Por Carlos Mayora Re
Puestos a poner etiquetas me parece que a nuestra civilización le vendría bien que la llamáramos, entre otras posibilidades, la "civilización del placer". Y el título se lo gana cuando observamos que para muchas personas el placer se ha convertido en el bien supremo y, por supuesto, el dolor y el esfuerzo son ahora los enemigos sociales número uno.
Gerardo Castillo, un pedagogo español cuyos libros tienen actualmente influencia considerable, explica cómo los seres humanos debemos aprender a manejar el placer y el dolor, pues precisamente por nuestra condición racional y por la educación de la voluntad somos capaces de no ser manejados por el placer. Lamentablemente cuando los adultos no estamos dispuestos a poner en ejercicio este privilegio de nuestra especie tampoco educamos a los niños y les deformamos: basta ver cómo muchos niños de hoy son incapaces de aguantar media hora con sed. Así, si viajan con sus padres les exigen que detengan el vehículo y sus padres -si son permisivos- ponen los medios para saciar la sed del chiquillo al menor plazo posible; de la misma manera que esos mismos padres no son capaces de soportar un dolor de cabeza sin quejarse o pasar una noche de insomnio sin buscar inmediatamente la pastilla correspondiente.
Es importante aclarar antes de continuar que el placer en sí mismo no es ni bueno ni malo, es decir, condenar una actividad humana sencillamente porque es placentera es no haber entendido nuestra condición peculiar de compuesto unitario de alma y cuerpo. Dicha confusión puede darse cuando las personas hablan de una "vida de placeres" como sinónimo de una vida inmoral. Por otra parte, ya Aristóteles hizo notar que el placer no es algo que el hombre debe buscar sino algo que le sobreviene: es una consecuencia, no un fin en sí mismo.
El placer sensible que satisface, al igual que la alegría más profunda, sólo se logran cuando no se buscan directamente, pues todos hemos tenido la experiencia de que así como el dolor temido es siempre mayor que el dolor real, el placer buscado con exclusividad es siempre menor que el placer gozado, quedando una deuda de sensaciones que se intenta saldar por otros medios. Ahora bien, ¿por qué la búsqueda sistemática e insensata del placer puede representar un problema? A lo largo de todos los tiempos lo habitual en los hombres era ocupar su tiempo en sus obligaciones (casi siempre trabajosas) y gozar del placer solamente de modo ocasional. Y es que en contraste con esa actitud, el filósofo Julián Marías escribe que actualmente se da en el hombre "la pretensión del placer cotidiano, incluso varias veces al día y aún de la simultaneidad de los placeres". Lo que provoca que cuando una persona no tiene placeres frecuentes y múltiples vea esa situación como una privación: alguien le está quitando algo que le pertenece por "derecho". Y de aquí es fácil dar el salto de considerar como injusto todo lo que desagrada o de considerar como derecho todo lo que agrada...
Así, la búsqueda del placer inmediato provoca un egoísmo crónico que se convierte en insolidaridad (o falta de caridad para hablar con un lenguaje más clásico), y por este camino se llega, casi siempre al delito. Por otra parte, la acumulación de placeres "empalaga" y crea aburrimiento, de dónde vemos la paradoja que hace de "la civilización del placer" una civilización de personas aburridas... El remedio, entonces, resulta peor que la enfermedad. El círculo vicioso que comienza con una vida vacía provoca un aburrimiento inicial que intenta contrarrestarse con una intensificación de la vida de placer, que por el hastío termina produciendo más aburrimiento y vaciando más aún de contenidos la vida de las personas.
La cosa se complica todavía más el placer se convierte en mercancía, pues esto provoca que el dinero se vaya volviendo poco a poco en el fin de la vida. A veces, los placeres sensibles se ven desplazados por el placer de consumir, sin importar al final si el placer es provocado por una comida, un bien material que se llega a poseer, o el reconocimiento social; lo importante es gozar, sin importar al fin de cuentas el costo, o la moralidad de los medios utilizados.
El cuadro pintado hasta aquí es un poco sombrío, sin embargo no quisiera dejar en los lectores una impresión de que lo ideal sería entonces vivir de acuerdo con una concepción estoica de la vida. Pretendo nada más cargar un poco las tintas con el fin de que todos juntos reflexionemos acerca de esta condición humana que nos lleva a una cierta miopía en la voluntad, que provoca en nosotros un defecto por el que somos incapaces de buscar los placeres a largo plazo (debido al esfuerzo que comportan), y nos quedamos en placeres inmediatos, efímeros y superficiales. Vale la pena esperar por los bienes más valiosos, vale la pena educar la voluntad para encontrar con su recto ejercicio la felicidad de obrar siempre de un modo más humano.