Un principio moral básico de nuestra fe es usar la tecnología y los descubrimientos científicos para servir al ser humano. El problema comienza cuando el hombre da la espalda a Dios creyendo que ya no lo necesita y juega a ser su propio «dios». Esto se evidencia en ciertos avances científicos, cuando el hombre empieza a usar la tecnología para su propio capricho tratando de imitar al Creador. Un caso muy concreto y actual es querer escoger el sexo de los hijos con cierta tecnología que ya existe. Hay que recordar, que la posibilidad de realizar algo no implica que siempre sea lo correcto. A muchos lectores podrá parecerles absurdo debatir sobre esto, porque jamás pensaron que podían decidir que su futuro hijo sea hombre ó mujer. Sin embargo esto ocurre desde hace mucho tiempo en una forma menos sofisticada que la que vamos a describir. En China, por ejemplo, por ley sólo se puede tener un hijo y la mayoría de parejas prefiere un varón. Para facilitar este «deseo» el Estado permite el aborto de las hijas mujeres que la pareja no desee, hasta que se obtenga el añorado varón. Es decir, que las parejas esperan hasta el quinto mes de gestación -cuando descubren el sexo de su hijo a través de una prueba de ultrasonido- para decidir si el menor nacerá o será abortado.
Sabemos que el embrión humano se forma con la unión del óvulo materno y el espermatozoide paterno. Estos espermatozoides son de dos tipos, los que llevan la carga genética «X» engendrarán una mujer (46XX) y los que llevan la carga genética «Y» que al unirse al óvulo (que siempre es «X») completarán la carga genética característica de un varón (46XY). La tecnología puede determinar artificialmente el sexo de los hijos, generando en el laboratorio la unión del óvulo y el espermatozoide. En el proceso denominado «fecundación in vitro» (FIV) se escoge previamente el espermatozoide X ó Y para garantizar la elección del sexo del hijo que será concebido. Esta técnica es llamada « microsort » en inglés, y los que la practican aseguran haber engendrado desde 1995 más de 1,300 bebés. Su práctica se originó en el Departamento de Agricultura de Estados Unidos como un método para escoger el sexo de los animales. La otra técnica se denomina « preimplantation genetic diagnosis (PGD) » y podría traducirse como «diagnóstico genético antes de la implantación». Con el PGD se forman varios embriones por fecundación in vitro y durante 2 ó 3 días se estudian los genes de cada uno identificando cuáles serían embriones de hombres y cuáles de mujeres. Posteriormente, se escoge el embrión deseado y se implanta en el útero de la madre. Las compañías privadas que se dedican a este negocio ofrecen a los esposos entre el 60 y el 100 por ciento de éxito. Esta eficacia dependerá de la cantidad de dinero que la pareja desee «invertir». La más eficaz -al menos, según su campaña publicitaria- es el PGD y su costo aproximado es de 20 mil dólares por hijo escogido.
El problema con las técnicas modernas como el PGD, es que implican la destrucción de embriones descartados en el proceso de FIV. Aunque la madre no tenga que someterse siempre a un aborto para seleccionar al hijo deseado como en China, durante la FIV se forman en el laboratorio varios embriones (vidas humanas) pero al final sólo se escoge el deseado. El médico destruirá el resto de los embriones implantados si es que hay más de uno en el útero, o congelará los que no necesite cuando se implante alguno con éxito. Obviamente existe la posibilidad que el procedimiento falle y se recurra a los embriones almacenados pero ¿qué pasa con los embriones femeninos concebidos si la pareja sólo quiere hijos varones? Probablemente, la pareja se niegue a permitir que se los implanten y los embriones -recordemos que estamos hablando de vidas humanas- tienen que ser congelados o descartados.
Aquí no termina todo. Ahora entramos a una «pendiente resbaladiza». ¿Qué pasaría si además del sexo alguien quiere un color definido de ojos o cabello, o raza?, o ¿si algún padre quiere una talla o inteligencia determinada para su hijo? Quizá, esto sea sólo cuestión de tiempo si se sigue permitiendo que los padres y los médicos jueguen a ser Dios. Estamos hablando de «eugenesia», que es la selección de seres humanos según características arbitrariamente establecidas. Todo esto trae como consecuencia la ruptura con el principio moral de igualdad del ser humano y destruye su dignidad, porque se le asigna un «valor» de acuerdo a sus características y no todos los seres humanos serán valorados de la misma manera. Por ejemplo, quizá los bebés altos serán más estimados que los pequeños, como ocurre ahora con los varones que son más «deseados» que las mujeres en China.
La muerte del embrión en el proceso de selección del sexo es tan inmoral como un aborto en cualquier fase del embarazo, porque el embrión es un ser humano y tiene una dignidad única, universal e irrenunciable otorgada por Dios al crearlo a su imagen y semejanza. Dios envió a su hijo Jesucristo para hacerse hombre, elevando nuestra condición humana de creaturas a hijos de Dios. Aunque los protagonistas de la FIV sean parejas estériles que desean concebir, esta práctica no deja de ser inmoral porque supone la muerte de embriones humanos. El PGD es además un capricho de los padres por querer tener un varón o una mujer. La frivolidad de los motivos que se arguyan no justifica el sacrificio de los embriones humanos. La eugenesia y sus posibles consecuencias no deberían tener lugar en una sociedad civilizada que asegura haber dejado en el pasado el racismo y la esclavitud. Estos lastres regresarán con facilidad si se permite el desarrollo de técnicas científicas a espaldas de Dios Padre Creador.