Nació el 17 de febrero de 1886 en la ciudad de Turís, provincia de Valencia, diócesis de Valencia (España). Sus padres Fernando González Pons, labrador, e Isabel Añón Navarro quienes formaron un hogar cristiano. Ya desde muy niño era muy piadoso mostrando su vocación sacerdotal en sus juegos y hasta en las pláticas que dirigía a sus vecinos y a los niños de la escuela. Ingresó al Seminario Conciliar Central, donde se distinguió por su piedad, aplicación y jovialidad, que le merecieron la estima de superiores, compañeros y amigos; fue un seminarista ejemplar.
Recibió la tonsura, las órdenes menores y el subdiaconado los días 22 y 23 de diciembre de 1911. Tras haber recibido el presbiterado, celebró por vez primera la Misa en la Parroquia de su pueblo natal el 6 de marzo de 1913.
Los primeros frutos de su ministerio pastoral los recogió en el pueblo de Alcácer, donde fue coadjutor en 1913. En 1915 pasó a Santa Catalina de Alcira, también como coadjutor. Ejerció después en Macastre, como cura ecónomo, y más tarde, como Capellán de la Hidroeléctrica, en Cortes de Pallás. Fue cura regente de Anna en 1924 y coadjutor de San Juan de la Ribera en 1925. En todas estas Parroquias se distinguió como apóstol de los obreros, a quienes socorrió siempre en sus necesidades. El 24 de junio de 1931 tomó posesión del curato de Turís. Ya con los suyos, se multiplicó su actividad pastoral, desviviéndose por el culto y la devoción al Santísimo Sacramento. Fundó las Cuarenta Horas y promovió la festividad de Cristo Rey y la fiesta de la Virgen de los Dolores.
Se dedicaba a la atención pastoral de los enfermos y necesitados, sin olvidar la catequesis. Apóstol y propagandista de la buena prensa. No hubo petición de pobres que no atendiera, y su influencia ante personalidades estuvo cultivada con miras a hacer el bien.
El beato Fernando era consciente, en los días previos a la revolución, de la situación que estaba por afrontar: persecución religiosa y probable martirio.
La revolución en Turís comenzó con el incendio de las iglesias, la quema de imágenes y objetos religiosos y el encarcelamiento de los católicos. Al estallar la revolución de 1936, el beato reaccionó como un sacerdote católico auténtico. Mantuvo su ánimo sereno y se confió en la Divina Providencia. Fue detenido el 27 de agosto de 1936 en la casa abadía. Al día siguiente fue asesinado no sin antes perdonar a sus ejecutores y pronunciar ¡Viva Cristo Rey!.