De Don Luis Fernando Figari
Hemos repasado a toda velocidad los datos sobre san José y no nos hemos detenido a analizarlos pues no es el contenido de esta ocasión.
Ahora pasemos al tema central materia d este compartir. ¿Qué nos enseña San José para nuestra vida cristiana? ¿Cuáles son sus lecciones para hoy?
Debo reiterar que el tema no es fácil, por lo poco que se nos dice el Santo Custodio, pero tampoco es tan cuesta arriba como podría parecer. Y es que hay suficiente base para que no lo sea. Por supuesto, no se trata de simplemente aplicarle a José las virtudes cristianas que imaginamos ha de tener tan gran santo. Para acercarnos a su “fisonomía espiritual” debemos procurar dejarnos guiar por las luces de la Tradición, la Escritura y el Magisterio de la Iglesia, y buscar siempre el “en sí” de la realidad. A partir d eél describiremos las lecciones para la vida cristiana que brotan de San José, y en algunas de ellas trataremos brevemente aquí. Espero, con la gracia de Dios, en otra ocasión poder ampliar lo que acá vengo esbozando.
3.1. Un hombre Ejemplar
A la luz de los acontecimientos es evidente que San José se presenta ante nosotros como un hombre de fe profunda, intensa. No sólo con fe en la mente, que cree en Dios, sino con una fe perfeccionada por el amor, con una fe completa, integral. El perfil del Santo Custodio que acabamos de considerar nos lleva a descubrir una y otra vez al hombre de fe.ç
Si estamos acostumbrados a ponderar la fe de Abraham, y aún más la gran fe de María, debemos reconocer cómo José también aparece ante el creyente – desde la misión que le cupo desarrollar en la historia de la reconciliación – como un modelo de fe y de plena apertura a esa fe. Ésa es una de las grandes lecciones de su vida y su acción; enseñanza especialmente elocuente ante la indiferencia y el agnosticismo funcional que se presentan como una de las notas típicas del mundo de hoy.
Todas las referencias escriturísticas nos llevan a constatar el ambiente de fe en que se de desarrolla la vida de San José y que él tan magníficamente expresa. En él se ve cómo abierto al Plan de Dios, aún no conociendo los misterios de Dios, que son metarracionales, responde con toda firmeza y con toda radicalidad adhiriéndose a los misterios a él revelados, y actúa coherentemente según lo que es manifestado. Obviamente no comprende bien los misterios pero asiente confiadamente y responde con toda generosidad a la intervención providencial de Dios, cooperando con todo su ser, como les es solicitado. Cómo se ve concretizada en él la sentencia de la Epístola a los Hebreos: “La fe es firme (fundamento) de lo que se espera, la prueba de las realidades que no se ven” . Las posibles prevenciones humanas de los “cautos” y “moderados” del mundo no se ven por lado alguno. San José no está hecho a la medida de los taimados y calculadores de beneficios materiales, puestos como modelos por los parámetros materiales de una contracultura de muerte. Su respuesta es generosa, radical, amplia, clara a la fe. Ella es un mensaje que se alza hermoso y atrayente ante el mundo de hoy. Es precisamente la fe de San José un camino de realización, un camino de plenitud. Toda su conducta se funda, pues, en la fe, y en ella, como en un crisol, se purifica y perfecciona su naturaleza. La docilidad de su entendimiento y voluntad percibida en sus actos, permite deducir la marcha de su camino al encuentro de Dios ya que cumple con plena fidelidad su Plan.
Su cercanía al Señor Jesús y a Santa María lo educan en una escuela permanente de extraordinaria fe. Y sin embargo, no es que lo entienda todo, sino que en todo se deja guiar por la fe. Vive una fe muy profunda y especial, una fe encendida en el amor de ese fuego vivo que es el Señor Jesús, avivada por su cercanía cotidiana a Él, y alentada por la llama que arde vitalmente en el Corazón inmaculado de María.
“La norma general que regula la concesión de gracias singulares a una criatura racional determinada es la que, cuando la gracia divina elige a alguien para otorgarle una gracia singular o para ponerle en un estado preferente, le concede todos aquellos carismas que son necesarios para el ministerio que dicha persona ha de desempeñar” , dice San Bernardino, quien a continuación añade: “Esta norma se ha verificado de un modo excelente en San José . Y es que San José responde al don de la fe cooperando con la gracia recibida y andando ejemplarmente por senderos de fe.
