Una tarde de otoño ya avanzado el hijo está por salir y la madre le dice: "Va a refrescar. Cuidado de no resfriarte. ponte un abrigo". El padre -delante del niño- interviene diciendo: "¡Déjalo que vaya como está! no hace tanto frío. Vas a hacer un débil de este chico". "¡Claro! -contesta la madre levantando la voz- como no eres tu quien lo cuida cuando se enferma". La escena continúa cada vez más violenta.
El niño observa y escucha. El padre amonesta severamente a su hijo. La madre -delante del niño- recrimina al padre diciéndole: "Eres muy exigente con el niño ¿no recuerdas lo que hacías a su edad?". El padre -casi gritando- le contesta "¡No te metas! yo sé lo que hago. ¿Qué se cree este niño? ¿Que va a hacer lo que quiera?". La madre no se queda atrás. El padre tampoco. El niño observa y escucha.
Un día domingo el padre y el hijo están por salir de paseo. La madre recomienda al primero que cuide que el niño coma. Van a un parque de diversiones y el padre accede a que el niño coma panchos con mostaza (Hot Dogs), etc., pero le advierte: "No se lo digas a mamá. Dile que comiste yogur. Si lo llega a saber nos come crudos". El niño observa y escucha.
"Ud. se queda en cama en penitencia hasta que yo regrese", le dice el padre a su hijo en castigo por alguna travesura. Luego se va al trabajo. Media hora después la madre se acerca a la cama del niño melosamente y le dice: "¡Pobrecito! Bueno -agrega con un gesto en el que trata de ser severa pero que no engaña al niño- Es la última vez que desobedeces a papá ¿De acuerdo?. Por hoy te vas a levantar pero antes que llegue te acuestas de nuevo". El niño observa y escucha. Harta de los desastres que el niño ha provocado, la madre le dice con tono amenazante: "¡Vas a ver cuando venga papá! Le voy a contar todo lo que hiciste. ¡Verás la paliza que te dará!". El padre regresa y su mujer cumple lo prometido. "Este niño estuvo insoportable. Hizo esto y estotro". El padre reacciona malhumorado: "¡Y acaso soy yo un ogro! ¡Por qué no lo has castigado tu misma!. Uno viene de su trabajo esperando encontrar tranquilidad y se encuentra con esto". La madre excitada replica: "¡Y todavía te quejas! Se ve que no tienes que soportarlo todo el día. Y además ¿Qué te crees que hago yo en casa? ¡Trabajo más que tu!". Las palabras van y vienen. Por último, el padre fuera de sí grita al niño y le da una paliza. El niño observa, escucha y llora.
Los padres socavan su autoridad
Las escenas que acabamos de leer ponen en evidencia un error que muchos padres cometen en la educación de sus hijos: socavan su autoridad al poner de manifiesto su falta de unión y entendimiento. Esos padres están derribando los pilares de la obediencia filial sin pensar en que mañana se les caerá en techo encima. Los padres que mutuamente han hecho añicos su autoridad no pueden pretender que sus hijos les obedezcan.
Hay que ponerse de acuerdo
El ejemplo de unidad conyugal facilita la obediencia de los hijos, en cambio, inclinan a la desobediencia los padres que con sus discusiones dan un ejemplo de discordia. En la mente del niño la familia es una unidad y los padres son una soca cosa -como idealmente debe ser-, actitudes opuestas sobre un problema lo desorientan. No puede haber disensiones entre los padres, y si las hay el niño tiene que ignorarlas. En ningún caso deben discutir en frente de los niños y mucho menos sobre problemas que atañen a su educación. La educación de los hijos debe ser encarada entes del matrimonio. Aquellos padres que no lo hicieron oportunamente deben hacerlo en la brevedad posible.
Si uno pierde la cabeza, que no la pierda el otro
Si uno de los cónyuges considera equivocada una medida tomada por el otro, no lo contradiga delante del niño, Si cree absolutamente necesario intervenir en ese momento que lo haga con serenidad y prudencia, y solamente para mitigar las consecuencias de lo que él considera un error. Las críticas, el cambio de ideas y por último concordar, armonizar y concertar una actitud educacional, vendrá después. Nada hay mas perjudicial para los que ejercen la autoridad que discutir frente a los niños. Si uno pierde la cabeza, que el otro la conserve. Así no dará a sus hijos el triste espectáculo de una discusión violenta ente los seres que más ama. Las consecuencias de un error educacional, salvo excepciones, nunca serán tan graves como la de una disputa conyugal delante de los hijos.
No hay que desautorizaral otro conyuge
En ningún caso los esposos deben desautorizarse modificando una orden dada por el otro, otorgando un pedido negado o levantando una penitencia impuesta. Además de perder autoridad crean mutuos resentimientos -gérmenes de futuras discusiones- e incitan a niño a adoptar una actitud "astuta" frente a sus padres y a oscilar como un péndulo hacia uno y hacia el otro como mejor lo convenga a sus deseos. Igualmente, los padres no deben recurrir a la amenaza de contárselo al otro, en una confesión de impotencia que les quita autoridad moral.
La unidad conyugal solo puede ser producto del amor
La obediencia de los hijos es el reflejo de la unidad conyugal, y ésta es producto del amor que reine entre los padres, de ese amor que fundamentalmente es comprensión, sinceridad, confianza, tolerancia, sacrificio, y búsqueda de una auténtica felicidad de los seres que ama. Cuando en el hogar se vive ese amor, difícilmente llegan a ser un problema los hijos adolescentes. La unión y la buena voluntad de los padres permiten al adolescente superar las dificultades que normalmente se le presentan. Cuando un joven viven en un ambiente en el que se ama y se siente amado y comprendido, tiende a aunar su voluntad con los seres que lo aman y a quienes ama.