La amabilidad, la corrección, la elegancia en el trato con los hijos, se podría decir que son los principios básicos para su educación. No se educa a base de prohibiciones, de gritos, de castigos ... Esto puede ir produciendo en los hijos reacciones muy variadas, rebeldes o de aparente aceptación, pero que irán creando individuos resentidos. No es el modo de ayudar al mejor desarrollo de los hijos.
Es más eficaz el trato cariñoso, el interés verdadero, que supone desinteresarnos de nosotros mismos, el sacrificio de cada momento hecho con alegría y el amor con entrega que supone siempre un ambiente mucho más agradable que los gritos y es además, de efectos más seguros. En el trato diario con nuestros hijos, cuando estemos de buen humor o cuando tengamos algún disgusto, cuando estemos descansados o si sentimos fatiga, en momentos de optimismo o de pesimismo, es decir SIEMPRE, debemos procurar la mayor corrección, la mayor delicadeza, pensando que "siempre tienen aroma las manos que arrojan rosas".
Todo esto no supone pérdida de autoridad, los padres hemos de marcar caminos, señalar pautas para que discurran por ellos nuestros hijos, sin menospreciarlos nunca, sino acogiéndolos con todo nuestro cariño.
Cuentan una anécdota sobre un diálogo de un señor mayor y un niño de 8 años:
-¿Qué te gustaría ser Luis?
- Contesta el chico: Mayor.
- Y ¡por qué? - Para poder mandar y tener siempre la razón.
- ¿Tú crees que los mayores nunca se equivocan?
- Se equivocan muchas veces, pero siempre tienen razón.
Cuántas veces también nuestros hijos pueden llegar a pensar que la razón está en la fuerza y no en la verdad.
Otro aspecto fundamental en las relaciones personales entre padres e hijos es la confianza. Confianza y sinceridad son esenciales si queremos que las relaciones con los hijos sean constructivas y sirvan para ayudarles a desarrollar su personalidad. Fundamentalmente hay que cuidar el diálogo, el cual lleva consigo contraste de pareceres, aprender a preguntar, a escuchar, a conducir sin imponer, marcar caminos apropiados. Habrá que tener en cuenta que amor no significa "blandenguería", porque si es auténtico quiere lo mejor para el ser amado y esto lleva consigo esfuerzo, sacrificios y, muchas veces, caminos pedregosos. Ese esfuerzo por cuidar nuestras relaciones personales con nuestros hijos irá dirigido a conseguir que ellos sean fuertes, recios, constantes y sobre todo, felices.
Tomado de IPP Nro. 46/99
(Centro de Educación Familiar, Santa Fe, Argentina)