Es curioso que la polémica
que se ha levantado a propósito de la llamada “contracepción
de emergencia”, haya terminado centrándose sobre
el “status” del embrión humano. Ha quedado
una vez más de manifiesto el vínculo profundo
que liga a la contracepción con el aborto. La promoción
de un sistema muy eficaz para prevenir el embarazo, induce
primero a negar que él interfiera con la vida del embrión
y luego a reiterar que esta vida merece ningún respeto
real.
Es sintomático que se use el artificio verbal de decir
que no se puede inducir un aborto donde no hay embarazo, y
que el embarazo sólo se da a partir de la anidación
del huevo en la mucosa uterina. De esta manera se deja desprotegido
al embrión durante los primeros días de su vida
y se evita la acusación de que se está cometiendo
un aborto, ya que esta palabra resulta malsonante.
En el fondo se está intentando proceder como si el
nombre, la denominación fuera lo que hace la cosa.
En vez de darle relieve a la naturaleza misma de los hechos,
tal como ellos se presenta a la inteligencia y a los sentidos,
se recurre a denominaciones arbitrarias que pueden ser defendidas
retóricamente, pero que no reflejan otra cosa que la
voluntad de quien las inventa.
Todo el mundo ha entendido siempre por “embarazo”
el período de tiempo en el cual el fruto de la concepción
vive en el interior del cuerpo de la madre. ¿Qué
sentido tiene decir que el embarazo empieza solo con la anidación
del embrión? Cada uno de los seres humanos que hoy
día viven, incluidos por supuesto los autores de estas
redefiniciones, pasaron individualmente un período
decisivo de sus propias vidas desarrollándose y emigrando
desde el pabellón de la trompa hasta el útero.
Ese lapso es tan parte de cada vida individual como cualquier
otro de la historia personal que se quiera escoger. Y por
eso, en buen sentido, él es parte del embarazo, y nadie
tenía por qué haberlo dudado. Da la impresión
de que lo que en verdad ocurre es que se quiere definir el
embarazo desde el punto de vista del aborto. Habría
embarazo en el lapso en que no se puede destruir el embrión
sin actuar dañando aunque sea en mínima medida,
el cuerpo de la madre. Es la definición más
negativa que se puede discurrir. Pero además de negativa
ella es engañosa porque atiende sólo a la madre:
ignora o desvaloriza hasta el extremo al fruto de la concepción.
Sin embargo todos sabemos que lo que ocurre luego de la fecundación
es que hay un ser humano en desarrollo. Y decir un ser humano
es decir alguien que necesita respeto y protección.
Debería ser esta afirmación la que gobernara
las decisiones en toda esta cuestión.
Es aleccionador que la querella por la anticoncepción
desemboque en una querella por el embrión humano. Y
esta no es cuestión de consensos ni de disquisiciones
legales. Me parece que si no se clarifica esta cuestión
de la naturaleza del embrión humano, lo que estará
mañana en peligro son los mismos derechos del hombre
bajo el doble aspecto de cuáles sean ellos y de quiénes
serán sus titulares.
Son muy pocas las personas que han visto un embrión
humano precoz, y seguramente no son muchas las que han visto
un embrión de cualquier mamífero, por más
que ahora se los suele encontrar fotografiados en los medios
de comunicación. Por lo mismo, la caracterización
o definición de un embrión humano precoz adolece
a menudo de vaguedad, y se formula, no sobre la base de experiencia,
sino que en un contexto filosófico determinado que
no es siempre explícito y que deja lugar a malentendidos.
Así por ejemplo, se encuentra uno a menudo que se habla
de un “ser”, una “vida”, un “individuo”,
incluso una “persona”. Pero para que nos pudiéramos
todos entender, tendría que quedar claro cuál
es el contexto en que se emplean estos términos. “Persona”,
“individuo”, “ser”, “vida”,
no significan lo mismo para todos, y tienen resonancias muy
variadas según el contexto en el que se los emplee.
Yo prefiero usar un contexto científico. Creo que es
el más fácil de entender para la gente de nuestro
tiempo, que se presta a pocas ambigüedades, y que permite
avanzar bastante en la cuestión. Aún cuando
uno llega al punto en que la ciencia natural lo abandona,
la imagen científico natural bien depurada me parece
la más correcta aproximación al núcleo
del problema.
