La historia de la salvación es la historia de Dios que salva. Nadie puede entrar en ella, si no es por expresa voluntad divina. Esta voluntad se llama vocación. Para subrayar esta verdad, el Antiguo Testamento pone en evidencia la vocación o llamada de los personajes que ocupan los roles más importantes en la historia de la salvación. Pensemos en las narraciones de la vocación de Abraham, del profeta Samuel, del rey David.
El Nuevo Testamento, por ejemplo, se detiene en la descripción de la vocación de los Apóstoles y de Pablo, pero sobre todo la de María, la madre de Jesús. San Lucas la subraya en el conocidísimo relato de la Anunciación.
Ya que, como hemos visto, la posición de San José en la historia de la Sagrada Familia es la más cercana posible a Cristo, no puede faltar en el Evangelio el relato de su vocación. La encontramos en Mateo, luego después de la genealogía (1, 18-25), donde el evangelista no pretende relatar, como superficialmente se repite , el nacimiento de Jesús, sino donde al contrario, justifica la presencia de José en el árbol genealógico, en cuanto querida directamente por Dios. El nacimiento es narrado en el capítulo segundo. La preocupación de poner en evidencia la virginidad de María ha condicionado fuertemente las traducciones corrientes, en las que se distinguen dos tiempos en el matrimonio, se supone la sospecha de José sobre el origen de la preñez de la esposa y se asigna, por fin, a la intervención del ángel, la tarea de la concepción virginal de María.
La colocación de nuestra narración inmediatamente después de la genealogía y en estrecha dependencia de ella supone, en cambio, otra finalidad, la de justificar la proclamación de una genealogía, en la cual no se afirma, según la legítima espera, que José haya engendrado a su Jesús, sino simplemente que José es “el esposo de María, de la que nació Jesús, llamado Cristo” (Mt. 1, 16). El objeto del relato de Mateo 1, 18-25 no puede ser la revelación de la maternidad virginal de María, que ya está al principio de la anomalía de la genealogía, sino el derecho genealógico de José, seriamente afectado por su exclusión de la concepción, acaecida por obra del Espíritu Santo (v. 18), y sin embargo salvaguardado por su derecho matrimonial: José padre de Jesús, porque es el esposo de María, su Madre. No es posible prescindir de esta lógica, fundamentalmente para la descendencia davídica de Jesús, como explicaremos.
De aquí la exigencia de una traducción del texto griego menos unívoca, que aquí proponemos, tomando en cuenta la unidad del capítulo primero de Mateo. He aquí el relato:
“La generación de Cristo fue así.
Su madre, María, estaba desposada con José, y antes de empezar a estar juntos, se encontró encinta por obra del Espíritu Santo. Su esposo José, como era justo y no quería ponerla en evidencia, resolvió abandonarla en secreto. Así lo tenía planeado, cuando el ángel del Señor se le apareció en sueños y le dijo. `José, hijo de David, no temas tomar contigo a María tu esposa, porque lo concebido en ella viene del Espíritu Santo. Dará a luz un Hijo a quien le pondrás por nombre Jesús, porque Él salvará a su pueblo de sus pecados`. Todo esto sucedió para que se cumpliese el oráculo del Señor por medio del profeta: `Ved que la virgen concebirá y dará a luz un hijo, a quien pondrán por nombre Emmanuel, que traducido significa Dios con nosotros´.
Despertó José del sueño, e hizo lo que el ángel del Señor le había mandado y tomó consigo a su esposa. Y sin haberla conocido dio a luz un hijo, a quien él puso el nombre de “Jesús”.
Del conjunto del relato emerge claramente que, por el misterio del ángel, Dios ha llamado a José a hacer las veces de padre de Jesús. Después de la de María, la vocación de José es la vocación más grande que se puede imaginar:
- estamos en el momento central de la historia humana, y de la historia de la salvación, o sea en la “plenitud de los tiempos”;
- se trata del encargo más importante jamás confiado a un hombre: Dios confía a José la custodia de sus tesoros más preciosos, la virginidad de María y la santidad de Jesús.
- la exhortación apostólica “Redemptoris Custos” comienza precisamente subrayando el tema de la vocación: “Llamado a ser custodio del redentor.”
Revisado por José Manuel Gálvez von Krüger