Amo, Señor, la belleza de tu Casa (Sal 26,8)
De intensa piedad desde niño, trabajador de gran rendimiento en la huerta familiar para el sustento de la casa. Siempre dispuesto a ayudar a pobres y enfermos. Deseoso de consagrarse a Dios, las necesidades de su familia no se lo permitieron hasta los 20 años. Ante las dificultades del estudio, optó por profesar como Hermano Cooperador en la Orden. En la vida conventual fue un sacristán al servicio del templo, que dejó huella. Infatigable para con el culto divino, buscó siempre lo mejor para dar gloria a Dios. Consciente de que se avecinaban horas difíciles para los templos, procuró poner a buen recaudo los utensilios sagrados, para evitar su profanación. Al mismo tiempo maduraba en la idea martirial bajo el lema de que lo mejor es «sellar con la propia sangre la fe en Jesucristo». Valientemente reclamó ante el Ayuntamiento por el expolio de cosas sagradas y la custodia del Convento, y consiguió quedasen protegidos.
Como tantos otros fue denunciado. Cambió de refugio, pero descubierto, fue detenido y apresado siendo fusilado en la carretera de Valencia a Nazaret, en el Azud de Oro, Ribera del Turia. Contaba 37 años de edad.