Se dice que un hombre y una mujer son "novios" cuando mantienen una relación amorosa con vistas a casarse. Se llama "noviazgo" al período durante el cual ambas personas son novios o bien a su misma relación durante ese período.
Dado que el noviazgo está ordenado a un posible matrimonio (más o menos probable), para comprender qué es el noviazgo hay que comprender qué es el matrimonio. La doctrina católica sobre el matrimonio enseña que éste es una comunidad íntima de vida y de amor que tiene como fines naturales el bien integral de los cónyuges y la generación y educación de los hijos. Aquí no podemos desarrollar esa doctrina, que supondremos conocida. No obstante diremos que el Creador ha conferido una alta dignidad a la alianza matrimonial y que Jesucristo ha elevado dicha dignidad mucho más aún, al establecer al matrimonio como uno de los siete sacramentos de su Iglesia.
Considerando las características del matrimonio cristiano, es evidente que éste necesita una preparación previa. El noviazgo es precisamente esa preparación. Debe tener una duración adecuada, a fin de que los novios puedan conocerse mutuamente lo suficiente para decidir responsablemente si se casarán o no y para prepararse para la futura convivencia. Tanto un noviazgo demasiado corto como uno demasiado largo pueden dar lugar a graves problemas, por lo cual deberían evitarse.
Algunas parejas de novios rompen su noviazgo sin llegar a casarse, mientras que otras llegan al matrimonio. Usualmente en esta última clase de noviazgos podemos distinguir dos fases: Una primera fase en la cual los novios todavía no han decidido casarse y una segunda fase en la cual ellos ya han tomado esa decisión. Se dice entonces que están "comprometidos". Es importante que ambas fases tengan una duración adecuada.
El noviazgo debe ser una relación seria, no un simple juego amoroso. En un verdadero noviazgo existe de parte de ambos novios una apertura al matrimonio, al menos como posibilidad. Si esa posibilidad se excluye o ni siquiera se toma en cuenta, no hay noviazgo. Dos concubinos que han decidido no casarse nunca, no son novios. Tampoco son novios dos adolescentes que salen juntos sólo para divertirse y no tienen ninguna voluntad de explorar siquiera la posibilidad de construir una relación duradera.
Por esto, al igual que el matrimonio, también el noviazgo requiere una edad mínima, que varía según las circunstancias. En todo caso, no podemos sino deplorar la costumbre, que se va extendiendo, de permitir a los niños tener "novias" (y viceversa) o, peor aún, de incentivarlos a ello. Es obvio que se trata de un juego, pero es un juego que puede dar más adelante frutos amargos.
A diferencia del matrimonio, el noviazgo no es indisoluble; no obstante, existe una analogía y una relación entre la unidad del matrimonio y la unidad del noviazgo. En un momento dado un hombre no puede tener más de una novia, ni una mujer más de un novio. También el deber de fidelidad matrimonial se corresponde analógicamente (es decir, con semejanzas y desemejanzas) con el deber de fidelidad en el noviazgo.
En nuestros tiempos postmodernos -y de crisis del matrimonio y de la familia- se han oscurecido bastante estos simples conceptos. Nuestro mismo lenguaje refleja la confusión reinante. A menudo los jóvenes mantienen relaciones amorosas más o menos prolongadas sin saber siquiera si definirse y presentarse como novios (se habla a veces de "amigovios", palabra tan fea como confusa). Además con frecuencia un mismo joven mantiene simultáneamente varias relaciones ambiguas de este tipo.
Al decir esto no pretendemos negar que también el noviazgo (como el matrimonio) requiere de contactos y encuentros humanos previos. Estos contactos previos no necesariamente deben tener lugar con una sola persona y estar deliberadamente ordenados a un posible noviazgo. Pero la prolongación excesiva de esta fase de "prenoviazgo" y sus manifestaciones ambiguas, sin avances claros hacia un verdadero noviazgo, puede llegar a ser muy dañina.
El noviazgo es sólo una preparación para el matrimonio; no es todavía matrimonio. Ésta es la razón por la cual los novios no deben tener relaciones sexuales. Éstas son un signo corporal de una donación mutua total que todavía no ha tenido lugar y que quizás no existirá jamás. De ahí que ellas sean, en el mejor de los casos, un grave error o, en el peor, una horrible mentira. Además, la relación sexual está esencialmente abierta a la procreación, por lo cual implica una probabilidad (mayor o menor según los casos) de engendrar un hijo. Dado que los hijos tienen derecho a nacer en una familia bien constituida, las mal llamadas "relaciones sexuales prematrimoniales" implican siempre una grave falta de responsabilidad y de respeto hacia los posibles hijos.
En el centro del noviazgo y del matrimonio cristiano no se halla el placer ni la utilidad sino el amor, por lo cual los novios y los esposos cristianos deben procurar crecer siempre en la donación mutua, según la santa y sabia voluntad de Dios.
Daniel Iglesias Grèzes