Tarcisio Stramare O.S.J.
En la exhortación apostólica “Redemptoris custos” Juan Pablo honra en sumo grado a san José llamándolo expresamente “primer depositario del misterio de Dios”, con María y junto con María. Este “misterio” escondido desde el origen de los siglos en Dios /cf. Ef 3,9), no es sólo la manifestación de verdades sobrenaturales sobre Dios y el hombre, sino que es Jesús el Hijo de Dios, definido como “autorrevelación de Dios”, el cual “nace de mujer para legar a ser uno de nosotros y comunicarnos así la adopción a hijos, haciéndonos partícipes de la naturaleza divina.
Todo esto supone la inserción de lo eterno en el tiempo, o sea en la Historia: a través de acontecimientos providenciales s ellega a la hora decisiva, cuando el Verbo de Dios se encarna, momento que san Pablo llama justamente “la plenitud de los tiempos”. La autorrevelación de Dios llega entonces a su fase culminante.
La Sagrada familia nos enseña que esta fase culminante, esta hora decisiva, que es la encarnación del Verbo, ha sido preparada cuidadosamente a lo largo de los siglos, insertándose como parte integrante de una larga historia, denominada “historia sagrada”.
Todos sabemos qué es la historia, porque nosotros mismos somos parte de ella, insertados en una concatenación de hechos que nos preceden, nos acompañan y nos siguen. Más adentro de esta historia de que el hombre se considera protagonista, hay otra historia, mucho más importante, que depende de la directa intervención de Dios, por la cual la misma historia del hombre se transforma en historia divina, la historia sagrada.
La constitución “Dei Verbum” pone en evidencia en la realidad de la revelación sus diversos elementos, que juntamente componen y actúan el designio divino; la historia de la salvación, constituida por acontecimientos y palabras íntimamente conexos entre sí, y el misterio contenidos en ellos (n.2). La intervención de Dios se refiere siempre al hombre, que es la única criatura querida por Dios en sí misma. Considerada desde el punto de vista humano, definimos tal intervención “historia de nuestra salvación”, expresión que nos es familiar; considerada desde el punto de vista de Dios, deberíamos mejor definirla como historia del Salvador según la conocida afirmación de san Jerónimo: “El desconocimiento de las Escrituras es desconocimiento de Cristo”, en cuanto ellas nos hablan de Él y de lo que Él ha hecho por nosotros.
El libro del Apocalipsis, que concluye toda la Sagrada Escritura, presenta a Jesús precisamente como el rey de la historia, porque es con Él que la historia comienza y termina. La genealogía de Jesús nos ayuda a leer los hechos de esta historia, que se desarrolló en los siglos alrededor de personajes que desde Abrahán descienden de Jesús. José es el último eslabón de esta cadena, que alcanza directamente la humanidad de Jesús: su relación de paternidad “lo sitúa lo más cerca posible de Jesús, término de toda elección y predestinación (cf Rm 8, 28)”, (RC, n. 7).
Primer depositario, junto con María, del misterio de Dios, José está para siempre ligado, en la economía de la revelación, a la encarnación y también a la redención, ya que con ella constituye una unidad orgánica e indisoluble. De aquí la conclusión de Juan Pablo II: “Precisamente por esta unidad el Papa Juan XXIII, que tenía gran devoción a San José, estableció que en elCanon romano de la misa, memorial perpetuo de la redención, se incluyera su nombre junto al de María, y antes del de los Apóstoles, de los Sumos Pontífices y de los Mártires” (RC, n.6). No se entiende por qué esta prescripción de la inserción de las palabras “con José su esposo” no tenga vigencia para todos los Cánones de la Misa, y, de la misma manera, por qué el nombre de san José no siga de inmediato el de de María en las Letanías de los Santos.
Tomado
Stramare, Tarcisio.
San José en la historia de la salvación
Transcrito por José Galvez para ACI Prensa