Martes 02 de Mayo de 2017

En aquel tiempo, la gente dijo a Jesús: “¿Qué señal haces para que viéndola creamos en ti? ¿Qué obra realizas? Nuestros padres comieron el maná en el desierto, según está escrito: Pan del cielo les dio a comer”. Jesús les respondió: “En verdad, en verdad os digo: No fue Moisés quien os dio el pan del cielo; es mi Padre el que os da el verdadero pan del cielo; porque el pan de Dios es el que baja del cielo y da la vida al mundo”. Entonces le dijeron: “Señor, danos siempre de ese pan”. Les dijo Jesús: “Yo soy el pan de la vida. El que venga a mí­, no tendrá hambre, y el que crea en mí­, no tendrá nunca sed”.

Comentario:

Hace unas semanas hemos celebrado la Semana Santa y aún recordamos a Jesús en la cruz sufriendo y clamando: tengo sed. Pero hoy escuchamos a Jesús que se ofrece como alimento: el que viene a mí no tendrá hambre, el que cree en mí nunca tendrá sed. Es Jesús quien está sediento, pero no de agua, sino de nuestra fe. Y al mismo tiempo es el único que puede saciar esa sed profunda que también nosotros tenemos, la sed de eternidad, de infinito, de lo que no se acaba. Porque muchas veces queremos saciar nuestro hambre y sed de infinito, con las cosas que se acaban, con las cosas que este mundo nos ofrece. Pero nunca nos satisfacen y surge la codicia y el deseo de tenerlas más aún, pero nos dejan cada vez más vací­os, más sedientos y hambrientos. Pero con las cosas de Dios es distinto. Las cosas de Dios sí nos llenan, sí nos sacian, y al mismo tiempo va surgiendo el deseo que tenerlas más todaví­a, porque ensanchan el corazón, engrandecen el espí­ritu. Porque descubres que son un tesoro y el deseo se acrecienta y el amor crece.

Eso es lo que Jesús nos ofrece el dí­a de hoy: "Yo soy el Pan de vida, el que viene a mí no pasará hambre, el que cree en mí, no pasará sed". Jesús es el Pan de vida, que nos alimenta de verdad, que no nos deja vací­os, el que recibimos en la Eucaristí­a. Nadie en este mundo quiere padecer hambruna o morir sediento. Pero tener hambre y sed de Dios, de verdad que son una bendición. El mundo con sus ofertas nos quiere hacer perder el apetito por las cosas de Dios. No olvidemos, que sin apetito, nos terminamos muriendo. Una persona que no come porque no tiene apetito está enferma. Por eso evalúate el dí­a de hoy: ¿cómo está tu apetito, tu deseo por las cosas de Dios? Que podamos decir siempre, como dijeron hoy los discí­pulos: Señor danos siempre de este pan.

P. Juan José Paniagua