3.2 Saber vivir ejemplarmente el silencio activo
Ante la magnitud del acontecimiento José no se desparrama y va por allí dando vivas voces, contándole a todos que el Mesías ha venido, que es el Hijo de su virginal esposa, y cuantas cosas pudiese contar. Guarda mesura y silencio. Se muestra con una extraordinaria modestia, que parece nutrirse de su inmersión en los misterios de los que es partícipe y a los que coopera desde su libertad. Su modestia, como don de los Alto, guarda una significativa relación a la trascendencia de los acontecimientos de los cuales es protagonista, y sobre los que guarda tan sobrio y prudente silencio.
Hay una “clima de silencio que acompaña todo lo relacionado con la figura de José. Pero es un silencio que descubre de modo especial el perfil de un silencio interior de esta figura. Los Evangelios hablan exclusivamente de lo que José “hizo”; sin embargo, permiten descubrir en sus “Acciones” – ocultas por el silencio – un clima de profunda contemplación – dice Juan Pablo II . Y efectivamente, todos los pasajes sobre San José lo muestra en silencio. Escucha, acoge y hace. A él le cuadra plenamente la gran Bienaventuranza que el Señor, poniendo de relieve las virtudes de su Santísima Madre, lanza a todos “los que oyen la Palabra de Dios y la guardan” . Igualmente ese silencio tan eminentemente activo permite aplicarle aquella otra sentencia de Jesús: “No todo el que me dice “Señor, Señor” entrará al reino de los Cielos, sino aquel que haga la voluntad de mi Padre celestial” .
El ejemplar silencio activo de San José muestra una extraordinaria posesión de sí, un señorío de sí tal que le permite descubrir en él el asiento y la expresión del conjunto de silencios de la Dirección de San Pedro . Uno a uno los vemos desfilar dibujando la “fisonomía espiritual” del Santo Custodio en quien la areté parece efectivamente unida a la fe.
El silencio activo de San José no pude menos que producir honda admiración, en especial en un mundo donde la eficacia – en sí misma neutra – aparece mutilada, sin referentes morales dignos, sin el horizonte de excelencia, de areté, que se nutren en la fe como nos es mostrada en el Santo Custodio. La Maestría personal aparece en él claramente encuadrada y referida al cumplimiento del Plan de Dios. De allí una gran lección correctiva para toda “eficacia por la eficacia”, una auténtica lección de vida que lleva a ver las cosas esenciales y a situar y a comprender la propia existencia y acción en medio de ellas, sustentándose siempre en lo esencial. El silencio activo y eficaz con que José participa en la economía de la reconciliación encontrándose y nutriéndose “en la intimidad del misterio” es decididamente un horizonte para hoy En él se da la unidad de quien, contemplado lo esencial no se queda pasmado o ensimismado, sino que al mismo tiempo es capaz de darse, como libre cooperador de la misión que Dios le encomienda, a un servicio pronto y extraordinario eficaz del plan de Dios.
San José se presenta así como un modelo paradigmático para quien está llamado a la vida activa, como un clamor para evitar desventuradas rupturas y dicotomías entre la vida de la oración y la de la acción. ¡Cómo se vislumbra su unidad interior! La respuesta a la acción de la gracia, cooperando desde sus dinamismos fundamentales, muestra un camino sólido, de la acogida a la gracia que se hace unidad personal desde la mismidad del ser. Con cuánta claridad nos permite la consideración del Santo Custodio ver la excelencia del horizonte de unidad `personal que se expresa ene sa idea de fuerza, en ese lema tan querido: “Oración para la vida y el apostolado, vida y apostolado hechos oración”.
Ese silencio externo que con tanta elocuencia nos habla en San José de su silencio interno nos pone ante un horizonte fundamental para mantener un estado de apertura y docilidad a la fuerza de la gracia, de manera que, respondiendo a ella se pueda dar oídos al Plan de Dios, adherirse a él y actuar conforme a él, con toda prontitud y sin reserva alguna. El trabajo por acoger la gracia y generar e el interior un verdadero silencio activo es fundamental para recorrer el sendero de la plenitud según el designio divino.
