Segunda
parte, Segunda sección, Capítulo III,
artículo 6 "El sacramento del orden",
VI "Quien puede recibir este sacramento"
1579
Todos los ministros ordenados de la Iglesia latina,
exceptuados los diáconos permanentes, son ordinariamente
elegidos entre hombres creyentes que viven como célibes
y que tienen la voluntad de guardar el celibato «por
el Reino de los cielos» (Mt 19, 12). Llamados a consagrarse
totalmente al Señor y a sus «cosas» (Cf.
1Co 7,32), se entregan enteramente a Dios y a los hombres.
El celibato es un signo de esta vida nueva al servicio de
la cual es consagrado el ministro de la Iglesia; aceptado
con un corazón alegre, anuncia de modo radiante el
Reino de Dios.
1580
En las Iglesias orientales, desde hace siglos está
en vigor una disciplina distinta: mientras los obispos son
elegidos únicamente entre los célibes, hombres
casados pueden ser ordenados diáconos y presbíteros.
Esta práctica es considerada como legítima
desde tiempos remotos; estos presbíteros ejercen
un ministerio fructuoso en el seno de sus comunidades. Por
otra parte, el celibato de los presbíteros goza de
gran honor en las Iglesias orientales, y son numerosos los
presbíteros que lo escogen libremente por el Reino
de Dios. En Oriente como en Occidente, quien recibe el sacramento
del Orden no puede contraer matrimonio.
Tercera parte, Segunda sección, Capítulo
II,
Artículo 6 "El sexto mandamiento",
I "Hombre y mujer los creó..."
2331
«Dios es amor y vive en sí mismo un misterio
de comunión personal de amor. Creándola a
su imagen [...] Dios inscribe en la humanidad del hombre
y de la mujer la vocación, y consiguientemente la
capacidad y la responsabilidad del amor y de la comunión».
«Dios creó el hombre a imagen suya; [...] hombre y mujer los creó» (Gn 1, 27). «Creced y multiplicaos» (Gn 1, 28); «el día en que Dios creó al hombre, le hizo a imagen de Dios. Los creó varón y hembra, los bendijo, y los llamó "Hombre" en el día de su creación» (Gn 5, 1-2).
2332
La sexualidad abraza todos los aspectos de la persona
humana, en la unidad de su cuerpo y de su alma. Concierne
particularmente a la afectividad, a la capacidad de amar
y de procrear y, de manera más general, a la aptitud
para establecer vínculos de comunión con otro.
2333
Corresponde a cada uno, hombre y mujer, reconocer y
aceptar su identidad sexual. La diferencia y la complementariedad
físicas, morales y espirituales, están orientadas
a los bienes del matrimonio y al desarrollo de la vida familiar.
La armonía de la pareja humana y de la sociedad depende
en parte de la manera en que son vividas entre los sexos
la complementariedad, la necesidad y el apoyo mutuos.
2334
«Creando al hombre "varón y mujer",
Dios da la dignidad personal de igual modo al hombre y a
la mujer» . «El hombre es una persona, y esto
se aplica en la misma medida al hombre y a la mujer, porque
los dos fueron creados a imagen y semejanza de un Dios personal».
2335
Cada uno de los dos sexos es, con una dignidad igual,
aunque de manera distinta, imagen del poder y de la ternura
de Dios. La unión del hombre y de la mujer en el
matrimonio es una manera de imitar en la carne la generosidad
y la fecundidad del Creador: «El hombre deja a su
padre y a su madre y se une a su mujer, y se hacen una sola
carne» (Gn 2, 24). De esta unión proceden todas
las generaciones humanas.
2336
Jesús vino a restaurar la creación en
la pureza de sus orígenes. En el Sermón de
la Montaña interpreta de manera rigurosa el plan
de Dios: «Habéis oído que se dijo: "no
cometerás adulterio". Pues yo os digo: "Todo
el que mira a una mujer deseándola, ya cometió
adulterio con ella en su corazón"» (Mt
5, 27-28). El hombre no debe separar lo que Dios ha unido.
La Tradición de la Iglesia ha entendido el sexto mandamiento como referido a la globalidad de la sexualidad humana.
Tercera
parte, Segunda sección, Capítulo II,
Artículo 6 "El sexto mandamiento",
II "La vocación a la castidad"
2337
La castidad significa la integración lograda
de la sexualidad en la persona, y por ello en la unidad
interior del hombre en su ser corporal y espiritual. La
sexualidad, en la que se expresa la pertenencia del hombre
al mundo corporal y biológico, se hace personal y
verdaderamente humana cuando está integrada en la
relación de persona a persona, en el don mutuo total
y temporalmente ilimitado del hombre y de la mujer.