Lo que quiero proponer parece bastante obvio, pero es una
afirmación preñada de consecuencias. El embrión
humano es un organismo perteneciente a la especie humana.
He expuesto esta idea con algún detalle en otro sitio[1],
por lo que me contento aquí con esbozarla.
Un organismo es desde luego un reactor bioquímico que
intercambia con el medio materia y energía. Es propio
de un organismo tener un límite, borde o frontera que
lo separa de su medio y lo relaciona con él. En un
individuo adulto, ese borde lo forman la piel y las mucosas.
En un embrión, la membrana celular y la zona pelúcida.
A continuación, es un hecho conocido que cada organismo
sigue una trayectoria de desarrollo que es propia de la especie
a la que pertenece, en tal forma que para cada momento del
tiempo se puede predecir cuál va a ser el estado en
el que se va a encontrar, salvo por supuesto que ocurran accidentes
que terminen con su vida. La trayectoria de desarrollo es:
a) robusta, o sea tiende a mantenerse a pesar de las perturbaciones
del ambiente, y, b) es predictible, o sea en cada momento
de la vida se puede anticipar cuál será el estado
del organismo en un tiempo más, y se puede también
determinar bien exactamente en que estado o punto de desarrollo
se hallaba el organismo en las fechas pasadas que se quieran
escoger.
La trayectoria de desarrollo dentro de una unidad espacial
discreta o limitada es una característica central de
un organismo que dura hasta su muerte y que se inicia en la
fecundación.
Un embrión muy precoz, incluso unicelular, es básicamente
distinto de una célula cualquiera, precisamente porque
él es un punto en una trayectoria de desarrollo. A
no ser que muera o que se interfiera con él, si se
lo mantiene en el medio que le es adecuado, él va a
desarrollarse hasta formar un individuo adulto en una secuencia
de estados perfectamente definida. No hay por supuesto ninguna
otra célula que sea capaz de esto, y, por lo mismo,
la afirmación que se escucha por ahí de que
el embrión “no es más que una célula” revela una notable superficialidad.
La trayectoria empieza cuando se fusionan las membranas del óvulo y del espermatozoide y nos encontramos con un
espacio bien delimitado en cuyo interior interactúan
en una sola trayectoria los componentes bioquímicos
de ambas células.
Podemos tomar dos ejemplos, que son la formación del
llamado pronúcleo masculino, y la primera división
celular del embrión.
Recién entrado el espermatozoide, su envoltura nuclear
se disuelve casi por completo, y el aspecto compacto de su
cromatina se va perdiendo en el proceso que se llama la descondensación.
Este corresponde al hecho de que las protaminas, proteínas
propias del espermio son reemplazadas por histonas, otras
proteínas proporcionadas por el huevo. Posteriormente
la cromatina vuelve a condensarse, se forma una nueva membrana
nuclear, y se produce la síntesis de ADN espermático,
gracias a la presencia dentro del pronúcleo de enzimas
proporcionadas por el óvulo. Este pronúcleo
“masculino” es pues el resultado de una acción
coordinada de elementos provenientes del óvulo y de
otros provenientes del espermio. Su constitución es
parte de una trayectoria de desarrollo del nuevo organismo
que se produjo en la fecundación y no tiene lugar sin
ésta.
En cuanto a la primera división celular, en ella toman
parte por supuesto los cromosomas paternos y maternos. No
hay que olvidar sin embargo que la mitad del ADN “paterno”
se ha sintetizado después de la fecundación,
y que en este proceso han intervenido enzimos esenciales que
son proporcionados por el óvulo. Pero hay más
y probablemente más importante. La primera división
no se podría realizar sin un órgano celular,
el llamado centriolo que sirve para organizar las “fibras”
del huso mitótico. Este centriolo proviene del espermatozoide
por cuanto el óvulo carece de él. Así
pues, la primera división celular es una parte muy
complicada de una trayectoria de desarrollo en la que se entrelazan
productos y procesos de las dos células que se fusionaron
en la fecundación.
