En conversaciones frecuentes con sacerdotes, teólogos o seglares, suele ocurrir que se encuentra la opinión de que la Humanae Vitae es una doctrina que no va más allá del magisterio ordinario de un Papa y que, por tanto, podría cambiar con otro que viniese después. Y se lanzan sobre el tema una serie de opiniones y juicios que uno no ve cómo pueden encajar con la doctrina de la Iglesia. No se puede olvidar que sistemas de moral como el de la opción fundamental, el teleologismo o el proporcionalismo se gestaron en el seno de la Iglesia poco después de la encíclica, con el fin de justificar, entre otros puntos, la contracepción.
¿Magisterio definitivo?
A pesar de haber ocurrido hace ya 33 años, todavía recuerdo la impresión que me hizo una conferencia del padre de Lubac en Roma (1968), en el centro cultural de San Luis de los Franceses, poco después de la publicación de la encíclica. El teólogo francés, entonces con fama de progresista, había sido invitado probablemente para que formulara una opinión contraria a la encíclica. Pero aquel teólogo, conocedor como pocos de la Escritura y la Tradición, dejó atónito al auditorio al decir que el Papa no puede cambiar una Tradición de veinte siglos ni tiene poder para ello. En efecto, Pablo VI, amante de la cultura francesa y asiduo lector de la nueva tecnología, se quedó solo e incomprendido por su fidelidad a la Tradición.
Juan Pablo II ha vuelto a recalcar la doctrina de la Humanae Vitae en numerosas ocasiones, y la misma ha sido recogida en el nuevo Catecismo (nn. 2366-2372). Pero Juan Pablo II, conocedor e impulsor del Vaticano II, ha venido a decir también que "cuanto ha sido enseñado por la Iglesia sobre la contracepción no pertenece a la materia libremente disputada por los teólogos. Enseñar lo contrario equivale a inducir a error a la conciencia moral de los esposos" (5-6-1987). Y al mismo tiempo ha señalado que "dicha doctrina pertenece a la doctrina moral de la Iglesia, que ésta ha propuesto con ininterrumpida continuidad tratándose de una verdad que no puede ser discutida. Por ello ninguna circunstancia personal o social ha podido nunca, puede, ni podrá jamás, convertir un acto así (de contracepción) en un acto justo en sí mismo" (14-3-1988).
Ciertamente, la doctrina de una encíclica pertenece al magisterio ordinario, pero, si se hace de una forma continua y definitiva, resulta irreformable, aunque no sea infalible.
¿Qué antropología?
Frecuentemente se ha tachado a la Humanae Vitae de confundir persona con naturaleza, y de sustentar una antropología no personalista. Es cierto que tenemos que distinguir la persona (el yo que actúa) de la naturaleza; pero nunca puede existir una persona que no actúe en el marco de una naturaleza. Y en este sentido la Veritatis Splendor, que ha venido a recalcar la necesidad de una moral basada en la verdad objetiva, ha señalado bien cuando enseña que la moral nace y radica en la dignidad de la persona humana provista de alma y cuerpo. Y así ocurre que el alma humana es creada directamente por Dios en cada hombre (Catecismo, n. 366), de modo que ha venido a enseñar Juan Pablo II que "en el origen de toda persona humana hay un acto creador de Dios; ningún hombre viene a la existencia por azar; es siempre el término del amor creador de Dios. De esta fundamental verdad de fe y de razón resulta que la capacidad procreadora inscrita en la sexualidad humana (en su verdad profunda) es cooperación con la potencia creadora de Dios. Por ello la contracepción es tan profundamente ilícita que jamás puede justificarse por razón alguna" (17-9-1983). "La contracepción es, por tanto, un acto de rebelión contra Dios" (14-3-1988).
De nada vale apelar al axioma de que ha de ser la conciencia de cada uno la que decida sobre el asunto, pues como bien explica la Veritatis Splendor, la conciencia no es la fuente de la moral, sino un instrumento que Dios nos ha dado, para buscar la verdad. Una conciencia que no quisiera buscar la verdad objetiva sería una conciencia moralmente culpable. No olvidemos que también los terroristas pretenden basarse en su propia conciencia. Pretender que la contracepción sea un mal menor justificable es algo que, a juicio del Papa, no se puede admitir, dado que lo intrínsecamente malo no puede ser justificado por ningún fin.
Métodos naturales
La Iglesia, en cambio, sigue aceptando los métodos naturales como método de regulación de nacimientos dentro de una paternidad responsable. En contra de lo que se suele decir, la experiencia al respecto suele ser muy positiva. Métodos bien comprendidos como el Billings o el sintotérmico son, en cambio, desconocidos en la mayoría de los ambientes. Ellos permiten usar el matrimonio durante el periodo infértil, en el que no se da la oposición a la acción creadora de Dios. Naturalmente, sólo se pueden emplear dentro de una paternidad responsable y no por egoísmo. Habiendo razones para ello, están justificados. Habría que pensar por ello en una catequesis a fondo en este sentido, como se da, de hecho, en otros países.
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