Al inicio de la genealogía de Jesús, Mateo coloca justamente a Abrahán, porque de él desciende el pueblo de la promesa. “Dios amantísimo – leemos en la Constitución “Dei Verbum” (n. 14) – buscando y preparando solícitament la salvación del género humano, con singular favor se eligió un pueblo, a quien confió sus promesas”. Pues bien, las promesas fueron dirigidas a Abrahán y a su descendencia. No dice “y a sus descendientes”, como si fueran muchos, sino auno solo, a tu descendencia, es ecir a Cristo” (Ga 3, 16). Jesús de hecho no es sólo el destinatario de las promesas, sino s la promesa misma realizada, como Pablo escribe; “Pues todas las promesas hechas por Dios, han tenido su sí en él” (2 Cor 1, 20).
Todo tiene origen, con la vocación de Abrahán: “Vete de tu tierra, y de tu patria, y de la casa de tu padre, a la tierra que yo te mostraré. De ahí haré una nación grande y te bendeciré. Engrandeceré tu nombre, que servirá de bendición. Bendeciré a quienes te bendigan y maldeciré a quienes te maldigan. Por ti serán benditos todos los linajes de la tierra (Gn 12, 1-3). Abrhán tenía entonces setenta y cinco años y su mujer Sara era estéril. Abrahán damos justamente el título de nuestro padre en la fe”, porque la existencia y el porvenir del pueblo elegido, y consecuentemente el proyecto divino en él confiado, dpenden de sus actos d efe (cf Hb 11, 8-19).
Dios concluye con Abrahán una alianza: A tu descendencia he dado esta tierra, desde el río de Egipto hasta el Río Grande, el río Eufrates (Gn 15, 18) y la renueva a los noventa y nueve años. Dios cumple su promesa, porque cuando Abrahán cumple cien años y Sara noventa (cf. Gn 17,17), de Sara nació Isaac: Dios me ha dado algo de qué reir; todo el que lo oiga se reirá conmigo” (Gn 21,6). Jesús, que es el verdadero hijo de la promesa, se considerará a si mismo coo el sujeto directo de aquel gozo de Abrahán: “Vuestro padre Abrahán se regocijó pensando en ver mi día; lo vio y se alegró” (Jn 8, 56). La fe de Abrahán alcanzó la más alta expresión en la obediencia a las órdenes de Dios, cuando Él le indicó sacrificarle a su hijo Isaac. La descripción del episodio es conmovedora (Gn 22) y termina con la renovación de las promesas por parte de Dios.
En los relatos bíblicos la figura de Isaac queda más bien en la sombra, superada por la grandeza a quien se transmite la bendición divina.
El nacimiento singular de Isaac, acontecido contra toda esperanza humana por motivo de edad avanzada de los padres, servirá a Pablo para demostrar que no todos aquellos que descienden físicamente de Abrahán son sus hijos, son sus hijos, sino sólo los que participan de su fe. Citando la promesa de Dios: “Por Isaac llevará tu nombre una descendencia” (Gn 21, 12), concluye, concluye que: “no son hios de Dios los hijos según la carne, sino que los hijos de la promesa se cuentan como descendencia” (Rm 9,8; cf Mt 3,9).
En otro contxto, Pablo aleineta a los cristianos perseguidos por los judíos, comparándolos con Isaac: “Y vosotros, hermanos, a la manera de Isaac, sois hijos de la promesa. Pero, así como entonces el nacido según la naturaleza per4seguía al nacido según el espíritu, así también ahora” (Ga 4, 28-29). Isaac perseguido y sobre ofrecido en sacrifcio por Abrahán, será considerado como figura de Jesús, mientras la fe de Abrahán (cf Rm 4, 20 ss, Hb 17,17 ss), sera relacionada con la de san José, justamente invocado “esplendor de los Patriarcas”, porque en él se suman todas sus virtudes.
Tomado de
Stramare, Tarcisio
San José en la historia de la salvación
Transcrito por José Gálvez Krüger para ACI Prensa