabanza gozosa, del canto de amor a Cristo en su misterio pascual.
Esta luminosa imagen de la gloria celestial es anticipada en la liturgia de la Iglesia. De hecho, como recuerda el Catecismo de la Iglesia Católica, la liturgia es «acción» del «Cristo total» («Christus totus»). Quienes aquí la celebran, viven ya en cierto sentido, más allá de los signos, en la liturgia celeste, donde la celebración es enteramente comunión y fiesta. En esta Liturgia eterna el Espíritu y la Iglesia nos hacen participar cuando celebramos el Misterio de la salvación en los sacramentos (Cf. números 1136 y 1139).
Audiencia del Miércoles 03 de noviembre del 2004