De Don Luis Fernando Figari
Capítulo I
El nombre de José aparece varias veces en la Sagrada Escritura. Por ejemplo, tenemos a un José hijo del músico Asaf . También hay un José sacerdote en Jerusalén, en tiempos del regreso del destierro de Babilonia . Dos aparecen en la genealogía que presenta san Lucas . Y también tenemos a José de Arimatea , discípulo secreto del Señor que pide a Pilato autorización para enterrar el santo cuerpo del señor Jesús en un sepulcro nuevo que, según se cree, tenía preparado para sí mismo. Incluso hay relatos extensos sobre algunos de ellos, como por ejemplo sobre José, hijo de Jacob, figura o tipo, del Santo Custodio . Pero de todos los José que aparece en el Antiguo y en el Nuevo Testamento, nos interesa tratar de José de Nazaret, el casto esposo de la Virgen María, el justo Custodio del señor Jesús, el apoyo de la familia de Nazaret.
Como ocurre en relación a la Santísima Virgen, sobre San José la Escritura es sumamente sucinta. Y la Tradición no lo es menos. Tenemos suficiente noticia para saber algo de él, lo sustancial en el horizonte de la salvación, pero eso suele parecer demasiado poco para la visión e intereses modernos. A veces el ser humano de hoy quisiera una biografía completa, pero como bien sabe todo el mundo no se trata de eso. A pesar de su historicidad y de su referencia a acontecimientos ocurridos en la historia, la perspectiva neotestamentaria no es ni pretende ser biografía en el sentido moderno, ni mucho menos pretende responder a ciertas perspectivas y curiosidades de los tiempos actuales. Los pasajes de la que hasta hace pocos años se llamaba abiertamente y sin ambages historia sagrada – por su mega género- ofrecen una presentación de los acontecimientos ocurridos, buscando ofrecer los datos en una trama literaria que los haga comprensibles, que transmita el mensaje de salvación querido por Dios. Es decir, permitiendo con todo ello captar lo que Dios ha querido que se consigne en esos pasajes para manifestarlos en la historia de la reconciliación. Ellos, obviamente, tienen una finalidad e intencionalidad salvífica dado que traen “todo y sólo lo que Dios quería” . Apuntan a la fe y portan esa intencionalidad, lo que de ninguna manera puede dar lugar a minimizar la historicidad , de los acontecimientos reduciéndolos a meras creaciones literarias de carácter teológico. ¿Qué sentido podría tener teologizar sobre “lo no acontecido”? ¡Obviamente ninguno! Resulta evidente a las categorías de la fe, y pienso que igualmente a las de la sana razón, que el acontecimiento salvífico precede y sustenta el relato del mismo y su expresión literaria inspirada.
A propósito de esta alusiones al relativismo introducido por el racionalismo de la llamada Ilustración, y que hoy en día se expresa en tantas formas procurando “dominar” el misterio o quizá “vaporizarlo” –según su horizonte reductivo a lo intramundano, creo oportuno recordar aquí esa mayúscula lección de comprensión de la realidad y acción divina que nos trae el profeta Isaías cuando señala que Dios dice: “Porque no son mis pensamientos vuestros pensamientos ni vuestros caminos mis caminos –oráculo de Yahvé – Porque cuanto aventaja los cielos a la tierra, así aventajan los cielos a la tierra, así aventajan mis caminos a los vuestros y mis pensamientos a los vuestros” . Así pues, los textos neotestamentarios al relatar los misterios del acontecimiento salvífico lo hacen en una distancia teológica que busca ser fiel al sentido salvífico de los referentes que se eligen, respondiendo a la divina inspiración. Y precisamente el sentido inspirado de los escritos, así como su canonicidad proclamada por la Iglesia, nos permiten estar muy serenos al tomar los Sagrados Escritos como los prersenta y lee la Iglesia.
Haciendo evidente la prolongación del lugar humilde que ocupa San José en la piedad y en la temprana vida de la Iglesia, el Papa Juan XXIII, señala que el santo Custodio “permanecido siglos y siglos en su característico ocultamiento, casi como una figura decorativa en el cuadro de la vida del Salvador. Y hubo de pasar algún tiempo – sigue diciendo el Papa bueno – antes de que su culto penetrase los ojos al corazón de los fieles y de él sacasen especiales lecciones de oración y confiada devoción” .
En los primeros siglos los Padres de la Iglesia se refieren a San José casi al paso, y usualmente en relación del Señor Jesús y a la virginidad de Santa Maria. Sin embargo sus ricas y valiosas reflexiones, y los planteamientos que de ellas brotan, permiten considerar que hacia mediados del siglo V los elementos más característicos de la comprensión teológica y espiritual sobre San José ya han sido planteados. Existen, además, muy antiguas narraciones extracanónicas, algunas de las cuales parecen tener su expresión en Egipto y Palestina de los siglos III y IV. No pocos de los datos de esos tiempos fueron recogidos por Padres de la Iglesia, abriéndose camino a la Iglesia de habla griega y luego más lentamente a la de habla latina. De esta base y de la piedad popular y litúrgica, a sí como de la tradición antigua, algunos santos, doctores y pensadores eclesiales van tomando creciente interés en la figura de San José. En el camino no faltan ciertos hitos importantes.
En cuanto a la Iglesia en Occidente se refiere, pueden ser recordados autores como Rábano Mauro, en el siglo IX; San Bernardo de Claraval, e el siglo XII; Pedro Juan Olivia, en el siglo XIII; diversos autores que escribían en el género de “Vida de Jesucristo”, tan en boga en los siglos XIII, XIV y XV; el Papa Sixto IV, quien incluyó la fiesta de San José en el Calendario Romano hacia el año 1479. Sin embargo, parece que es a partir de los siglos XV y XVI, en la época de las reformas católicas, cuando se empiezan a producir trabajos enteramente dedicados a San José, así como a profundizar en las reflexiones en torno del Santo Custodio. En este tiempo también crece significativamente su devoción.
