Al que me sirva, mi Padre le honrará (Jn 12,26)
Iba a cumplir 70 años y llevaba 45 de plena dedicación sacerdotal en Calanda, primero como capellán del santuario local del Pilar y después también como coadjutor de aquella Parroquia. Era tenido en gran consideración y estima por su ejemplaridad y obras de caridad con atención a los enfermos. Al llegar la persecución, se mantuvo sereno en su casa, que fue la primera que asaltaron los revolucionarios, por lo que mostró un gran contento dando gracias a Dios por haberle permitido participar de sus persecuciones. Detenido hicieron un simulacro de juicio y fue condenado por ser sacerdote. Pidió le uniesen al grupo de dominicos encarcelados y se lo concedieron. Dos días estuvieron en la cárcel.
Juntos se prepararon para el martirio que veían seguro. Se reconciliaron mutuamente, rezaron el Rosario con frecuencia y se animaban unos a otros, distinguiéndose Mosén Albert y el P. Couceiro insistiendo en la necesidad de perdonar. La noche del 29 de julio entre insultos, burlas y blasfemias los subieron a un camión que los llevaría al suplicio. Con palabras de perdón y vivas a Cristo Rey, ráfagas de ametralladora segaron sus vidas.