El silencio de San José es una invitación a trascender el bullicio externo, pero también, y de una manera más clara aún, a silenciar las voces y sonidos parásitos que ensordecen la propia interioridad y obstaculizan seriamente, cuando no impiden totalmente, escuchar el susurro de la vida, el soplo de Dios, su Palabra. Tal silencio es además, decididamente, un aliento para superar todos aquellos “ruidos” que al mostrarse en desarmonía con las luces del designio divino se evidencian como ruidosas manifestaciones de anti-vida, de anti-amor.
¡Qué enseñanza tan clara para la propia vida cristiana! ¡Qué testimonio tan alentador sobre la vital importancia del silencio!
3.3 No hace juicios temerarios
Como s eha visto por el texto mismo y por las conclusiones de la exégesis, San José no hace juicios temerarios. Si bien puede no comprender lo que pasa, o según el caso, no comprender bien todo el alcance de lo que está pasando, n se nos presenta al Santo Custodio como devorado por juicios temerarios.
Qué fácil hubiera resultado que ante un hecho tan fuera de lo común, tan singular, se despertara la sospecha, y más aún, se despertara el juicio inculpatorio. Si san José se guiara por el rasero de medir hechos que se usa según los criterios del mundo, su reacción hubiera sido fatal. Pero, por el contrario, en el Santo Custodio tenemos una reacción diversa, como aparece manifestada en los textos. Se ha dicho que es una reacción n de indecisión y hasta de escrúpulo ante el misterio, pues, “no sabía cómo comportarse ante la “sorprendente” maternidad de María” . Estaba turbado por la situación, dirá el Papa Juan Pablo II en otra ocasión .
Indecisión, sorpresa, desconcierto, incluso escrúpulo, pero no juicio inculpatorio. Tal era su confianza en María que creía totalmente en su integridad. Ya hemos visto que de haber sido así, al ser justo, debería haber aplicado la ley, lo que ciertamente no hizo. ¡No se dé lugar, pues, a cavilaciones estériles! Tal era su virtud de religión que su existencia transcurre en coordenadas que se abren constantemente al Plan de Dios. Tal era su apertura a la dimensión trascendente de la existencia humana que estaba siempre abierto ante una intervención misteriosa de Dios. Ante el testimonio de su existencia se constata cómo el colador naturalista resulta siempre un adulterador de la acción de Dios que obra mostrando su gloria. Así, pues, el racionalismo reductivo a lo intramundano no tiene cabida en la actitud que se expresa la fisonomía que de José nos presentan las Santas Escrituras. La conducta del Santo Custodio invita a la exclusión de cuanto empobrece la experiencia profundamente humana, aquella que se encuentra en el ser humano como ser trascendental, abierto a lo trascendente.
En todo caso, José no juzga, por allí no va la cosa, más bien cae en la indecisión. Dice el papa: “buscaba una salida justa que implica prudencia en el juicio, objetividad, y no la fácil salida de destruir la confianza ante una aparente situación con despreocupación por la verdad íntegra y la fácil pérdida ajena. San José es pues un ejemplo vivo del respeto a la persona, a la honra ajena, a lo que hoy se llama “derecho a la propia imagen”.
¡Y qué elocuente resulta su mensaje para los esposos hoy, para aquellos matrimonios que se ven sumergidos en tantas inútiles y no pocas veces absurdas contiendas que resquebrajan y hieren la confianza, que hieren la dignidad de uno de los cónyuges, que levantan una polvareda que va dando un testimonio desastroso ante los hijos! ¡Que ejemplo! Más aún cuando, - hemos de estar seguros – en tales casos no se trata de un acontecimiento insólitro de la naturaleza como el que José tiene que enfrentar. Más bien, San José se mueve en otras coordenadas, de la comprensión, de la reverencia, del respeto, del amor. Y como hemos visto, con toda humildad – pues eso también está claro - , el Santo Custodio espera de Dios la salida y esclarecimiento de la situación, y ciertamente recibe una luminosa respuesta que resuelve toda indecisión y todo escrúpulo que vivía ante el misterio.
