El Evangelio testimonia que José, el esposo de María, era justo (Mt 1, 19). ¿Cómo? Según una interpretación muy difundida, se trata de una justicia meramente legal. Partiendo de la suposición que José ignorara el origen divino de la maternidad de María, se le imputa, por lo mismo, la sospecha de su honestidad, con el consiguiente recurso a los caminos legales. Al ángel le corresponderá entonces el papel de revelar al perturbado marido la verdad de la virginidad de la esposa, haciendo así regresar la paz familiar. Todo sumado: un drama conyugal con un feliz final.
Según otra interpretación, que sigue la lógica requerida por la presencia de la genealogía (Mt 1, 16), Mateo quiere describir, en cambio, la vocación de José para hacer de padre del Mesías. Conociendo que María “se encontró encinta por obra del Espíritu Santo” (Mt 1,18) e ignorando qué rol le competiera en esa situación, José toma justamente la decisión de renunciar a tomar para sí mismo a su esposa. Por eso la intervención del ángel que le ordena precisamente lo contrario de lo que él había pensado, de tomar consigo a su esposa y de hacer de padre del niño. Esta segunda explicación, más en consonancia con la línea cristológica de Mateo, se inserta perfectamente en la finalidad de la genealogía, que quiere demostrar precisamente como a través del verdadero matrimonio de María, la madre de Jesús, con san José, el hijo de David, Jesús es el Mesías que realiza las promesas.
Es normal que José, ante la presencia de Dios en su casa, ha reaccionado como los justos de Antiguo Testamento echándose respetuosamente atrás. ¿NO hizo acaso lo mismo Moisés frente a la zarza ardiendo (Ex 3,5s)? ¿No actuaron de igual manera el mismo Pedro y el centurión ante Jesús (cf. Lc 5,8; 7,6)?
En la medida que el hombre percibe la presencia de Dios, respeta su acción, temeroso de estropearla o tan sólo oscurecerla. ¿No es suficiente el hálito para empañar la brillantez de un cristal? Pablo quiere decir esto mismo, cuando considerando que “Dios es quien obra en vosotros el querer y el obrar como bien le parece” recomienda atender a la propia salvación “con temor y temblor” (Flp 2, 12s).
¿Cómo pensar que José, el hombre más cercano al “misterio” divino no sea también el “temeroso de Dios” por excelencia, aquel que ha nutrido el máximo “respeto”” por su presencia y su obra?