Por Alfonso Aguiló
Para ser “señores”
Combatir contra uno mismo es la batalla más difícil y, junto a ello, vencerse es la victoria más importante. Al intelecto corresponde regir la conducta humana, y esto constituye una pelea diaria contra todo lo que en nuestra vida debe mejorar, o contra lo que nos aleja de los objetivos que nos hemos marcado.
¿Pero no es poco natural eso de marcarse objetivos contra uno mismo...? No creas. Ya hablamos de ello antes a propósito del carácter.
Sin excesiva formalidad, pero debemos conocernos un poco y tener claro cuáles son nuestros defectos dominantes para ir superándolos.
Debemos otorgar, en definitiva, a la inteligencia y a la voluntad ese señorío sobre todos los actos de nuestra vida. Repasemos unos cuantos detalles prácticos sobre señorío personal.
Señorío personal
Serenidad y equilibrio. Tiene múltiples manifestaciones en la vida diaria. Las personas serenas saben mantener la lucha en varios frentes sin azorarse, son capaces de tener dos cosas a la vez en la cabeza. No se vienen abajo cuando sufren un contratiempo.
Paciencia. Hay que aprender a esperar, a dar tiempo al tiempo. Como siempre, además, suelen ser precisamente los más impacientes y que más exigen a los demás quienes luego más transigen consigo mismos y con más facilidad justifican todo lo que hacen, incluso aquello que verían mal si lo hicieran otros.
Talante en la adversidad
Elegancia ante el fracaso o el triunfo. También es señorío saber hacer frente con elegancia al fracaso y al triunfo. No ser de esos que se les suben a la cabeza los primeros éxitos y se hunden luego al mínimo contratiempo. Si se viene abajo lo que estamos haciendo, hemos de ser capaces de volver a empezar sin nerviosismos o conservar la calma cuando todo va mal, y los demás pierden los papeles.
Quienes mantienen el aplomo y la entereza en circunstancias difíciles, tienen un especial atractivo humano, y los que no, dan pena. En cuanto algo no sale conforme a sus previsiones pierden su habitual buen talante y no hay quién les soporte.
Nobleza, lealtad, señorío ante el agravio. Ser leal, mantener la palabra dada, no recurrir al insulto ante una afrenta, son también manifestaciones de señorío y clase humana. Igual que aprender a defenderse del inicuo agresor sin entrar en su sucio juego de injurias y de mentira, aún en su ausencia. Hemos de tener horror a la murmuración, que produce unos efectos demoledores en cualquier ambiente.
Dominio de uno mismo
Acostumbrarse a hablar bien de los demás, en cambio, es una costumbre muy recomendable. Todavía recuerdo con emoción el funeral de aquel amigo, excelente profesional, fallecido en un accidente de tráfico. Al terminar, uno de sus compañeros me decía: “mira, le tenía una gran estima porque sabía hablar bien de la gente; llevaba 18 años trabajando a su lado y jamás le oí murmurar de nadie”.
Control de la imaginación. A lo mejor empezamos a leer una página y tenemos que volverla a leer porque no nos enteramos de lo que dice por falta de atención. Quizá, ante algo con lo que soñamos, mostramos una inquietud grande, que raya en la ansiedad. O somos distraídos y fantasiosos, con tendencia al desánimo. Todas esas señales pueden ser consecuencia de la falta de un suficiente control personal de la propia imaginación. Una difícil batalla contra esa potencia humana que a veces se convierte en un enemigo íntimo que hace daño.
A todo el mundo le llegan momentos más o menos largos de desánimo o de pesimismo, y cada uno de nosotros debemos saber que no somos excepción. En muchos casos esas crisis provienen de un excesivo darse vueltas alrededor de uno mismo con la imaginación, y desaparecerían con un poco de disciplina mental, sabiendo orientar —como un guardia de circulación— esos pensamientos inútiles que a veces tanto estorban. Ese sano dominio sobre la fantasía y de la memoria será una protección ante los peligros del pesimismo, la tristeza y la vanidad.
Un sano olvido
Rechazo de la envidia. A cuántos les viene la tristeza por las rendijas de la envidia, porque se alegran de los fracasos de los demás y en absoluto sufren con sus dolores o preocupaciones. No les sucedería si cortaran de raíz cualquier asomo de desazón o de celos por esta causa.
Borrar el resentimiento. Otro de los peligros de ese mundo interior enrarecido del que hablamos es que sirve de caldo de cultivo de agravios y rencores de todo tipo. Es un ambiente cerrado donde a veces sólo se mantiene el recuerdo de las afrentas y de los desplantes. Hemos de aprender a perdonar y a olvidar, que son llaves de entrada a esa preciada paz interior.
Ante un enfado hay que preguntarse: ¿vamos a mantener en la memoria estas palabras de hoy que nos separan? Si alguien tiene una queja contra mí, si yo tengo una queja contra alguien... ¡vamos a olvidarla o vamos a arreglarla! Parece a lo mejor difícil, pero muchas veces la paz está en el olvido y en el mutuo entendimiento.
Orden. Otro punto importante es el orden en la cabeza, ser dueños del propio tiempo y de la agenda, tener un claro orden de prioridades en lo que hemos de hacer, no empezar siempre por lo que más apetece, o reviste una urgencia momentánea sin pararse a pensar si eso es lo más importante. El mundo está lleno de hombres perezosos que no paran de trabajar y de moverse...
“Sin prisa pero sin pausa”
Oye, un momento, ¿cómo es posible eso?
Es la pereza activa: hacer cosas constantemente, pero no las que deberían hacerse. Hay estudiantes que cuando tenían que estar estudiando despliegan otras grandes actividades, de por sí buenas, pero inoportunas; padres de familia que no paran de ir de un lado a otro cuando deberían estar con su mujer y sus hijos; trabajadores maniáticos que se entretienen en detalles inútiles dejando escapar lo principal de su tarea. Es la común tentación de hacer lo urgente antes que lo importante, lo fácil antes que lo difícil, lo que se termina pronto antes que lo que requiere un esfuerzo continuo.
Con un poco de orden se puede sacar tiempo para todo: el padre de familia para los suyos; el profesor, para mejorar su preparación; el trabajador empedernido, para su descanso y diversión; y todos, para su trato con Dios y para cultivar el espíritu. Es evidente que no se puede llegar a hacer en la vida todo lo que uno quisiera porque no hay tiempo. El problema es por dónde se recorta, y esa decisión no la debe tomar el capricho.
Escuchar la corrección. Otra gran cualidad del hombre sensato es saber escuchar la corrección del amigo leal. No ser de esos que sólo admiten adulaciones, que no se les puede decir nada. Que si, a solas y con caridad, un buen amigo les advierte de algún detalle que afea su conducta, jamás lo admiten o lo toman a mal. Son personas que parece que todo lo tuvieran que hacer bien por definición. Nunca reconocen su error, no se aplican aquello de que “de sabios es rectificar” y, en el fondo, son muy ignorantes por culpa de su cerrazón ante toda idea que no sale de su propia cabeza.
Por el contrario, debemos guardar un especial afecto y estima a las personas que alguna vez han tenido el valor necesario para advertirnos de algo que en nosotros no iba bien, y agradecérselo.