La virtud de la castidad, por tanto, entraña la integridad de la persona y la totalidad del don.
2338
La persona casta mantiene la integridad de las fuerzas
de vida y de amor depositadas en ella. Esta integridad asegura
la unidad de la persona; se opone a todo comportamiento
que la pueda lesionar. No tolera ni la doble vida ni el
doble lenguaje.
2339
La castidad implica un aprendizaje del dominio de sí,
que es una pedagogía de la libertad humana. La alternativa
es clara: o el hombre controla sus pasiones y obtiene la
paz, o se deja dominar por ellas y se hace desgraciado.
«La dignidad del hombre requiere, en efecto, que actúe
según una elección consciente y libre, es
decir, movido e inducido personalmente desde dentro y no
bajo la presión de un ciego impulso interior o de
la mera coacción externa. El hombre logra esta dignidad
cuando, liberándose de toda esclavitud de las pasiones,
persigue su fin en la libre elección del bien y se
procura con eficacia y habilidad los medios adecuados».
2340
El que quiere permanecer fiel a las promesas de su Bautismo
y resistir las tentaciones debe poner los medios para ello:
el conocimiento de sí, la práctica de una
ascesis adaptada a las situaciones encontradas, la obediencia
a los mandamientos divinos, la práctica de las virtudes
morales y la fidelidad a la oración. «La castidad
nos recompone; nos devuelve a la unidad que habíamos
perdido dispersándonos».
2341
La virtud de la castidad forma parte de la virtud cardinal
de la templanza, que tiende a impregnar de racionalidad
las pasiones y los apetitos de la sensibilidad humana.
2342
El dominio de sí es una obra que dura toda la
vida. Nunca se la considerará adquirida de una vez
para siempre. Supone un esfuerzo reiterado en todas las
edades de la vida. El esfuerzo requerido puede ser más
intenso en ciertas épocas, como cuando se forma la
personalidad, durante la infancia y la adolescencia.
2343
La castidad tiene unas leyes de crecimiento; éste
pasa por grados marcados por la imperfección y, muy
a menudo, por el pecado. «Pero, el hombre, llamado
a vivir responsablemente el designio sabio y amoroso de
Dios, es un ser histórico que se construye día
a día con sus opciones numerosas y libres; por esto
él conoce, ama y realiza el bien moral según
las diversas etapas de crecimiento».
2344
La castidad representa una tarea eminentemente personal;
implica también un esfuerzo cultural, pues «el
desarrollo de la persona humana y el crecimiento de la sociedad
misma están mutuamente condicionados». La castidad
supone el respeto de los derechos de la persona, en particular,
el de recibir una información y una educación
que respeten las dimensiones morales y espirituales de la
vida humana.
2345
La castidad es una virtud moral. Es también un
don de Dios, una gracia, un fruto del trabajo espiritual.
El Espíritu Santo concede, al que ha sido regenerado
por el agua del bautismo, imitar la pureza de Cristo.
2346
La caridad es la forma de todas las virtudes. Bajo su
influencia, la castidad aparece como una escuela de donación
de la persona. El dominio de sí está ordenado
al don de sí mismo.
La castidad conduce al que la practica a ser ante el prójimo un testigo de la fidelidad y de la ternura de Dios.
2347
La virtud de la castidad se desarrolla en la amistad.
Indica al discípulo cómo seguir e imitar al
que nos eligió como sus amigos, a quien se dio totalmente
a nosotros y nos hace participar de su condición
divina. La castidad es promesa de inmortalidad.
La castidad se expresa especialmente en la amistad con el prójimo. Desarrollada entre personas del mismo sexo o de sexos distintos, la amistad representa un gran bien para todos. Conduce a la comunión espiritual.
2348
Todo bautizado es llamado a la castidad. El cristiano
se ha «revestido de Cristo», modelo de toda
castidad. Todos los fieles de Cristo son llamados a una
vida casta según su estado de vida particular. En
el momento de su Bautismo, el cristiano se compromete a
dirigir su afectividad en la castidad.
2349
La castidad «debe calificar a las personas según
los diferentes estados de vida: a unas, en la virginidad
o en el celibato consagrado, manera eminente de dedicarse
más fácilmente a Dios solo con corazón
indiviso; a otras, de la manera que determina para ellas
la ley moral, según sean casadas o célibes».
Las personas casadas son llamadas a vivir la castidad conyugal;
las otras practican la castidad en la continencia.
