Al ser concebida María sin pecado original, también debería quedar inmune de los efectos de ese pecado en la naturaleza humana, como son:
La pérdida de la gracia, del derecho al cielo y de la inmortalidad.
La concupiscencia o mala inclinación al pecado en la carne, ignorancia en el entendimiento, fragilidad en la voluntad, enfermedades y muerte corporal.
Por consiguiente, sus facultades corporales sensitivas y espirituales conservaron la más admirable armonía, sin manifestación alguna de desorden ni concupiscencia; su entendimiento gozó de espléndida lucidez, su voluntad siempre sujeta a la recta razón y a la voluntad de Dios, y, en fin, su derecho a la inmortalidad y a la incorrupción corporal.
Sin embargo, María sufrió y murió, en virtud de la solidaridad con Cristo que también había de padecer y morir, no como efecto del pecado, sino como medio de expiación del mismo.