Sé fiel hasta la muerte (Ap 2,10)
Cuando en 1935 ingresó en la Orden era un joven sacerdote secular, cuyo ideal se cifraba en «ser misionero y mártir». Consta que el ambiente martirial le acompañaba especialmente durante los últimos años de su joven vida. Cuando llegaron los días de persecución, estaba en Calanda completando estudios. Comprendía la gravedad de la situación, sugiriendo la conveniencia de marchar a Zaragoza, pero siempre en manos de la Divina Providencia.
Al ser asaltado el Convento, tuvo que huir perseguido a tiros, pero la copa de un tupido olivo le ocultó de sus perseguidores. Inició su calvario en busca de refugio y en este menester se encontró con fray Joaquín Prats, que como él buscaba acogida. La acogida que encontraron los dos fue la de Dios en el martirio. Ingenuamente levantaron sospechas al preguntar por la dirección hacia Alcañiz. Se les engañó y fueron a parar a un Lóbrego calabozo, en Castelserás. Poco después los sacaron junto con el Párroco del pueblo y fusilados en las afueras del mismo.
El P. Muro era una espléndida promesa que Dios tenía reservada para sí a los 31 años de edad.