Lunes 12 de Junio de 2017

En aquel tiempo, viendo la muchedumbre, subió al monte, se sentó, y sus discípulos se le acercaron. Y tomando la palabra, les enseñaba diciendo: “Bienaventurados los pobres de espíritu, porque de ellos es el Reino de los Cielos. Bienaventurados los mansos, porque ellos poseerán en herencia la tierra. Bienaventurados los que lloran, porque ellos serán consolados. Bienaventurados los que tienen hambre y sed de la justicia, porque ellos serán saciados. Bienaventurados los misericordiosos, porque ellos alcanzarán misericordia. Bienaventurados los limpios de corazón, porque ellos verán a Dios. Bienaventurados los que trabajan por la paz, porque ellos serán llamados hijos de Dios. Bienaventurados los perseguidos por causa de la justicia, porque de ellos es el Reino de los Cielos. Bienaventurados seréis cuando os injurien, y os persigan y digan con mentira toda clase de mal contra vosotros por mi causa. Alegraos y regocijaos, porque vuestra recompensa será grande en los cielos; pues de la misma manera persiguieron a los profetas anteriores a vosotros”.

Comentario:

Hoy el mensaje de Jesús es muy directo y tan importante. ¡Bienaventurados! ¡Dichosos! ¡Ser felices, son las palabras que más anhelamos en la vida! Y Dios también quiere que lo seamos. Pero este camino de Jesús, estas bienaventuranzas, tienen algo que descuadran al mundo de hoy en día. Porque Jesús nos dice que el dichoso, el feliz, será el pobre, el que llora, el que busca la justicia (porque no la tiene), el hambriento, el perseguido, el que sufre. ¡Qué duras estas palabras Señor! ¿Quién las podrá entender?

Y es que en realidad no son tan duras. Jesús nos quiere mostrar algo: para ser felices hay que estar hambrientos, hay que descubrirnos necesitados, necesitados de Dios. Porque el que se considera satisfecho por la vida, simplemente ya no le deja cabida a Dios. Podrí-amos decir: dichosos cuando no lo tenemos todo, pero tenemos puesta nuestra confianza en el Señor. Porque puede parecer un lenguaje duro, ¿pero acaso no es verdad que somos dichosos, bienaventurados, cuando somos pobres, es decir, cuando las cosas de este mundo no nos atan ni esclavizan? ¿Cuándo buscamos la paz en vez de la revancha? ¿Cuándo tenemos hambre de justicia, es decir, cuando vivimos hambrientos de santidad? ¿Cuándo somos misericordiosos, es decir, cuando aprendemos a perdonar, porque en el fondo nosotros también nosotros somos un ejército de perdonados? ¿No somos felices cuando nos compadecemos y nos donamos por el hermano que sufre? ¿E incluso no somos felices cuando nos toca llorar y sufrir si sabemos que eso nos configura cada vez más con el corazón de Jesús que se entregó a todos por amor? No nos desesperemos cuando a veces la realidad se ponga dura y difícil, cuando las cosas no se ajustan a lo que quisiéramos, cuando nos damos cuenta que nos falta tanto... Quizá es una ocasión para aprender a poner nuestra confianza en Dios y ser de verdad bienaventurados.

P. Juan José Paniagua