El buen pastor da la vida por sus ovejas (Jn 10,11)
Presbítero diocesano de Zaragoza, llevaba dieciséis años entregado al servicio parroquial, pero en Castelserás no hacía todavía un año. Su celo pastoral se había impuesto al margen de toda actividad política. Al llegar la persecución religiosa permaneció en la casa parroquial hasta que el 28 de julio un tiro contra una imagen de la Virgen de la fachada le hizo salir crucifijo en mano. Inmediatamente le apuntaron una serie de fusiles, pero él se limitó a decirles que no con fusiles se conquistaba el mundo, sino con el amor. Un miliciano quiso apuñalarle. Pero el comandante de la plaza no permitía que se aplicase la pena capital sin juicio previo.
Detenido fue interrogado varias veces. Al preguntarle a qué se dedicaba, contestó: «A servir a Dios y a la Virgen, y hacer bien a todos». Metiéronlo en la cárcel donde coincidió con tres religiosos dominicos. Fue el consuelo de unos treinta detenidos, muchos de los cuales se confesaron, dedicando muchas horas al rezo del Rosario. Cuando los perseguidores se mofaban con burlas soeces, él correspondía con una delicada sonrisa.
Finalmente el 30 de julio a media noche, lo sacaron junto con dos religiosos dominicos y los llevaron al lugar del suplicio. Se arrodillaron, y al preguntarles qué hacían, Zósimo contestó: «Oramos para encomendamos a Dios y pedir que os perdone pues no sabéis lo que hacéis». Varios disparos acabaron con sus vidas.