El continuo progreso de la ciencia pone siempre más en evidencia que el soñar es parte de la vida humana como el velar y el dormir. No decimos que todo sueño venga de Dios, pero no hay que excluir que Dios pueda servirse de los sueños para comunicarnos su voluntad. El Antiguo Testamento nos cuenta la historia de célebres sueños. ¿Quién no recuerda los sueños de José, el hijo del patriarca Jacob?
El Evangelio nos narra que José tuvo varias veces en el sueño mensajes angélicos: con ocasión de su vocación de hacer de padre de Jesús y, después cuando tuvo que huir a Egipto y regresar a su patria. Es claro que Dios no podía dejar solo a José en decisiones tan graves, que tocaban aspectos importantes de la vida de Jesús, como su inserción en la vida humana y la defensa de su misma vida. “José tendía un dictado de la voluntad de Dios que se anteponía a sus acciones; y por eso su comportamiento ordinario era movido por un arcano diálogo que le indicaba qué hacer: ¡José, no temas; haz esto; sal; regresa! ¿Qué descubrimos entonces en nuestro amado y modesto personaje? Vemos una estupenda docilidad, una prontitud excepcional de obediencia y de ejecución. Él no discute, él no vacila, él no aduce derechos o aspiraciones. Se lanza con amor en el cumplimiento de la palabra que se le ha dicho; sabe que su vida se desarrollaría como en drama, que se transfigura a un nivel de pureza y sublimidad extraordinarias, mas allá de toda espera o cálculo humano” (Pablo VI, homilía, marzo 13 de 1968). También nosotros tenemos “dictados” de Dios, que se anteponen a nuestras acciones, a veces de manera general como el dictado de la conciencia, de la ley de Dios y de los deberes de nuestro estado; a veces de manera mas determinada, a través de las circunstancias, que nos llevan a reconocer y afirmar: ¡aquí está la voluntad de Dios! San José nos enseña la docilidad en la escucha, la prontitud en la ejecución, el obsequio a la voluntad de Dios, que debe ser la norma de cada vida. Todo se resuelve en el obediencia, la virtud que caracteriza a san José, y no en balde, si tomamos en cuenta que la casa de Nazaret es la escuela donde crecerá y será educado en la obediencia el mismo Jesús, cuya vida oculta ha sido compendiada por el evangelista en una sola expresión: “Y vivía sujeto a ellos” (LC 2, 51).