La Misa, sacrificio de Cristo y de la Iglesia

Por el R.P. Bertrand de Margerie s.j.

Frente a la ignorancia concerniente a la misa como sacrificio de Cristo y de la Iglesia, que se encuentra de lleno en el origen de la tan frecuente abstención eucarística y dominical, Pío XII nos presenta, en su encíclica “Mediator Dei” (MD) el instrumento de una iniciación en profundidad al sentido de la misa, vista como centro de la vida cristiana. La concepción sacrificial de la misa es retomada por el Catecismo de la Iglesia Católica (CEC). Veremos aquí el porqué y el sentido de la presentación de la misa como sacrificio de Cristo, primeramente, luego como sacrificio de la Iglesia, con la ayuda de MD, que pueda facilitar una urgente rectificación pastoral. Al concluir, sacaremos algunas conclusiones concretas.

1) La iniciación a la misa como sacrificio de Cristo

La necesidad fundamental y permanente de la persona humana es regresar a Dios, su principio y su fin último, en el amor. La misa le ofrece el medio. Pío XII nos lo recuerda a la luz de la majestuosa definición del Concilio de Trento. “Cristo, Nuestro Señor, sacerdote eterno, habiendo amado a los suyos que estaban en el mundo, durante la última Cena, la noche en que fue traicionado, quiso, como lo exige la naturaleza humana, dejar a la Iglesia su esposa bien amada un sacrificio visible para representar el sacrificio que debía cumplirse sólo una vez sobre la Cruz con el fin de que su recuerdo permaneciese hasta el fin de los siglos, y que la virtud fuese aplicada a la remisión de nuestros pecados de cada día, ofreció a Dios su Padre su cuerpo y su sangre bajo las apariencias de pan y de vino, símbolos bajo los cuales los dio a los discípulos, constituyéndolos sacerdotes del Nuevo Testamento, y ordenándoles a ellos y a sus sucesores que los ofrecieran”.

Para Trento y Pío XII se trata del punto culminante y del centro de la religión cristiana. Este centro no está constituido por una oración vaga (que bien habría podido tener lugar en un bosque o sobre un campo deportivo) sino por un sacrificio visible que significa la invisible ofrenda de sí por la cual Cristo, en nombre de la humanidad, en nombre de cada hombre, ser espiritual y corporal, alma y cuerpo, llega a su Padre. El sacerdote visible es un sacrificador no sangriento.

Pío XII prosigue señalando que las apariencias eucarísticas, el pan y el vino, bajo las cuales se encuentran el cuerpo y la sangre de Cristo, simbolizan, no solamente el trabajo humano, sino además la separación violenta, en la muerte, del cuerpo y la sangre de Jesús.

Así el recuerdo de la muerte real de Cristo sobre el Calvario es renovado en todo el sacrificio del altar, porque la separación de los símbolos indica claramente a Jesucristo en estado de víctima.

Pío XII subraya además que la comprensión de la misa supone la explicación de muchas nociones ricas y complejas: Personas divinas, naturaleza humana, sacrificio, muerte, alma, cuerpo. Todas estas nociones deben ser, al menos obscuramente, comprendidas para que sea percibido lo que es la misa en su esencia, tal como la Iglesia la comprende. La ausencia de muchos en la Misa del domingo parece excusable en la medida en que ignoran la Cruz como sacrificio, así como el misterio pascual: es el Resucitado que opera a través del sacerdote el misterio de la Transubstanciación, es decir que cambia toda la substancia del pan (y la del vino) en el cuerpo y la sangre de Cristo. Pero Pío XII no se limita a decir lo que es la misa, toda misa: responde a la pregunta ¿Por qué la misa? ¿Cómo? Recordando la doctrina de los cuatro fines del sacrificio eucarístico (II, 1 col. 216):

Cristo Sacerdote quiere adorar, glorificar, alabar en un homenaje que no cesa jamás. Se puede recordar en esta ocasión la magnífica fórmula del cardenal de Bérulle: Cristo es el Adorador infinito, el único Adorador, el Perfecto Adorador, el divino Adorador.

El segundo fin perseguido por Cristo Sacerdote es la acción de gracias que sólo el Hijo puede ofrecer dignamente: el Sacrificio de la Cruz, “prolongado” por la Eucaristía, es la súplica del Hijo al Padre en nombre de toda la humanidad. Luego viene la finalidad de expiación, propiciación, reconciliación de todo el género humano con el Padre, ofendido por sus faltas. El Hijo nos arranca así de la dominación del demonio, príncipe de este mundo. Nadie más que Cristo, recuerda Pío XII, podía ofrecer a Dios satisfacción por todas las faltas del género humano.

