Miércoles 01 de Febrero de 2017

Jesús salió de allí y se dirigió a su pueblo, seguido de sus discípulos. Cuando llegó el sábado, comenzó a enseñar en la sinagoga, y la multitud que lo escuchaba estaba asombrada y decía: "¿De dónde saca todo esto? ¿Qué sabiduría es esa que le ha sido dada y esos grandes milagros que se realizan por sus manos? ¿No es acaso el carpintero, el hijo de María, hermano de Santiago, de José, de Judas y de Simón? ¿Y sus hermanas no viven aquí entre nosotros?". Y Jesús era para ellos un motivo de tropiezo. Por eso les dijo: "Un profeta es despreciado solamente en su pueblo, en su familia y en su casa". Y no pudo hacer allí ningún milagro, fuera de curar a unos pocos enfermos, imponiéndoles las manos. Y él se asombraba de su falta de fe. Jesús recorría las poblaciones de los alrededores, enseñando a la gente. 

Comentario:

Hoy Jesús regresa a su aldea, donde ha vivido de pequeño, donde quizá la gente lo quiere mucho. Sin embargo ocurre algo extraño. Dice por un lado que se sorprenden de sus obras, se admiran de sus milagros, les sorprende su sabiduría y enseñanzas. Pero por otro lado no le creen. Desconfiaban de Él dice las Escrituras y no pudo hacer muchos milagros.

Y ésa es la condición para que Jesús pueda hacer cosas grandes en nuestras vidas: que le creamos. No es tan fácil. Porque Dios no nos puede obligar, si le cerramos rotundamente el corazón, Dios no puede entrar a la fuerza. Porque a veces nos ocurre que no le creemos a Jesús. Hemos visto en muchas ocasiones las cosas grandes que Jesús ha hecho, hemos oído Su Palabra, la conocemos. Pero no le creemos mucho al Señor, ni lo que Él puede hacer en nuestras vidas. 

Hay gente que dice: si hubiera vivido en tiempos de Jesús y lo hubiera conocido físicamente, ahí hubiera sido más fácil creerle, así cualquiera. Pero el Evangelio de hoy nos muestra que no es tan cierto. Los habitantes de Nazaret, que conocían a Jesús desde pequeño, que sabían todo de Él se resistían a creer. No nos acostumbremos a las bondades de Dios y no pongamos excusas para justificar nuestra falta de confianza en el Señor y más bien, seamos más generosos dándole a Dios lo mejor de nuestras vidas.

P. Juan José Paniagua