Jesús colmó de privilegios a su padre adoptivo en este mundo: lo honrará también en la otra vida. Cuando visitó los limbos, el Viernes Santo, ¿qué palabras le dirigiría y con qué miradas lo envolvería? Pero donde manifestó su más grande amor fue resucitándolo con él.
San Mateo relata, en efecto, que muchos cuerpos de santos, resucitados a la muerte, salieron de sus tumbas y fueron a la Ciudad Santa, donde fueron vistos por muchas personas después de la resurrección, Puesto que muchos hombres volvieron a la vida ¿cómo rehusar este favor a San José?
Hay escritores modernos que se inclinan a creer que los santos que resucitaron con Jesús, había practicado eminentemente la virtud de la pureza. ¿No es una razón más para creer que el casto esposo de María estuviera en el número de los privilegiados? Agregan que fueron los más calificados para dar fe, delante de los judíos, de la resurrección de Cristo mediante su propia resurrección: ¡que magnífica prueba a favor de la resurrección de Jesús, que aquella del hombre que se consideraba su padre, y que había dejado el mundo tres años atrás! Igualmente, autores muy serios, especialmente San Francisco de Sales y, en general, todos los modernos, estiman que José, en cuerpo y alma, goza de la beatitud del cielo.
¿No convenía que la familia tres veces santa de Jesús, tan unida aquí abajo en la tribulación, lo fuese igualmente, sin esperar al día postrero, en la plena gloria de los elegidos? ¿No convenía que hubiese allá en las alturas, una trinidad de persona de naturaleza humana: Cristo, la Virgen y san José, como hay una trinidad de Personas de naturaleza divina: el Padre, El Hijo y el Espíritu santo? Sin duda, debemos tomar en un sentido extenso, tanto como sea permitido hablar así, esta expresión de segunda trinidad. ¡Pero cuánto se impone!
Lo que favorece esta piadosa creencia en la resurrección de san José, es que en ninguna parte se han encontrado las reliquias de su carne venerable. Si su cuerpo hubiese permanecido en la tumba, Dios, tan liberal con los santos, ¿no le hubiera manifestado de alguna manera para que le fuesen rendidos los honores que se ronde a los bienaventurados? “Por tanto, no cabe duda”, como dice san Francisco de Sales, que nuestro patriarca resucitó con su Hijo Jesús.
¿Se apareció con Cristo a la Santísima Virgen en su carne glorificada, en el transcurso de cuarenta días que separan la Resurrección de la Ascensión? Lo único que podemos afirmar a este respecto es que era muy digno de la caridad del salvador procurar una alegría tan grande a los dos seres que amaba más. ¡Qué alegría y que consuelo para María! ¡Con qué piedad, si estuviesen escritos, leeríamos los detalles de esos dulces diálogos!
Llegó, finalmente, el día en que Jesús debía subir al cielo. Con él se elevaron, dichosos, los muertos que él había resucitado el viernes santo. Con él San José penetró en la morada celestial. ¿Cómo recibieron los ángeles al padre del Redentor? Cuando hubieron adorado a Cristo, cuya humanidad entraba soberanamente en la estancia de la gloria, se volvieron hacia él en un impulso de dicha extraordinario, se inclinaron con respeto delante de esta simple pretura que había merecido el título de padre de Jesús, de ese Jesús cuyas voluntades se honraban de cumplir humildemente.
Era el gran día de triunfo de Nuestro señor; pero José tuvo su parte; el divino Maestro quiso celebrar la victoria de aquel que le había servido tan fielmente de padre.
¿Cuál es el grado de gloria de San José en el cielo?
Los teólogos le atribuyen una gloriosa corona. Jean Gerson le asigna el primer rango delante de Nuestro señor, detrás de la Santísima Virgen. ¿Quien, en efecto, sirvió a Jesús con más amistad, cuidado y fidelidad que su padre de la tierra? Sí, creemos que si María se sienta a la derecha de Jesús, José está a la izquierda.
Otros teólogos admiten en el cielo, debajo del trono de Dios, la existencia de una jerarquía que domina la de los ángeles y la de los elegidos; y en esta jerarquía, compuestas por dos órdenes, dicen el primer orden está constituido por la Virgen, el segundo es el privilegio de san José, su esposo. Nada más justo. Porque si la Madre de Cristo esta colocada por encima de toda criatura, José, que a los ojos de los hombres pasaba por su padre, y que había recibido por él el don de un amor verdaderamente paternal, posee una dignidad superior a la de los ángeles y a la de los otros santos, y que no cede sino ante la dignidad de María.
Según nuestras concepciones terrestres, dice un piadoso autor, nos parece que en el cielo, al paso de la Virgen delante de sus tronos, los serafines y los santos más gloriosos se levantan, la saludan y se prosternan a sus pies, proclamándola su Soberana. Pero cuando la Reina de las vírgenes, humilde hasta en el cielo, llega ante el trono de José, que es único que tiene el derecho de darle el nombre de esposa ¿no lo saluda ella primero, que lo sirvió y obedeció aquí abajo? Ante semejante espectáculo ¿qué homenaje no le tributará la corte celestial si así lo honra la Madre de Dios?
¡María! Ella es la primera que habría de descubrir un día a la mirada de una santa el incomparable resplandor del trono de su glorioso esposo, haciéndole notar cómo, al oír el nombre de José, todos los santos inclinan dulcemente la cabeza
Oración
Dulcísimo Jesús, por el tierno amor que prodigaste a tu padre, cuando vivía en este mundo, y por la indescriptible gloria con que lo has honrado en el cielo, concédeme, te lo suplico, amarlo cada día, confiar en él cada vez más, e imitar progresivamente sus sublimes virtudes. Ave María
Traducido del francés por José Gálvez Krüger para ACI Prensa