Teódulo, hombre sabio y piadoso, ocupaba un puesto de importancia en la casa de Firmiliano, gobernador de Palestina, quien le tenía gran estima. Habiendo sido testigo de la fortaleza y paciencia de los 5 egipcios martirizados, Teódulo acudió a la prisión para alentar a los que se preparaban a sufrir martirio semejante. Al saber esto, Firmiliano se irritó sobremanera contra su protegido, le reprochó amargamente su actitud y le condenó a ser sacrificado, sin haber querido oír su defensa. Teódulo recibió con alegría la sentencia y sufrió con gozo una forma de tormento que le asemejaba a su Salvador y le llevaría a reunirse con él.
Julián, que participó en el triunfo del santo, no era más que un catecúmeno. Los fieles le estimaban mucho por su carácter ejemplar y tan pronto supo de la ejecución de los 5 egipcios, acudió al lugar del martirio donde abrazó y besó los cadáveres. Los guardias lo tomaron prisionero al momento y lo llevaron ante el gobernador, quien al ver la firmeza de su fe, no perdió tiempo en interrogatorios y lo condenó a la hoguera. Julián dio gracias a Dios por el honor de morir por su causa y le ofreció su vida en sacrificio.