3.4. Desprendimiento
Si bien algunos relatos apócrifos, es decir no canónicos ni inspirados, traen la versión de que José era anciano cuando se casa con la Virgen, hoy no pocos suelen ver en ello una nota apologética. La imagen de un hombre joven en una piedra de sepulcro del siglo III en la catacumba de San Hipólito o la del sarcófago de San Celso en Milán, de tiempos del siglo IV, contrastan con la iconografía que lo suele presentar como muy mayor, y hasta lo señala como de avanzada tercera edad, apuntando a los ochenta años. En todo caso, si bien no es posible saber exactamente la edad de San José, no parece que habría de ser tan mayor como para no poder ser esposo de una doncella joven, de unos dieciséis años. No resulta muy probable que se pueda estar hablando de un octogenario si se tienen en cuenta los trajines del viaje a Belén, la Huida a Egipto, el retorno a Nazaret. Tampoco se ve bien esta imagen de ancianidad en relación al argumento de la paternidad legal para asentar la descendencia davídica, en cuya perspectiva está la frase aquella que trae el tercer Evangelio, «Jesús... era según se creía hijo de José» , hecha más clara en una traducción que dice: «Para todos era el Hijo de José». Así, pues, se está hablando de un hombre maduro capaz de afrontar las difíciles situaciones y sin que el peso de los años torne en caricatura el argumento de la paternidad legal. Eso parece ser lo lógico de esperar según lo que podemos llegar a percibir. Y en tal caso, los posibles planes y las expectativas de José habrían de estar presentes. Sin embargo ellos desaparecen totalmente ante la conciencia de su misión. No los vemos, se diluyen ante la magnitud de la experiencia que ante él se presenta convocándolo al pleno desprendimiento frente a cualquier plan personal que pudiese existir, con la certeza interior de que la medida de la grandeza de su vida no estaba en sus propios planes sino que en realidad estaba dispuesta por la medida de la causa a la que era llamado a servir con todo su ser.
Castidad perfecta
Dentro del contexto y a la luz de la fe se puede unir este desprendimiento tan generoso por la magna causa a la que está llamado a servir, con el horizonte del Casto Custodio del fruto divino, de la pureza y continencia voluntaria y de la templanza vivida por José. Hizo de su propia virtud de castidad perfecta una custodia permanente del tesoro de la virginidad de aquella que siendo Virgen había sido hecha Madre por obra del Espíritu Divino, haciendo de puerta virginal para la entrada del Verbo Eterno hecho hombre en la historia humana.
El Papa Pablo VI considera a José en su calidad de esposo como aquel que responde al designio divino «aceptando de la familia su condición propia, su responsabilidad y peso, y renunciando, por un amor virginal incomparable, al natural amor conyugal que la constituye y alimenta» . Esta vocación tan singular de San José es la que lo hace aparecer en las imágenes con una espiga de blancos lirios o flores de malva real en la mano, que entre nosotros mejor y popularmente se conoce como la fraganciosa “varita de San José”, símbolo de la pureza. Claro que no se podría descartar el aporte a este simbolismo de alguna piadosa narración de algún escrito extracanónico, que va en la línea de la imagen fundamental del Santo Custodio canónicamente transmitida.
La elocuencia de San José adornado con tan perfecta pureza es un mensaje claro, un “signo de contradicción” ante un mundo que vive hechizado, fascinado por un “freudianismo” pragmático y subliminal y que erotiza cuanto puede, al tiempo que bombardea infatigable, a través de los medios de comunicación social, a las mentes y a los corazones con ese mensaje de erotismo, al punto de reducir la nobleza y belleza del matrimonio al mero comercio carnal. Toda pareja bien casada que vive realmente la dimensión del amor en su vida conyugal sabrá dar testimonio de que tamaño reduccionismo es un inaceptable recorte y una grave distorsión de la vocación de humanización y santidad que es el matrimonio cristiano. La amorosa donación de sí de cada miembro de la pareja en el acto conyugal no puede ser reducida a la cosificación erótica con que hoy muchos pretenden confundirla, degradándola. Su grandeza en el marco del sacramento, camino de santidad, es tan inmensa y tan bella que esos reduccionismos de los que hoy se abusa tanto constituyen una de las más graves mutilaciones del ser humano de nuestro tiempo.
Antes de terminar este punto parece oportuno señalar que la hipótesis de un posible acuerdo prenupcial entre José y María para mantener un estado virginal, en una forma excepcional del amor conyugal, no hace sino, desde esa perspectiva, abonar en favor del desprendimiento.