Por último, Cristo persigue un fin de impetración: quiere pedir por nosotros, “reducidos a la pobreza y a una mancha - hijos pródigos que hemos empleado mal los bienes recibidos del Padre -, para que por su mediación eficaz seamos colmados de toda bendición y de toda gracia”.

Estos cuatro fines del sacrificio no suponen solamente los diferentes sacrificios de la Primera Alianza, sino además las promesas de Jesús durante su vida pública en lo concerniente a la oración al Padre en su nombre (Juan 14 a 16), su exaltación de la alabanza del Padre (Mt 11), las peticiones condicionales de su Agonía y su insistencia frente a los leprosos curados bajo la acción de la gracia (Lc 17). Y ellas se sitúan todas sobre el fondo de una humanidad carente de la Cruz: ingrata, no adoradora, no expiadora, ignorante de su necesidad perpetua de auxilio divino: intentaremos, en la medida de lo posible, preservar a los jóvenes del peligro de la ingratitud y de la injusticia para con Dios atrayendo sus atenciones sobre las finalidades perseguidas por Cristo Salvador en cada Misa, las cuatro finalidades del sacrificio. El Cristo de la Misa nos dice en substancia: adora, agradece, suplica, pide perdón.

La Misa nos recuerda que no hay salvación fuera de la Cruz: “Cada hombre, en particular, agrega Pío XII, debe entrar en contacto vital con el sacrificio de la Cruz, Cristo ha querido morir como cabeza del género humano”, es decir en nombre nuestro y por nosotros, por esa razón sobre el Calvario Cristo estableció una piscina de expiación y de salvación, que llenó con su sangre derramada, pero si los hombres no se zambullen en ella y lavan sus pecados, no pueden obtener ni purificación ni salvación”. Por el contrario, haciendo suyos los cuatro fines de Cristo, unen el sacrificio de la Iglesia al de Cristo (Col. 217).

2) La iniciación a la Misa como sacrificio de la Iglesia

Pío XII subraya que la Misa es un sacrificio no solamente interior, sino además exterior, correspondiente a la naturaleza del hombre, ser no solamente espiritual sino además corporal. Es un sacrificio existencial y ritual que supone, como la salvación misma, la cooperación libre y voluntaria de la persona humana. Esta cooperación manifestada en y por la participación física en la Misa, constituye el deber principal y el honor supremo para el cristiano (CEC, art. 1368-1372). La participación interior y exterior en la misa, he ahí el deber de estado en tanto que tal; sus otros deberes no constituyen su deber de estado cristiano sino de hombre.

Esta cooperación en Cristo y con Él supone que ofreciendo a Cristo el cristiano se ofrece al Padre por Él y con Él, participando de los sentimientos de Cristo crucificado, de su humilde dulzura, de su caridad (Ph. 2): sacrificio de Cristo al que debe asociarse mediante la oblación de su propia vida y de su muerte futura; la omisión de esta oblación íntima como víctima, por el desapego de toda criatura y el apego prioritario a la voluntad divina, el desconocimiento de este deber y de este acto de íntima oblación sacrificial, en una palabra la no oblación de sí de un miembro de la Iglesia y de toda la Iglesia con Cristo constituyen, a mis ojos, una razón fundamental del ausentismo eucarístico y de la deserción frente a la obligación dominical.

La Misa, como sacrificio de la Iglesia, esta insistencia fundamental de toda la tradición católica, indican que se debe presentar a los fieles la concepción que Pío XII heredó de Benedicto XIV: comulgar no es sólo comer y beber el cuerpo y la sangre de Cristo, sino convertirse así en una sola víctima con el Dios hecho hombre para la Iglesia y para el mundo (cf. MD, II, 1-3).

De ahí la grandiosa visión por la cual Pío XII (siguiendo a San Roberto Bellarmino y a San Agustín) ve, en el sacrificio del altar, el sacrificio general por el cual todo el Cuerpo Místico de Cristo se ofrece a Dios a través de Cristo; de donde resulta que debemos “inmolarnos todos al Padre eterno con nuestra Cabeza que ha sufrido por nosotros” (II, 2,2 col. 224 de la Doc. Cat.)

Dicho de otra manera, siguiendo la expresión del P. Yves de Montcheuil, cada Misa es el signo visible del invisible sacrificio de Cristo y de su Iglesia. E inclusive de toda la humanidad en tanto que ella consiente a su salvación. Es inseparablemente el sacrificio general y el sacrificio individual de Cristo y de cada cristiano en Él.

