El matrimonio de María y José tenía como finalidad la Encarnación por dos motivos, históricos el uno y teológico el otro.
El motivo histórico era el asegurar a Jesús, mediante una institución jurídica universalmente reconocida, el matrimonio, la descendencia davídica, indispensable para el reconocimiento de Jesús como Mesías. ¡Jesús debía ser hijo de David! El motivo teológico era poner en contacto con la humanidad de Jesús la primera y fundamental institución humana, o sea el matrimonio, para que él pudiese del tal modo purificarla y santificarla.
En el relato bíblico de la creación leemos que Dios ha creado al hombre a su imagen y semejanza (Gn 1,26). Esto significa que viendo al hombre, que es la obra maestra de la creación y la única creatura que Dios ha querido en sí misma, nosotros debemos poder ver en ella a Dios, que es Amor.
En la catequesis, dirigida a los feligreses que se reúnen en la Plaza de San Pedro, Juan Pablo II ha insistido por mucho tiempo, al principio de su pontificado, en presentar al hombre y a la mujer como “sacramento”, es decir signo visible, del amor invisible de Dios. Él ha subrayado cómo precisamente las diferencias, que existen entre hombre y mujer, demuestran que están hechos el uno “para” el otro, en el recíproco don de sí mismos.
El “don” es la manifestación del amor. Este don tanto más será la expresión perfecta de amor cuanto más libre sea, es decir, no condicionado por la concupiscencia o inclinación al mal, que nace del pecado original y que no sólo no permite al hombre y a la mujer expresar plenamente la libertad del don de sí, sino los conducen con frecuencia a la recíproca explotación y a veces al total rechazo del otro. Cuando los fariseos preguntaron a Jesús su parecer sobre el divorcio---que es precisamente el rechazo total del otro---Jesús contesta expresamente que era el fruto de la dureza del corazón y que: “al principio”, en el proyecto de la creación, no fue así (cf. Mt. 19,4).
¿Debido a la dureza de corazón de todos los descendientes de Adán, no existe, entonces, ninguna pareja humana capaz de reflejar plenamente el proyecto originario de Dios, de modo que sea verdaderamente la imagen creada del amor divino?
La Iglesia enseña que María es la Inmaculada Concepción. Esto quiere decir que María es criatura perfecta, íntegra, que reproduce perfectamente la inocencia y la justicia original. O sea la creatura en la cual se refleja claramente la imagen de Dios. Sin embargo, María por sí sola no agota totalmente el rol humano de ser imagen de Dios, pues Dios ha creado al hombre “macho y hembra”. Es cierto que Jesús, como hombre correspondería ciertamente a tal fin, pero se puede justamente objetar que Jesús no es solamente hombre, sino es hombre-Dios. Por otra parte Jesús nunca se ha casado y en cuanto lo que Pablo (cf Ef. 5) y el Apocalipsis (cf. 21-22) afirman de Cristo y de la Iglesia, es referido al “misterio” que debe necesariamente revelarse en una realidad visible, o sea, un signo “histórico”. Se necesita, entonces, encontrar un hombre, que complete con María, en el plan de la creación redimida, la imagen de Dios. Ahora bien, este hombre singular se llama José, “el justo” escogido por Dios mismo para ser unido a María con el vínculo matrimonial.
La “Redemptoris Mater” lo indica claramente: “El varón justo de Nazaret posee ante todo las características propias del esposo. El evangelista habla de María como de una Virgen desposada con un hombre llamado José (Lc. 1.27). Antes de que comience a cumplirse el ‘misterio escondido desde siglos’ (Ef 3, 9) los Evangelios ponen ante nuestros ojos la imagen del esposo y de la esposa (n 18).
El escaso conocimiento de esta teología, que también es parte del misterio de la Encarnación, es probablemente la raíz de la supresión de la fiesta de los santos Esposos María y José, ya establecida, en tiempos pasados, el día 23 de enero. Su restauración en la liturgia, que diócesis e instituciones pueden solicitar a la Congregación para el Culto Divino y la Disciplina de los Sacramentos, pudiera ofrecer a los pastores de almas la oportunidad de ilustrar periódicamente la doctrina del matrimonio y celebrar en forma comunitaria los aniversarios de los esposos. La iniciativa fue ya experimentada con éxito.
Además, no solamente los esposos cristianos, sino también las personas consagradas deben encontrar en los Santos Esposos el modelo de “amor esponsal” propio de su consagración, recordando el “misterio de la iglesia, virgen y esposa, la cual encuentra en el matrimonio de María y José su propio símbolo (RC, 20). ¿Pero por qué nunca se predica esta verdad?