3.5. Auténtica paternidad
San José sabe que el ser humano que está en el seno de María no ha sido fruto suyo. Al principio, como hemos visto, está desconcertado, y con miedo. Y así dispuesto desde su experiencia interior de lo que viene experimentando es iniciado en el conocimiento salvífico de que ese Niño es obra del Espíritu Santo y de que será fuente del perdón para la humanidad. Por caminos misteriosos llega a conocer que es el Mesías prometido, no “un hijo de David” más, sino “El hijo de David”, el Esperado de los tiempos. La narración del Evangelio permite comprender la magnitud del grande misterio del nacimiento virginal. Y la mención de que la criatura será llamada Emmanuel, que quiere decir «Dios con nosotros», en alusión a un pasaje de Isaías, adquiere ante el sublime evento su sentido pleno como profecía cumplida. El acontecimiento histórico de la Encarnación en el seno virginal reclama la lectura de Isaías 7,14, y decididamente la ilumina más allá de lo humanamente imaginable. El hecho desvela la sentencia veterotestamentaria y muestra el maravilloso alcance de su sentido escondido.
A José, se le indica que no tenga miedo alguno de acoger a María en su casa, y más aún se le señala que ha de poner el nombre al niño por nacer, dándosele con ello, según la costumbre judía, la responsabilidad paterna. Los alcances de esta paternidad son muy significativos, aunque demasiado complejos para tratarlos acá. Baste decir que José es designado como padre putativo, que quiere decir que es considerado o tenido por padre, no siéndolo según la carne sino por la caridad, como dice San Agustín . Es decir que realmente asume la responsabilidad de padre: «Para todos era el hijo de José» .
San Juan Crisóstomo plantea que a San José se le dice: «No pienses que por haber sido concebido Cristo por obra del Espíritu Santo, puedes tú ser ajeno a esta divina economía. Pues aunque es cierto que no tienes parte alguna en su generación, y la madre permanece Virgen intacta, sin embargo todo cuanto corresponde al oficio de padre, sin que atente en modo alguno contra la virginidad, todo te es dado a ti. Tú le pondrás el nombre al hijo, pues aunque no ha sido engendrado por ti, tú harás con él las veces de padre. De ahí que, empezando por la imposición del nombre, te uno íntimamente con el que va a nacer» .
El Papa León XIII, pone de relieve que «José se convirtió en el custodio legal, administrador y defensor de la Sagrada Familia que estaba bajo su tutela. Y durante toda su vida cumplió plenamente con esas responsabilidades y deberes» . La paternidad de José ejercida defendiendo la vida de María y de su Hijo, así como manteniendo el hogar de Nazaret con su trabajo de carpintero, constituye una manifestación de lo que conocemos como la Familia de Nazaret y que es un horizonte ejemplar de hogar para iluminar a las familias de hoy.
San José, que por designio divino es padre legal de Jesús, en virtud del matrimonio con la Virgen María, asume, pues, la responsabilidad por el cuidado, mantenimiento y educación de Jesús. Habría que tener en cuenta el respeto y la auténtica reverencia que San José tenía ante su Hijo. La escena de Jesús perdido y encontrado en el Templo muestra este respeto de José a la libertad y a la misión de su Hijo absolutamente único. Precisamente, aunque no entiende bien el asunto, como dice la Escritura, sin embargo acoge en silencio lo dicho por Jesús: «¿No sabíais que yo debía estar en la casa de mi Padre?» . Y es que «José tuvo hacia Jesús “por don especial del cielo, todo aquel amor natural, toda aquella afectuosa solicitud que el corazón de un padre pueda conocer” » .
Padre trabajador
Vinculado a este tema de la paternidad está el de sustentador del hogar; es decir el tema de San José como padre trabajador y más aún como patrono de los trabajadores. Precisamente por medio de su trabajo aportó al necesario sustento de la familia a él encomendada.
Al realizar el trabajo cotidiano el Santo Custodio tuvo ocasión de ejercitarse en múltiples virtudes, desde la humildad, pasando por el hacer las cosas sencillas del día con el horizonte de la fidelidad al divino Plan, cooperando con el designio de Dios al usar rectamente del mundo para el servicio del ser humano, como tener conciencia del origen de los bienes que con su labor transformaba y reverencia por las personas hacia las cuales el fruto de sus trabajos estaba destinado.
