Huída a Egipto
El Ángel del Señor apareció en sueños a José y le dijo: Levántate, toma al Niño y a su madre y huyan a Egipto (Mateo II). El rey Herodes, temiendo al Rey de los Judíos que los magos vinieron a adorar, dicto sentencia de muerte contra todos los niños pequeños, que se encontraban en las inmediaciones de Belén; el Ángel advirtió al santo Padre nutricio que llevara a Egipto a ese sagrado Rey, que reinará sobre las naciones a través del madero de la Cruz. San José obedeció al punto, y se puso en camino con su santa Esposa que llevaba su tesoro en sus brazos. Están sin guía, sin apoyo, temerosos de los soldados de Herodes; el corazón consagrado de San José tiembla por Jesús y se enternece por las fatigas de María; sólo su inquebrantable confianza en Dios lo sostiene, y camina hacia ese país desconocido, inhospitalario, ocupado siempre del doble tesoro confiado a su vigilancia. Una antigua pintura encontrada en las Catacumbas de Roma representa a la sagrada familia huyendo a Egipto. Jesús reposa sobre el seno de María, se apoya sobre el santo anciano José. ¡Si pudiésemos, a lo largo de nuestra vida, bajo el ojo de Dios! ¡Confiando en el cuidado de su Providencia, con María por Madre y San José por guía y por protector! Así evitaríamos el pecado, y las tentaciones del demonio, más peligroso que los satélites, y llegaremos felizmente al término del viaje, no Egipto sino e cielo.
Oración
Oh Dios, admirable en tus santos, que has querido mostrarte más admirable en san José, estableciéndole como dispensador de los dones celestes sobre tu sagrada familia, concédenos alcanzar felizmente a puerto de salvación, ayudados por los mérito y las oraciones de ese gran santo cuyo nombre invocamos con confianza, por Jesucristo Nuestro señor. ¡Qué el nombre de José sea bendito, ahora y siempre!
Ejemplo
Abbas, 17 de agosto de 1870
¡Por la gloria de san José! Después de algunos días, encontrándome en una ansiedad crudelísima respecto de un hijo que tenía en el ejército del Rhin, y del que no había tenido noticias desde antes de la batalla de Freschwiller, quebrado de pena, me prosterné para implorar a san José y pedirle que me concediera recibir noticias, prometiéndole hacerlo insertar en el Propagador, y ni bien mi oración fue terminada, recibí una carta de mi amadísimo hijo. Honor, y confianza a san José.
Traducido del francés por José Gálvez para ACI Prensa