Fray Bernardino, cuyo nombre fue Pablo Martínez Robles, vino al mundo a orillas del Guadalquivir, en la ciudad de Andújar (Jaén), el 28 de enero de 1879, y tres días después recibe las aguas bautismales.
Apenas frecuentó la escuela local por cuanto sus padres, de escasos recursos económicos, muy pronto lo dedican al oficio de alabartero, que alterna con los trabajos agrícolas. Se traslada a Córdoba y pronto entabla amistad con el administrador de los Ermitaños de Sierra Morena, con quienes inicia el noviciado.
Apenas frecuentó la escuela local por cuanto sus padres, de escasos recursos económicos, muy pronto lo dedican al oficio de alabartero, que alterna con los trabajos agrícolas. Se traslada a Córdoba y pronto entabla amistad con el administrador de los Ermitaños de Sierra Morena, con quienes inicia el noviciado.
Los veinte años siguientes los pasa en las escuelas de reforma de Madrid, Sevilla y Zaragoza colaborando fielmente en los quehaceres de la cocina, el campo y la enfermería. Su última residencia fue el Convento de Nuestra Señora de Monte Sión, de Torrent (Valencia), donde desempeña su labor de sacristán de la iglesia y donde le sorprende la persecución religiosa.
Halla piadosa acogida en dicha población, pero el 13 de agosto de 1936 es detenido y recluido en la cárcel del pueblo, de donde es sacado, en compañía del P. Laureano Mª de Burriana y de su hermano Fray Benito Mª de Burriana, y asesinados los tres en la Masía de Calasbarra, de Turís (Valencia), la noche del 15 al 16 de septiembre de 1936.
Fray Bernardino era bajito, llenito de carnes, de carácter tranquilo, acogedor, y con su gracejo andaluz no exento de la natural gracia de las gentes del sur. Era la fiel imagen del franciscano más orondo, siempre portador de paz y bien, que facilitaba la convivencia fraterna en el convento. Destacaba por su vida de oración intensa, manifestando una especialísima devoción a la Eucaristía, a la Virgen de los Dolores y al Patriarca San Francisco.