Desde su primer momento el organismo muestra pues una trayectoria
de desarrollo. Se suele hacer caudal del momento en el que
los genomas correspondientes empezarían a expresarse.
Lo único que puede decirse es que en el primer momento
de la trayectoria de desarrollo los genomas están silenciosos.
Lo que hay en el interior del zigoto es la mezcla de ambos
“proteomas”[2], los conjuntos de proteínas
del óvulo y del espermatozoide que son suficientes
para desarrollar un segmento fundamental de la trayectoria,
sin necesidad (o casi) de intervención del genoma.
La unidad en la que se coordinan los proteomas es una trayectoria
única de desarrollo que lleva sin interrupciones ni
discontinuidades al momento en el que empezarán a expresarse
los genes – pero no por supuesto cualquier conjunto
de genes, sino precisamente aquellos que forman la dotación
única de ese organismo.
Parece entonces claro que, siendo yo un organismo de la especie
humana, mi desarrollo individual (y el del lector) se inició
en el momento de la fecundación, en forma de una trayectoria
continua. Si eso es así, yo empecé entonces
a ser un organismo, y no podría haber pertenecido a
otra especie que a la especie humana. Eso es otra manera de
decir que un embrión tiene vida humana, y que es una
parte mínima, pero real, de la humanidad. Eso es lo
que lo hace acreedor a una actitud especial que se merece
el ser humano, que es el respeto, y por cierto que el mínimo
respeto es la obligación de todos de no atentar contra
su vida, ni siquiera poniéndola en riesgo con una especie
de tiro a la bandada.
Si no se acepta este criterio propuesto, hay que buscar otros,
que son puramente descriptivos, y que fijan puntos en la evolución
del embrión en su conjunto o de algunos de sus órganos,
especialmente el sistema nervioso. Cualquiera de ellos es
adaptable a la necesidad práctica que se tenga de disponer
del embrión. Pero es además necesariamente incompleto.
Así el desarrollo inicial del sistema nervioso humano,
sólo tiene mayor significación que el de un
chimpancé porque ese pequeño órgano embrionario
está inscrito en la trayectoria de desarrollo del cerebro
humano y su valoración como signo de respetabilidad
claramente prospectiva, se hace en función de lo que
va a ser, no de lo que es, o más bien se hace en función
de la trayectoria de desarrollo en la que está inscrito.
Nadie ha podido proponer un criterio objetivo para fijar el
momento en que un embrión, feto o recién nacido
empezaron a ser “seres humanos”, y dejaron de
ser algún ente biológico indefinido. En cambio
es claro que segundos antes de la fecundación no existía
el organismo, y que un momento después de ella ya se
encuentra funcionando en su trayectoria de desarrollo.
Pensamos que el organismo de la especie humana existe desde
el momento de la fecundación, y pensamos además
que él es digno de respeto desde su constitución.
En esta última afirmación nos encontramos con
las enseñanzas católicas sobre la vida humana.
Nosotros no creemos que tengamos una “vida animal”
y que a ella se le sobreponga un “alma humana”.
Creemos que el “alma” es la vida del hombre, del
organismo humano, y que esa vida es inmortal así como
ese organismo está destinado a la resurrección.
El respeto instintivo que protege al hombre es el oscuro reconocimiento
de esa realidad.
Desde el punto de vista conceptual, la discusión sobre
anticoncepción parece claramente distinta de la discusión
sobre aborto y destrucción del embrión. Desde
el punto de vista social la cosa es distinta, y allí
donde se ha difundido el rechazo a la aceptación de
nueva vida, se está cayendo en forma inatajable en
la supresión de vidas humanas ya existentes. La contracepción
no ha resultado ser una enemiga o un antídoto del aborto.
[1] Vial Correa, Juan de Dios and Mónica Dabike, The Embryo as an Organism. En “Identity and Statute of Human Embryo”, Proceedings of the Third Assembly of the Pontifical Academy For Life, Juan de Dios Vial Correa and Elio Sgreccia eds., Librería Editrice Vaticana, Città del Vaticano, 1998. Págs. 317-331.
[2] Proteoma es el conjunto de
proteínas que es típico de una célula
determinada, el cual es la base principal de las funciones
que esa célula es capaz de desarrollar.