En este contexto, sea la primera comunión, sea la profesión de fe, sea la confirmación, podría ser una excelente ocasión de incitar a cada cristiano a ofrecer un honorario de Misa, a ofrecer así el pan y el vino que se convertirán en la divina Víctima y de esta manera hacer tomar o retomar , por todos y cada uno, la maravillosa costumbre de hacer celebrar misas en sufragio de sus intenciones y más especialmente para obtener la gracia de la perseverancia final en la participación dominical en la Misa

Para resumir, se trata de restaurar en todos los bautizados la conciencia de participar en el sacerdocio de Cristo, conciencia que alcanza su ejercicio supremo en la ofrenda de la Misa.

Lejos de hacer desaparecer este aspecto interior y fundamental, el aspecto ritual, exterior y cotidiano de la misa debe ayudar a ponerla en relieve: Pío XII nos recuerda que el “rito exterior del sacrificio debe por su naturaleza manifestar el culto interior; agrega: “El sacrificio de la Ley Nueva significa el homenaje supremo por el cual el principal oferente, Cristo, y , con Él y por Él, todos sus miembros místicos rinden a Dios el honor y el respeto que le son debidos”

De ahí la insistencia de Pío XII (II, 3, sub fine) sobre la acción de gracias privada que debe completar en alguna manera la acción de gracias pública que es el Sacrificio eucarístico. Pío XII consagra a este fin dos páginas enteras. Se trata de “zambullirnos en el santísimo amor de Cristo y de tomar parte en los actos por los cuales Él mismo adora a la augusta Trinidad (...) rinde al Padre Eterno acciones de gracias y de alabanzas por las cuales, principalmente, nos ofrecemos y nos inmolamos como víctimas”. En suma, esta acción de gracias privada, siguiendo a Pío XII, debe ocasionar una apropiación privada de los cuatro fines por los cuales Jesucristo mismo ofrece su sacrificio sobre la Cruz, renovándolo en cada Misa. Presente en nosotros por la Comunión, Cristo no está inactivo, sino que adora, agradece, suplica y se ofrece como víctima. El rechazo o la reducción excesiva de la acción de gracias privada parece manifestar un desconocimiento de Cristo Adorador y Reparador, Sacerdote y Víctima. La formación en la acción de gracias privada es un elemento esencial de la educación eucarística y podrá, en muchísimos casos, condicionar la presencia dominical. Ella puede ser hecha en unión con María, como lo indica San Luis María Grignon de Montfort, en su tratado sobre la “verdadera devoción” a María.

Conclusión

1) Poco antes de darnos esta notable carta sobre la mediación sacrificial de Cristo, el Papa Pío XII había resumido magníficamente los frutos personales y sociales de la misa en su alocución del 20 de febrero de 1946:

“El presente para muchos no es más que la huida desordenada de un torrente, que precipita a los hombres como detritus en la noche oscura de un porvenir donde se van a perder con la corriente que los lleva.

Sólo la Iglesia puede reconducir al hombre desde esas tinieblas hacia la luz; sólo ella puede darle la conciencia de un pasado vigoroso, el dominio del presente, la seguridad frente al futuro...

¿No vemos todos los días sobre nuestros innumerables altares a Cristo, Víctima divina, cuyos brazos se extienden de un extremo del mundo al otro, envolver y abrazar simultáneamente en su pasado, en su presente y en su futuro a la sociedad humana entera?

En la Santa Misa, los hombres adquieren una mayor conciencia de su pasado de faltas, y al mismo tiempo, de los inmensos beneficios recibidos en el memorial del Gólgota, del más grande acontecimiento de la historia de la humanidad; reciben la fuerza querida para liberarse de la más profunda miseria del presente, la miseria de los pecados cotidianos, al punto que inclusive los más abandonados sienten el soplo de amor personal de Dios misericordioso; y sus miradas se dirigen hacia un futuro seguro, hacia la consumación del tiempo en la victoria del Señor, que está ahí sobre el altar, de ese Juez Supremo que pronunciará un día la última y definitiva sentencia...

En la Santa Misa, la Iglesia brinda, por consecuencia, su más grande contribución a la edificación de la sociedad humana.

2) Estamos alentados a organizar, por ejemplo en las capellanías, grupos de lectura de Mediator Dei.

3) Esta encíclica de Pío XII podría ser (junto con el libro del Cardenal Lustiger sobre la Misa) un bello obsequio a ofrecer a los adolescentes o con ocasión de la profesión de fe. Una edición anotada para jóvenes (con división paragráfica) la haría además más útil. Todos los que hacen con gusto estudios secundarios comprenderían fácilmente el sentido general del documento de Pío XII.

4) La ofrenda cotidiana del Apostolado de la Oración pone a la Misa en el centro de la vida cotidiana.