Los rasgos espirituales que se muestran por los datos que tenemos del Santo Custodio, permiten concluir la notable unidad interior que lo lleva a la pronta y generosa obediencia. Ella misma permite concluir que el trabajo era para él no sólo ocasión de ganar el sustento para sí y su familia, sino una excelente ocasión para orar, haciendo concreto en su vida cotidiana el adagio ora et labora. Al ocuparse en el trabajo manual, el espíritu de José de Nazaret estaba en presencia de Dios, según se concluye de los dones que ha de haber recibido para el cumplimiento de su misión paternal y de custodia de los misterios virginales, así como por las lecciones de intensa vida interior que una existencia al lado del Señor Jesús y de la Virgen María sin duda le habrán enseñado. Las características de la vida laboral de José, unidas a los otros trazos que de él nos pinta la Sagrada Escritura, permiten ver un cuadro que no puede menos que calificarse de contemplativo. Así, pues, contemplando los misterios de Dios en su propio hogar de Nazaret, San José prolonga esa actitud de contemplación en la reverencia al realizar sus quehaceres cotidianos, en su trabajo diario, en su acción. Aparece así como un modelo magnífico para nuestro tiempo, por tantas valiosas razones.
La Iglesia ha visto en el Santo Custodio al modelo del hombre de trabajo. Aunque esto es bastante conocido, no por ello he querido dejar de mencionarlo aunque sólo fuera brevemente.
3.6. Protector de la Iglesia
Muy unida a la paternidad de San José y a su tutela de la Familia de Nazaret, está su relación con la Iglesia. El Papa León XIII, en un rico desarrollo teológico, destacaba que: «Desde el mismo hecho de que la Santísima Virgen es Madre de Jesucristo, ella es Madre de todos los cristianos a quienes dio a luz en el monte Calvario en medio de los supremos dolores de la Redención. Jesucristo es en cierta manera el primogénito entre los cristianos... Y por tal razón el Santo Patriarca considera a la multitud de cristianos que constituyen la Iglesia como confiados especialmente a su cuidado... Es, por ello, conveniente y corresponde que así como San José atendió a todas las necesidades de la familia de Nazaret y le concedió su protección, cubra ahora con el manto de su celeste patrocinio y defienda a la Iglesia de Jesucristo» .
3.7. Plena disponibilidad
Nuevamente, ante la lección de los relatos y la reflexión que vamos compartiendo se ve a José como una persona totalmente generosa y disponible. El Papa Juan Pablo señala que con sus actos San José va «demostrando de tal modo una disponibilidad de voluntad» que no vacila en calificarla el Santo Padre como «semejante a la de María» . En verdad edifica inmensamente su prontitud en la respuesta. Tan pronto escucha al ángel reacciona magnánimamente respondiendo a lo que le es señalado. Esta plena y total disponibilidad como que está entretejida con las características que hemos visto y con la obediencia.
Tanto lo que la Iglesia nos enseña, como los misterios en los que San José participa nos iluminan en los alcances de su plena disponibilidad. Libre de todo cuanto pudiera atarlo o limitarlo, el Santo Custodio está siempre dispuesto para darse con toda celeridad y santa eficacia al cumplimiento del designio divino. Su vocación a la plena disponibilidad se concreta ejemplarmente en su vida y en su acción junto al Señor Jesús, y a Santa María. Su plena disponibilidad resalta nítidamente en las características con las que responde a las situaciones que se presentan en el cumplimiento de la misión a la que ha sido convocado al servicio del Plan de Dios. Su total consagración a su misión se alza como ejemplo para cuantos están llamados a cooperar con el divino Plan en una vocación de plena disponibilidad.
3.8. Obediencia paradigmática
Ya algo hemos adelantado sobre la ejemplar obediencia del Santo Custodio. Ella es sin duda paradigmática, y eso quiere decir ejemplar, digna de imitación, modelo para todo aquel que quiere seguir al Señor. Por ahora sólo añadiremos que como el “Hágase”, el Guénoito, el Fíat de María, San José claramente evidencia con sus actos acoger todo lo que Dios le manifiesta como su designio. Justamente, luego del “Sí” de María en la Anunciación-Encarnación, tenemos a San José como el primero, que a semejanza de María, da su propio “Sí” al divino Plan. Esa obediencia, que además tiene un rasgo de prontitud, de inmediatez, se extiende a todo el Plan de Dios para la persona concreta.
La paradigmática respuesta de San José, queda como un horizonte para todo cristiano, independientemente de su estado y vocación. Es la apertura al designio divino, haciendo propio cuanto Dios muestra como intención suya, tanto en la adhesión a la fe de la Iglesia y cuanto ella pide, y a las concreciones del designio divino en la situación particular de cada cual siempre en vistas al horizonte de plenitud hacia el que debe avanzar todo ser humano, cooperando con la gracia, es decir, es una apertura a la realización del Plan de Dios en el propio caminar.