«Se nos enseña que hay tres formas de la virtud de la castidad: una de los esposos, otra de las viudas, la tercera de la virginidad. No alabamos a una con exclusión de las otras [...] En esto la disciplina de la Iglesia es rica».
2350
Los novios están llamados a vivir la castidad
en la continencia. En esta prueba han de ver un descubrimiento
del mutuo respeto, un aprendizaje de la fidelidad y de la
esperanza de recibirse el uno y el otro de Dios. Reservarán
para el tiempo del matrimonio las manifestaciones de ternura
específicas del amor conyugal. Deben ayudarse mutuamente
a crecer en la castidad.
2351
La lujuria es un deseo o un goce desordenados del placer
venéreo. El placer sexual es moralmente desordenado
cuando es buscado por sí mismo, separado de las finalidades
de procreación y de unión.
2352
Por masturbación se ha de entender la excitación
voluntaria de los órganos genitales a fin de obtener
un placer venéreo. «Tanto el Magisterio de
la Iglesia, de acuerdo con una tradición constante,
como el sentido moral de los fieles, han afirmado sin ninguna
duda que la masturbación es un acto intrínseca
y gravemente desordenado». «El uso deliberado
de la facultad sexual fuera de las relaciones conyugales
normales contradice a su finalidad, sea cual fuere el motivo
que lo determine». Así, el goce sexual es buscado
aquí al margen de «la relación sexual
requerida por el orden moral; aquella relación que
realiza el sentido íntegro de la mutua entrega y
de la procreación humana en el contexto de un amor
verdadero».
Para emitir un juicio justo acerca de la responsabilidad moral de los sujetos y para orientar la acción pastoral, ha de tenerse en cuenta la inmadurez afectiva, la fuerza de los hábitos contraídos, el estado de angustia u otros factores psíquicos o sociales que pueden atenuar o tal vez reducir al mínimo la culpabilidad moral.
2353
La fornicación es la unión carnal entre
un hombre y una mujer fuera del matrimonio. Es gravemente
contraria a la dignidad de las personas y de la sexualidad
humana, naturalmente ordenada al bien de los esposos, así
como a la generación y educación de los hijos.
Además, es un escándalo grave cuando hay de
por medio corrupción de menores.
2354
La pornografía consiste en sacar de la intimidad
de los protagonistas actos sexuales, reales o simulados,
para exhibirlos ante terceras personas de manera deliberada.
Ofende la castidad porque desnaturaliza la finalidad del
acto sexual. Atenta gravemente a la dignidad de quienes
se dedican a ella (actores, comerciantes, público),
pues cada uno viene a ser para otro objeto de un placer
rudimentario y de una ganancia ilícita. Introduce
a unos y a otros en la ilusión de un mundo ficticio.
Es una falta grave. Las autoridades civiles deben impedir
la producción y la distribución de material
pornográfico.
2355
La prostitución atenta contra la dignidad de
la persona que se prostituye, puesto que queda reducida
al placer venéreo que se saca de ella. El que paga
peca gravemente contra sí mismo: quebranta la castidad
a la que lo comprometió su bautismo y mancha su cuerpo,
templo del Espíritu Santo. La prostitución
constituye una lacra social. Habitualmente afecta a las
mujeres, pero también a los hombres, los niños
y los adolescentes (en estos dos últimos casos el
pecado entraña también un escándalo).
Es siempre gravemente pecaminoso dedicarse a la prostitución,
pero la miseria, el chantaje y la presión social
pueden atenuar la imputabilidad de la falta.
2356
La violación es forzar o agredir con violencia
la intimidad sexual de una persona. Atenta contra la justicia
y la caridad. La violación lesiona profundamente
el derecho de cada uno al respeto, a la libertad, a la integridad
física y moral. Produce un daño grave que
puede marcar a la víctima para toda la vida. Es siempre
un acto intrínsecamente malo. Más grave todavía
es la violación cometida por parte de los padres
(cf. incesto) o de educadores con los niños que les
están confiados.
2357
La homosexualidad designa las relaciones entre hombres
o mujeres que experimentan una atracción sexual,
exclusiva o predominante, hacia personas del mismo sexo.
Reviste formas muy variadas a través de los siglos
y las culturas. Su origen psíquico permanece en gran
medida inexplicado. Apoyándose en la sagrada Escritura
que los presenta como depravaciones graves, la Tradición
ha declarado siempre que «los actos homosexuales son
intrínsecamente desordenados». Son contrarios
a la ley natural. Cierran el acto sexual al don de la vida.
