Vigésimo tercer día

Muerte de san José (II)

Sé que mi redentor está vivo, decía Job. Cuántas veces debió San José repetir esta frase, y con cuánto consuelo la diría hasta el último momento, cuando entre los brazos de su Jesús entregaba a su Creador su alma tan pura y afectuosa. El último instante sonó, un débil suspiró se escapa de sus labios benditos; el cuerpo santo, virginal, laborioso, retumba sobre el lecho fúnebre; María besa las manos de su santo amigo; Jesús le cierra los ojos. José ya no está. La más deliciosa muerte ha coronado la vida más santa. Para todos nosotros, y sobre todo para aquellos que se llama, equivocadamente los, felices del siglo, la muerte es el gran pavor de la vida; al verla al fin del camino, bien se querría volver la vista. Terrible en su certidumbre y en su incertidumbre, porque estamos seguros de morir m, pero no del modo ni del momento. ¿Cómo llegar a desearla? Es el secreto de la virtud. Los santos no temen la muerte, la desean; las almas puras, las almas caritativas, los amigos de los pobres, aquellos que han buscado con amor el servicio de Jesucristo, aquellos que amaron a Dios, aquellos que honraron a María y José, no temen la muerte; es una fiesta para los corazones inocentes; es un tranquilo pasaje para los verdaderos cristianos. Roguemos a San José que nos agarre la mano en ese temible momento, y preparémonos a esta gracia mediante una vida pura piadosa.

Oración

Oh bienaventurado José, padre nutricio de Jesús, esposo de María, me consagro a tu culto y me entrego a todo a ti, Sé mi padre, mi protector y mi guía en los caminos de salvación; obtén para mí una gran e de corazón y de alma, la gracia de hacer mis actos en unión con Jesús y María, obtenme finalmente el favor supremo, el de una santa muerte. San José, que moriste entre los brazos de Jesús y de María, ruega por nosotros.

Ejemplo

La primera iglesia dedicada a san José

El venerable P. Pierre Cotton célebre orador y ferviente religioso, tuvo, desde el día de su ordenación, una gran devoción por san José. No dejaba pasar la más leve conversación sin hablar de él, ni la menor ocasión para difundir su culto. Fu e él quien tuvo el honor de hacer erigir, cerca de la plaza Bellecour, en Lyon, la primera iglesia que Francia haya consagrado al casto Esposo de María. Ahí se ven numerosos y ricos ex votos que recuerdan las gracias señaladas y los milagros obtenidos por la intercesión de este gran Santo. Tuvo la felicidad de morir en su fiesta. En su última enfermedad, María se el apareció y le dijo que venía a ayudarlo a bien morir, en reconocimiento por su sin sincera devoción a San José.


Traducido del francés por José Gálvez Krüger para ACI Prensa