Martes 23 de Mayo de 2017

En aquel tiempo, Jesús dijo a sus discípulos: "Ahora me voy al que me envió, y ninguno de ustedes me pregunta: '¿A dónde vas?'. Pero al decirles esto, ustedes se han entristecido. Sin embargo, les digo la verdad: les conviene que yo me vaya, porque si no me voy, el Paráclito no vendrá a ustedes. Pero si me voy, se lo enviaré.

Y cuando él venga, probará al mundo dónde está el pecado, dónde está la justicia y cuál es el juicio. El pecado está en no haber creído en mí. La justicia, en que yo me voy al Padre y ustedes ya no me verán. Y el juicio, en que el Príncipe de este mundo ya ha sido condenado."

Comentario:

Jesús en la Última Cena, pronuncia este largo discurso. Es un momento intenso, íntimo. Son los últimos momentos en camaradería, con los amigos tan queridos, con los doce apóstoles y les anuncia la noticia, que pronto ya no estará con ellos, el momento de la partida está muy cerca. ¡Cómo no entristecerse! "Por haberles he dicho esto se ha entristecido su corazón", les dirá Jesús.

Sin embargo Jesús no los deja ahí solamente. Les ofrece un consuelo. Porque la separación no será definitiva. Porque a pesar de que a Jesús ya no lo verán como le veían antes, los apóstoles van a permanecer en su amor, van a seguir caminando hacia el mismo destino donde se dirige Jesús. Porque la comunión con el Señor no se logra sólo diciendo que lo amamos mucho, sino sobre todo cumpliendo sus mandamientos; es decir, anhelando lo mismo que anhela el Señor, queriendo lo mismo, deseando lo mismo que el amigo, peregrinando hacia el mismo lugar. Esa es la comunión auténtica y profunda, que nos conduce a ese encuentro más pleno y dichoso con el Señor, donde ya nadie nos podrá separar.

Jesús nos acompaña en nuestra lucha diaria, no está ausente. Nos ha enviado al Defensor, al Paráclito, al Espíritu Santo. Y no es que el Espíritu Santo vino a suplir la presencia de Cristo, todo lo contrario, sino más bien vino a cumplirla, vino para hacerlo más presente aún. Porque necesitamos del auxilio del Espíritu Santo para perseverar, para seguir las sendas que el Señor nos ha dejado. Él es justamente el otro defensor. El primero ha sido Jesús, que vino a salvarnos. El segundo es el Espíritu Santo, que nos da la fuerza, la gracia para seguir esas sendas, para poder alcanzar la comunión con el Padre.

P. Juan José Paniagua