No proceden de una verdadera complementariedad afectiva
y sexual. No pueden recibir aprobación en ningún
caso.
2358
Un número apreciable de hombres y mujeres presentan
tendencias homosexuales instintivas. No eligen su condición
homosexual; ésta constituye para la mayoría
de ellos una auténtica prueba. Deben ser acogidos
con respeto, compasión y delicadeza. Se evitará,
respecto a ellos, todo signo de discriminación injusta.
Estas personas están llamadas a realizar la voluntad
de Dios en su vida, y, si son cristianas, a unir al sacrificio
de la cruz del Señor las dificultades que pueden
encontrar a causa de su condición.
2359
Las personas homosexuales están llamadas a la
castidad. Mediante virtudes de dominio de sí mismo
que eduquen la libertad interior, y a veces mediante el
apoyo de una amistad desinteresada, de la oración
y la gracia sacramental, pueden y deben acercarse gradual
y resueltamente a la perfección cristiana.
Tercera
parte, Segunda sección, Capítulo II,
Artículo 9 "El noveno mandamiento"
«No codiciarás la casa de tu prójimo,
ni codiciarás la mujer de tu prójimo, ni su
siervo, ni su sierva, ni su buey, ni su asno, ni nada que
sea de tu prójimo» (Ex 20, 17).
«El que mira a una mujer deseándola, ya cometió adulterio con ella en su corazón» (Mt 5, 28).
2514
San Juan distingue tres especies de codicia o concupiscencia:
la concupiscencia de la carne, la concupiscencia de los
ojos y la soberbia de la vida. Siguiendo la tradición
catequética católica, el noveno mandamiento
prohíbe la concupiscencia de la carne; el décimo
prohíbe la codicia del bien ajeno.
2515
En sentido etimológico, la «concupiscencia»
puede designar toda forma vehemente de deseo humano. La
teología cristiana le ha dado el sentido particular
de un movimiento del apetito sensible que contraría
la obra de la razón humana. El apóstol San
Pablo la identifica con la lucha que la «carne»
sostiene contra el «espíritu». Procede
de la desobediencia del primer pecado (Gn 3, 11). Desordena
las facultades morales del hombre y, sin ser una falta en
sí misma, le inclina a cometer pecados.
2516
En el hombre, porque es un ser compuesto de espíritu
y cuerpo, existe cierta tensión, y se desarrolla
una lucha de tendencias entre el «espíritu»
y la «carne». Pero, en realidad, esta lucha
pertenece a la herencia del pecado. Es una consecuencia
de él y, al mismo tiempo, confirma su existencia.
Forma parte de la experiencia cotidiana del combate espiritual:
«Para el apóstol no se trata de discriminar o condenar el cuerpo, que con el alma espiritual constituye la naturaleza del hombre y su subjetividad personal, sino que trata de las obras mejor dicho, de las disposiciones estables, virtudes y vicios moralmente buenas o malas, que son fruto de sumisión (en el primer caso) o bien de resistencia (en el segundo caso) a la acción salvífica del Espíritu Santo. Por ello el apóstol escribe: «si vivimos según el Espíritu, obremos también según el Espíritu» (Ga 5, 25).
2517
El corazón es la sede de la personalidad moral:
«de dentro del corazón salen las intenciones
malas, asesinatos, adulterios, fornicaciones» (Mt
15, 19). La lucha contra la concupiscencia de la carne pasa
por la purificación del corazón:
«Mantente en la simplicidad, la inocencia y serás como los niños pequeños que ignoran el mal destructor de la vida de los hombres».
2518
La sexta bienaventuranza proclama: «Bienaventurados
los limpios de corazón porque ellos verán
a Dios» (Mt 5, 8). Los «corazones limpios»
designan a los que han ajustado su inteligencia y su voluntad
a las exigencias de la santidad de Dios, principalmente
en tres dominios: la caridad, la castidad o rectitud sexual,
el amor de la verdad y la ortodoxia de la fe. Existe un
vínculo entre la pureza del corazón, la del
cuerpo y la de la fe:
Los fieles deben creer los artículos del Símbolo «para que, creyendo, obedezcan a Dios; obedeciéndole, vivan bien; viviendo bien, purifiquen su corazón; y purificando su corazón, comprendan lo que creen».
2519
A los «limpios de corazón» se les
promete que verán a Dios cara a cara y que serán
semejantes a Él. La pureza de corazón es el
preámbulo de la visión. Ya desde ahora esta
pureza nos concede ver según Dios, recibir al otro
como un «prójimo»; nos permite considerar
el cuerpo humano, el nuestro y el del prójimo, como
un templo del Espíritu Santo, una manifestación
de la belleza divina.
