Décimo quinto día

Jesús perdido durante tres días

La ley de Dios regulaba todas las acciones de la sagrada familia; igualmente, ella celebraba la Pascua yendo a Jerusalén para orar en el templo e inmolar la oblación prescrita por Moisés. Con qué pureza, qué fe, con cuánto ardor san José, este digno hijo de los patriarcas, y la divina Virgen, hija de David no conducirían a la ciudad santa al Niño, el divino depósito, que debía construir para Dios una Iglesia cuyo dominio se extendería sobre todo el universo, y que debía mediante su propia muerte, presentar al Señor, ¡en todo momento y en todo lugar, una Víctima pura y santa!
Pero esos tiempos estaban lejanos todavía, y oculto en la sombra, Jesús se mostraba el más fiel observador de la alianza. A la edad de doce años, subió, como de costumbre, al templo con sus padres, cumplieron las ceremonias prescritas; pero al regreso, María y José buscaron en vano a su bien amado; caminaron un día entero sin encontrarlo. Fueron colmados por la inquietud y la pena; el alma tan devota de san José sufría una cruel angustia y se preguntaba si su amor no se mostraba al la altura de sus funciones celestes, si había guardado fielmente el depósito con que Dios lo había investido. Su corazón tan puro no tenía que temer reproche alguno, pero nosotros ¿cómo conservamos su gracia y su amistad? ¿qué recuerdo conservamos de la sagrada comunión, cuando tenemos la dicha de la hacerla?

Oración

Recuerda, o buenísimo, amabilísimo y misericordiosísimo san José, que el gran San Teresa asegura que jamás dejo de ser escuchada cuando acudió a tu auxilio. Animado con tal confianza, oh Padre mío, vengo a ti, gimiendo bajo el peso de mis numerosos pecados, me arrojo a tus pies; oh Padre mío no rechaces mis pobres y débiles oraciones, sino escúchalas favorablemente y dígnate concedérmelas. San José. A quien el rey de la gloria y la Reina de los cielos quisieron estar sometidos, ruega por nosotros.

Ejemplo

Kampteer, 28 de junio de 1872

“Usted sabe que regresé a la misión en tristes condiciones. El huracán de noviembre de 1870 había causado terribles destrozos en Vizagapatam. Nuestros establecimientos habían sufrido grandemente. Todo el mundo miraba como arruinada para siempre mi empresa de desecado, comenzada bajo auspiciosas condiciones cerca del pueblo, y sobre la cual fundaba tantas esperanzas. No sé si recuerda que dije a la reverenda madre E., que me anunció este desastre en Annecy. “Todo no puede estar perdido, porque dejé a San José para cuidar y proteger la obra”. A mi regreso a Vizagapatam, después del Concilio, cuando se me dijo que no hacía falta pensar en retomar los trabajos. Pregunté qué había ocurrido con “mi san José”. Se le había transportado a la ciudad; pero lo que no s eme dijo, inicialmente, era que la estatua y la cámara que le servía de capilla habían permanecido en pie, intactas, a pesar de todos los furores del huracán. Esto sorprendió incluso a los paganos. En la actualidad, los trabajos están más avanzados que antes de los desastres, y no se duda del éxito de la empresa. Muchas familias paganas han pedido afincarse sobre este terreno nuevamente desecado, prometiendo hacerse instruir”.


Traducido del francés por José Gálvez Krüger para ACI Prensa