En tierras americanas, la devoción a San José se descubre ya en los albores de la evangelización constituyente. Para 1555 su devoción estaba tan extendida que el Santo Custodio fue proclamado Patrón de Nueva España. En el Perú, en 1560 el primer Arzobispo de Lima, fray Jerónimo de Loayza, autorizó el funcionamiento de la “Hermandad de San Joseph”. A finales de ese siglo XVI, Santo Toribio de Mogrovejo, Arzobispo de Lima entonces, dispuso que se guardase el día de la fiesta del santo, es decir, que fuese fiesta de guardar, En 1624, alcanzando una dimensión geográfica que cubre lo largo y ancho del Continente, tenemos que nueva Francia (Canadá) se pone bajo la protección del Santo Custodio. Y para 1679 se conocen unas cartas apostólicas del Papa Inocencio XI, que aluden a San José como Patrono de todos dominios españoles.
El llamado arte virreinal, de México a Perú y Bolivia, refleja algo de la devoción al santo, mostrando en sus cuadros e imágenes representaciones de San José, en los misterios del Nacimiento del señor, la Huida a Egipto, la vida de la Familia de Nazaret, el Santo Custodio con el Niño Jesús, plasmando así la devoción que se arraigaba en el Pueblo de Dios peregrino en estas tierras.
El que dos importantes ciudades americanas lleven el nombre del Santo es también un indicio de la devoción popular. Se trata de San José de Costa Rica, fundada hacia el primer tercio del siglo XVIII en el Valle Central, y hoy capital de la República de Costa Rica, y San José de California, fundada en el tercio final del siglo XVIII, y por algunos años capital del estado de California, durante el siglo XIX. Hoy ha pasado a ser la ciudad “capital” del famoso Silicon Valley de los Estados Unidos. Hay otras ciudades que llevan el nombre de San José, no sólo en América Latina, sino en Norteamérica, como ejemplo aquella ciudad al noroeste del río Missouri, donde termina el famoso pony Express, aquel servicio de correos norteamericano del siglo XIX. En verdad desde manifestaciones de devoción popular, hasta templos, abadías, universidades, colegios, la geografía de América está jalonada por expresiones de devoción a San José.
En el Perú la devoción al Santo Custodio estaba tan extendida que al cristalizarse la emancipación, el Congreso Constituyente de 1828, al restituir al pueblo ciertas fiestas religiosas declaró que el “Congreso elige y toma como Patrono de la República (del Perú) al glorioso San José”. Esto ocurría el 14 de marzo de 1828. La Asamblea Episcopal de 1957 pide al Papa Pío XII la confirmación de San José como Patrono del Perú realizada más de un siglo antes. Y así fue concedido por el Sumo Pontífice.
Son sólo algunos pocos hitos geográficos e históricos, pero ellos nos muestran cómo ya desde hace siglos, en tierras americanas la devoción a San José es un hecho.
Volviendo al hilo de la historia, en el siglo XVII se da una profusión de obras sobre San José. La fiesta del santo es incluida en el calendario de la Iglesia universal, en tiempos del papa Gregorio XV, en 1621, como fiesta de precepto. También son fundadas diversas congregaciones religiosas que llevan su nombre. El entusiasmo como que va declinando un tanto con el advenimiento de la Ilustración, y del racionalismo que la impulsa, y para el siglo XVIII hay unos pocos autores que se interesan por ahondar en la vida del Padre legal del señor, entre ellos, por ejemplo, Leonardo de Puerto Mauricio, san Alfonso María de Liborio, y en América, A. de Peralta, quien escribe en México unas Disertaciones escolásticas sobre San José, También en el Continente de la Esperanza, en el Brasil de primer tercio del siglo XVIII, se difunde la “devoción a los Tres Corazones”, de Jesús, María y José. Obviamente, durante todo este tiempo, la piedad de los fieles por el Santo Custodio sigue viva.
Los siglos XIX y XX van a ser testigos de un renovado y creciente interés en San José. Tanto teólogos como autores espirituales, así como movimientos de piedad popular marcan esta renovación de la devoción al Santo Custodio. El proceso será alentado e impulsado principalmente por los Sumos Pontífices. Hay muchas referencias en diversos documentos pontificios. Pero, no es el momento de recorrer ese camino, aunque sí quisiera mencionar cinco hitos importantes:
1) La proclamación de San José como Patrono de la Iglesia Universal, por el Papa Pío IX, precisamente el 8 de diciembre de 1870, en la Solemnidad de la Inmaculada Concepción, fijándose ya entonces la tradicional fiesta del 19 de marzo como la de su Patrocinio sobre la Iglesia universal.
2) La Encíclica Quamquam pluries del 15 de agosto de 1889, del Papa León XIII, en donde se desarrollan de manera articulada los motivos que fundamentan que San José haya sido proclamado Patrono de la Iglesia.
3) El anuncio realizado por el Papa Pío XII designado el 1º de mayo como la fiesta de San José obrero, en la que encomienda a los obreros de todo el mundo el patrocinio de San José.
4) La proclamación de San José como Patrono del concilio Ecuménico Vaticano II, por el Papa Juan XXIII, el día de su fiesta, el 19 de marzo de 1961.
5) Por su especial cercanía y profundización en la reflexión sobre San José, la exhortación apostólica Redemptoris custos – Custodio del Redentor – promulgada por el Papa Juan Pablo II, en la solemnidad de la Asunción de María, el 15 de agosto de 1989, a los cien años de la Quamquam pluries.
Transcrito por José Gálvez Krüger para ACI Prensa