2520
El Bautismo confiere al que lo recibe la gracia de la
purificación de todos los pecados. Pero el bautizado
debe seguir luchando contra la concupiscencia de la carne
y los apetitos desordenados. Con la gracia de Dios lo consigue.
- mediante la virtud y el don de la castidad, pues la castidad permite amar con un corazón recto e indiviso;
- mediante la pureza de intención, que consiste en buscar el fin verdadero del hombre: con una mirada limpia el bautizado se afana por encontrar y realizar en todo la voluntad de Dios;
- mediante la pureza de la mirada exterior e interior; mediante la disciplina de los sentidos y la imaginación; mediante el rechazo de toda complacencia en los pensamientos impuros que inclinan a apartarse del camino de los mandamientos divinos: «la vista despierta la pasión de los insensatos» (Sb 15, 5);
- mediante la oración:
«Creía que la continencia dependía de mis propias fuerzas, las cuales no sentía en mí; siendo tan necio que no entendía lo que estaba escrito: [...] que nadie puede ser continente, si tú no se lo das. Y cierto que tú me lo dieras, si con interior gemido llamase a tus oídos, y con fe sólida arrojase en ti mi cuidado».
2521
La pureza exige el pudor. Este es parte integrante de
la templanza. El pudor preserva la intimidad de la persona.
Designa el rechazo a mostrar lo que debe permanecer velado.
Está ordenado a la castidad, cuya delicadeza proclama.
Ordena las miradas y los gestos en conformidad con la dignidad
de las personas y con la relación que existe entre
ellas.
2522
El pudor protege el misterio de las personas y de su
amor. Invita a la paciencia y a la moderación en
la relación amorosa; exige que se cumplan las condiciones
del don y del compromiso definitivo del hombre y de la mujer
entre sí. El pudor es modestia; inspira la elección
de la vestimenta. Mantiene silencio o reserva donde se adivina
el riesgo de una curiosidad malsana; se convierte en discreción.
2523
Existe un pudor de los sentimientos como también
un pudor del cuerpo. Este pudor rechaza, por ejemplo, los
exhibicionismos del cuerpo humano propios de cierta publicidad
o las incitaciones de algunos medios de comunicación
a hacer pública toda confidencia íntima. El
pudor inspira una manera de vivir que permite resistir a
las solicitaciones de la moda y a la presión de las
ideologías dominantes.
2524
Las formas que reviste el pudor varían de una
cultura a otra. Sin embargo, en todas partes constituye
la intuición de una dignidad espiritual propia al
hombre. Nace con el despertar de la conciencia personal.
Educar en el pudor a niños y adolescentes es despertar
en ellos el respeto de la persona humana.
2525
La pureza cristiana exige una purificación del
clima social. Obliga a los medios de comunicación
social a una información cuidadosa del respeto y
de la discreción. La pureza de corazón libera
del erotismo difuso y aparta de los espectáculos
que favorecen el exhibicionismo y los sueños indecorosos.
2526
Lo que se llama permisividad de las costumbres se basa
en una concepción errónea de la libertad humana;
para llegar a su madurez, ésta necesita dejarse educar
previamente por la ley moral. Conviene pedir a los responsables
de la educación que impartan a la juventud una enseñanza
respetuosa de la verdad, de las cualidades del corazón
y de la dignidad moral y espiritual del hombre.
2527
«La buena nueva de Cristo renueva continuamente
la vida y la cultura del hombre caído; combate y
elimina los errores y males que brotan de la seducción,
siempre amenazadora, del pecado. Purifica y eleva sin cesar
las costumbres de los pueblos. Con las riquezas de lo alto
fecunda, consolida, completa y restaura en Cristo, como
desde dentro, las bellezas y cualidades espirituales de
cada pueblo o edad».
2528
«Todo el que mira a una mujer deseándola,
ya cometió adulterio con ella en su corazón»
(Mt 5, 28).
2529
El noveno mandamiento pone en guardia contra el desorden
o concupiscencia de la carne.
2530
La lucha contra la concupiscencia de la carne pasa por
la purificación del corazón y por la práctica
de la templanza.
2531
La pureza del corazón nos alcanzará el
ver a Dios: nos da desde ahora la capacidad de ver según
Dios todas las cosas.
2532
La purificación del corazón es imposible
sin la oración, la práctica de la castidad
y la pureza de intención y de mirada.
2533
La pureza del corazón requiere el pudor, que
es paciencia, modestia y discreción. El pudor preserva
la intimidad de la persona.