Cada relato, cada cuento que contamos a nuestros hijos, va por una parte llenando su mundo de fantasías que tanto necesita y tanto busca, y por otra ampliando y enriqueciendo su lenguaje. Un niño que escucha cuentos aprende a escuchar y sobre todo aprende a expresarse, a contar y a hilar la descripción de hechos o cosas con palabras.
EL MEJOR MOMENTO: Si contar cuentos a los pequeños siempre es bueno, cuando el niño comienza a leer en el colegio es fundamental. Pese a lo que pueda parecer, este es el momento en el que más debemos dejarnos convencer por los niños para acceder a sus insistentes peticiones de relatos.
No importa que el cuento sea leído o inventado, aunque de vez en cuando conviene que nos vean y aprendan a identificar aquel objeto como la puerta del país de los cuentos, el lugar de donde vienen todos esos personajes: hadas, brujas, castillos, gnomos, gigantes... Los niños que aprenden a leer en el colegio y se acostumbran a utilizar la lectura sólo como instrumento escolar de estudio no suelen llegar a ser ávidos lectores, y lo que es peor, muchas veces ni siquiera consiguen ser buenos estudiantes.
La lectura debe ser un placer para el niño, una auténtica diversión, un juego más. Para esto es preciso que existe un fuerte estímulo en el hogar, un estímulo que huye de toda presión que viene progresivamente según las etapas de maduración por las que atraviesa su mente infantil. La lectura, bien enfocada, se hace juego y aporta grandes dosis de fantasía y creatividad que satisfacen la superdemanda que el niño tiene de ellas. Al tiempo está aumentando su vocabulario y mejorando su capacidad de expresión.
¿DONDE HAY MÁS CUENTOS?. Desde el gusto por la lectura, a medida que el niño va creciendo, vamos hacia el interés por la lectura. Debe llegar el momento en que el niño busque activamente el hábito de la lectura, que se interese por lo que dice un libro, que se pregunte qué nuevas aventuras, personajes o situaciones podrá conocer si se introduce de lleno en las páginas de un libro determinado. Para que esto ocurra es preciso, fundamentalmente, que se den estas dos circunstancias: que exista una literatura apropiada para su edad y sus conocimientos, y que se viva en casa un ambiente favorable a la lectura. De ambas condiciones somos responsables los padres e incluso los hermanos mayores si es que los hay.
DAR EJEMPLO. La mejor manera de mostrar a nuestros hijos que leer es atractivo y divertido es que nos vean leer. Que se acostumbren, desde bien pequeños, a ve a los mayores leer apasionadamente un libro. No basta con la lectura de periódicos, revistas más o menos especializadas o dominicales, si no que es preciso que se produzca el contacto con el libre en sí.
Que nos oigan comentar con nuestro cónyuge, con los amigos, el nuevo libro que estamos leyendo, que nos vean prescindir del televisor para dedicarnos a leer con entusiasmo. No con leer siempre encerrados en un cuarto, no hacerlo solo cuanto los niños ya están dormidos, por el contrario, procuramos dejarnos ver ávidos de quedar enfrascados en la lectura. El ejemplo es el primer mandamiento de la educación de los hijos.
Por otra parte, las características y los temas de las lecturas que el niño va realizando no sólo enmarcan su progresiva adquisición de conocimientos sino que también condicionan su gusto por la lectura. Si el niño tropieza con temas densos, lenguajes incomprensibles, o historias inacabables, poco a poco irá perdiendo el gusto y el interés por someterse a semejante tortura. Por el contrario, si encuentra libros apropiados a su edad y a sus necesidades lúdicas, pronto tomará afición y acudirá a su cita con los libros por propia iniciativa.
Cada edad tiene sus particulares necesidades culturales pero en general - por lo menos hasta la adolescencia - el aspecto lúdico es el ingrediente de la lectura infantil.