La obediencia al mandato de la filiación espiritual mariana, condición de cumplimiento de la promesa de su completo desarrollo, incluye el regreso al Padre por Jesús y por María: esto es lo que comprendió la tradición espiritual del catolicismo, especialmente en sus eminentes representantes modernos, san Luis María Grignion de Montfort y san Maximiliano Kolbe.
Para el primero, el regreso a Dios por Jesús crucificado es inseparable del regreso a Jesús crucificado por María Inmaculada y por la verdadera devoción a ella.
Para el segundo, profundizando este punto de vista, debemos ofrecer nuestras obras a la Inmaculada porque ella las “inmaculiza” y las ofrece así transfiguradas en la caridad de su Corazón a su Hijo.
Esto vale especialmente para el ejercicio de nuestro apostolado y de nuestra maternidad espiritual horizontal, en dependencia de nuestra filiación espiritual vertical respecto de la Madre de Dios.
La fe en la maternidad espiritual de María y de la Iglesia desemboca sobre la esperanza de salvación personal en el ejercicio a la vez pasivo y activo de la maternidad y de la filiación espiritual como sobre la esperanza de salvación de aquellos que están ligados a la Iglesia y a María.
Se entrevé también los elementos de una síntesis más profunda aún insinuada por el bienaventurado Alain de la Roche, O.P., y esbozada por el padre Pierre Chaumonot en su preciosa y poco conocida autobiografía: nuestra filiación respecto de María se completa en un matrimonio espiritual con la Madre de Dios con miras a engendrar gracias a ella, en una activa maternidad espiritual, a los hombres para la vida eterna:
Fueron catorce años y más que tuve los ardentísimo deseos, y casi continuos, que la divina María tuviese gran cantidad de hijos espirituales y adoptivos, para consolarla de los dolores que le había causado la pérdida de Jesús... Te conjuro pues, divino Espíritu de dar todavía más hijos espirituales a María que los hijos carnales que tuvo Abraham.
Experimenté muy grandes consolaciones para conjurar por toda suerte de motivos al divino amor para que me concediera lo que le pedía, de tal suerte que no dejaba de meditar sobre este asunto y no tenía entonces ningún deseo de hacer a Dios otros pedidos.
Una vez que estuve apasionado de ardientes deseos de obtener para la Virgen esta santa y numerosa posteridad, he ahí que de repente escuché claramente, en el fondo de mi alma, estas palabras intelectuales que me decían al corazón: “Serás mi esposo, puesto que me quieres hacer madre de tantos hijos”. Tan avergonzado y confuso de que la Madre de Dios pensara hacerme tanto honor, me abismé en la consideración de mi nada, de mis pecados y de mis miserias. Sin embargo, ella me dijo que era mi esposa.
¡Pasaje seguramente sorprendente! El padre Chaumonot ligaba conjuntamente estos tres temas: filiación espiritual, maternidad espiritual y matrimonio espiritual del apóstol con la Virgen, para hacerla madre. Se ve que aquí la maternidad espiritual es vista como una realidad más del presente y del futuro que del pasado.
Se notará, además, la comprensión implícitamente eclesiológica de la maternidad espiritual de María que manifiesta el texto del padre Chaumonot: si el padre puede hacer a María “madre de tantos hijos”, es evidentemente ejerciendo su propia paternidad (maternal) a través del ministerio de la palabra y por la celebración de los sacramentos de la santa Madre Iglesia. Chaumonot reúne así la posición (ya citada en mi estudio precedente) de Isaac de l’Etoile.
Subrayando el íntimo nexo entre la maternidad y matrimonio espirituales, Chaumonot nos orienta una vez más hacia el alcance eucarístico de la maternidad espiritual de María: María, Madre nuestra, a través de la Iglesia, nutre a sus hijos con la palabra y con el cuerpo de su Hijo único. Su maternidad tiene por finalidad conducirlos, a través de un matrimonio espiritual con ella misma, hacia el matrimonio espiritual con su Hijo único, hacia las bodas del Cordero.
Traducido del francés por: José Gálvez Krüger
Director de la Revista Humanidades Studia Limensia