Precisamente, la palabra “justo” con que se traduce el griego díkaios, que aparece en el pasaje de San Mateo que hemos venido teniendo como telón de fondo, habla de una persona que vive, piensa y actúa en conformidad con el designio de Dios en todo momento. Como tantos otros el tema da para mayores precisiones. Pero, para comprender que hemos de ser obedientes al Plan de Dios, en general y en sus específicas manifestaciones para nosotros, baste con decir que debemos tener a José, el justo, como modelo que ilumine nuestro caminar.
3.9. El amor a Dios y la unión con Jesús y María. El amor a todos
Antes de ingresar al último acápite —habiendo recorrido sólo algunos de los temas que se podían tratar y hecho todo de manera breve— se hace necesario y justo decir algunas palabras del amor a Dios en San José y de su amorosa unión con Jesús y con María.
Sobre lo primero —el amor a Dios— nuevamente hay que destacar la ejemplaridad en la vida de José de Nazaret. Él amó a Dios tanto como lo pudo amar. Las distintas reflexiones realizadas nos muestran a ese amor como el río subterráneo que va alimentando y dándole vida a cada uno de los acontecimientos concretos, a cada una de las características consideradas. La piedad a Dios de San José no sólo se expresa en esa dimensión fontal, sino que además de percibirse en el trasfondo de su conducta, está señalada explícitamente en el relato de San Lucas cuando lo sitúa en el marco del cumplimiento de diversos preceptos y de visitar anualmente la Casa de Dios. Obviamente, el amor de San José se muestra más que con esa breve referencia y otras del Evangelista, con su obediente, pronta y permanente respuesta a Dios que evidencia un ejercicio perseverante de la presencia divina, y además una entrega permanente de su corazón al Señor, una presencia de Dios y una adhesión a los designios divinos en el corazón de San José. En la entrega de lo que más aprecia, y además, de sus planes, y en esa entrega de sí mismo, en esa entrega de todo lo que es y de todo lo que posee, se muestra la perfección de la caridad, del amor a Dios en el Santo Custodio.
Sobre la unión de José con Jesús, cabe repetir con el Papa Juan Pablo II una sentencia, tanto más adecuada ante la necesidad de expresar el asunto en forma breve: «Puesto que el amor “paterno” de José —dice el Papa— no podía dejar de influir en el amor “filial” de Jesús y, viceversa, el amor “filial” de Jesús no podía dejar de influir en el amor “paterno” de José, ¿cómo adentrarnos en la profundidad de esta relación singularísima?» . El velo del misterio nos hace retroceder reverentes ante tan íntima y tan profunda unión, así como ante esa tan singular relación paterno-filial.
Y sobre la perfectamente casta unión de «estrecha intimidad» con Aquella cuya fe se encuentra con la de José , habría que decir que la magnitud de su unión espiritual es sólo perceptible por la unión, de cada uno de ellos, de María y de José, desde su propia realidad, en la participación de los extraordinarios misterios de Dios que les fueron comunicados y a cuya realización, cada uno según su propio llamado, fueron invitados a cooperar viviendo la primicia de la fe, a punto tal que el Santo Padre dice: «Teniendo a la vista el texto de ambos evangelistas Mateo y Lucas, se puede decir también que José es el primero en participar de la fe de la Madre de Dios» . El puro y castísimo amor de José por María es un asunto, que por su naturaleza y por el grado de libre cooperación de ambos a la gracia, escapa —como la relación de José con Jesús— a toda posibilidad de descripción y que ha de calificarse de tan perfecto y profundo, por esa cooperación total y generosa con la gracia, como el Plan de Dios consideró que fuera.
Y esta vida de amor, esta existencia nutrida y rodeada y expresada en el amor, de San José, por su perfección misma, se ha de entender prologándose en un abrazo solidario a todos los seres humanos, en particular dada la definitiva universalidad del gran Misterio de Amor del que se le invita a ser eximio y singular cooperador, luego de Santa María Virgen. Porque por el Señor Jesús llega la salvación, «porque él salvará al pueblo de sus pecados» .
Transcrito por José Gálvez Krüger para ACI Prensa