Por Jorge Mazzinghi,
especialista en derecho de familia
La tendencia a no asumir responsabilidades incide en la decisión de postergar o de eludir la celebración del matrimonio, que implica, de por sí, varios y significativos compromisos.
Ello ocurre aunque el matrimonio se haya aligerado, con la fácil disolución, la exclusión de la prole y otras desfiguraciones que lo apartan de su esencia.
La ley ha igualado absolutamente los derechos y deberes de los hijos nacidos dentro y fuera del matrimonio. Legalmente son enteramente iguales. Lamentablemente no lo son en los hechos.
Y no lo son porque la mayoría de los hijos nacidos fuera del matrimonio están destinados a crecer en lo que se ha dado en llamar "familias monoparentales", vale decir, un núcleo que reúne a la madre (en la inmensa mayoría de los casos) y uno o más hijos. Falta la figura paterna, indispensable para integrar la visión cabal del ser humano, que el niño se forma en sus años iniciales.
Las dudosas identidades sexuales, la tendencia a sucumbir frente a las tentaciones -droga, promiscuidad, alcohol- proliferan entre quienes han nacido y crecido sin padre.
Y la consecuencia de ello no es sólo individual sino que es asimismo negativa para la sociedad, porque los hijos crecidos en tales condiciones, suelen aportar una contribución decisiva a la difusión de la violencia y el delito.
No se trata, pues, de elaborar un estatuto para los concubinos, ni de buscar soluciones legales conformistas que, en definitiva, a nada conducen.
Devolver al matrimonio su respetabilidad, adecuándolo a la dignidad que le compete en el orden natural es un camino arduo y escarpado, pero el único que puede dar respuesta al lamentable fenómeno de los hijos sin padre. (c) Copyright 1998 Clarín Digital. All rights reserved