Jesús perdido durante tres días (II)
¡Tres días y tres noches de desolación para esas dos almas que unía el tierno amor de Jesús! Lo buscaban, dice el santo Evangelio, entre sus amigos y sus conocidos, con quienes lo creía (Lc I); ambos profundamente inquietos y afligidos, elevando a Dios, en una oración incesante, sus corazones oprimidos, ambos modelos de paciencia, de resignación y de dulzura en medio de una pena tan amarga. Perdemos tan a menudo, cometemos tan fácilmente el pecado que fuerza a Jesús a alejarse, sacrificamos a Jesús, el bien eterno, a una palabra malvada y maldiciente, a una mal pensamiento, aun temor, nacido del respeto humano, y cuando lo perdemos ¿lo buscamos? ¡Frecuentemente pasan meses y años antes que nos tomemos el trabajo de buscarlo! Hijos, están en la mañana de la vida, la gracia de la primera comunión está todavía con ustedes; Jesús habita, por esta gracia, en el fondo de sus almas: ¡no lo fuercen a desaparecer! No lo arrojen faltando a la caridad, a la pureza, a la humildad, ¡si la pierden, a quién tendrán por amigo! (Imit.) y, si por desgracia, lo han ofendido, búsquenlo rápido, no esperan que llegue la tarde; pidan a San José que los asista para conservar a Jesús o para recuperarlo.
Oración
Dios de las misericordias, que has elevado al bienaventurado José ala gloria de ser el tutor de tu divino Hijo y el Esposo de la santísima Virgen, concédenos, por la intercesión de este gran santo, la gracia de conservar nuestros corazones puros y sin mancha, para que podamos aparecer un día delante de ti, revestidos de inocencia y ser admitidos al banquete celeste. Por Jesucristo nuestro Señor.
San José, modelo y patrón de las almas interiores, ruega por nosotros.
Ejemplo
Un niño de cinco años rezaba arrodillado delante de la estatua del buen santo; su fervor y su perseverancia arrancaban lágrimas a los presentes. El pobre niño tenía un padre que, hacía trece años permanecía ajeno a toda práctica religiosa. “hay que pedir la conversión de tu padre a San José”, le había dicho un devoto servidor del gran Patriarca. El niño, dócil a la recomendación, había rezado más de una hora. Esto fue un miércoles. La mañana del jueves, el padre, tocado por la gracia, pidió espontáneamente un sacerdote y se reconcilió con Dios. ¡Qué feliz soy! Exclamó después de la comunión,”quiero vivir en adelante como buen cristiano”. Seis semanas más tarde, hubo un derrumbe en una de las canteras de los alrededores, y este padre de familia fue la desventurada víctima. San José que le había obtenido el perdón de sus faltas, le habrá procurado, lo esperamos, la gloria del paraíso.
Traducido por José Gálvez Krüger para ACI Prensa