Hemos pasado de la educación autoritaria y casi militar a otra de signo diametralmente opuesto, absolutamente permisiva, que deja al educando a su libre albedrío, quien califica de traumatizantes y obsoletas palabras como obediencia y disciplina, cuando son precisamente estas actitudes las que «preparan para la libertad de la personalidad», como dice F.W. Foerster.
Sin obediencia, sin disciplina y sin autoridad, no habrá jamás verdadera educación. ¿Por qué? Porque, por la obediencia, el niño tiene la seguridad de realizar las buenas acciones que le inculcan sus padres y educadores, cuando todavía no ha logrado descubrir por sí mismo lo que es bueno, lo que le conviene. Por la disciplina aprende a formar buenos hábitos y actitudes, valores sólidos que le proporcionarán confianza en sí mismo y le convertirán en joven esforzado, responsable y dueño de sí, haciendo suya la frase de W.E. Henley: «Yo soy el dueño de mi destino, soy el capitán de mi alma.»
Por la autoridad, fundada en razones y en la coherencia entre lo que hace y lo que dice quien la ejerce, el niño se siente confiado, fuerte y seguro, al disponer de un punto de referencia válido y fiable para guiar sus propias acciones hacia el bien y aprender a valerse por sí mismo.
El lector ya conoce diversas maneras eficaces de aplicar y de inculcar a sus hijos la disciplina desde la ciencia psicológica, como enseñanza, como conjunto de estrategias capaces de despertar, alentar y motivar acciones y conductas positivas.
Queda claro, por tanto, que la disciplina no debe entenderse en ningún caso como una forma de castigar o de recuperar el control del educando, sino como la oportunidad de aprendizaje, tanto para los padres como para los hijos, ya que la disciplina no se aplica para que el padre o educador ejerza un control, sino para que sea el hijo, el educando, quien se autocontrole (autodisciplina).
El fin que persigue la disciplina es hacer personas responsables, capaces de superar las dificultades, de ser tenaces y persistentes hasta el final, y aprender a sacar consecuencias naturales y lógicas por sí mismas. Pero para lograr todo esto, los padres debemos permitir que nuestros hijos experimenten el resultado de sus acciones y saquen sus propias consecuencias.
Veamos un sencillo ejemplo. Su hijo es descuidado y olvidadizo; por eso siempre se deja el bocadillo olvidado cuando va al colegio. Si usted le recuerda cada día que no olvide el bocadillo y hasta se ocupa de metérselo en la cartera, contribuye a que se convierta en una persona olvidadiza e irresponsable.
Deje que su hijo experimente la sensación de hambre durante el recreo y vea con ojos de deseo cómo sus compañeros devorar sabrosos bocatas, mientras él pasa un poco de hambre. Estas consecuencias negativas del hambre le enseñarán a cuidarse de sí mismo, a responsabilizarse. No hay disciplina mientras no hay autocontrol y dominio de sí.
Nos queda, para terminar este tema, hablar de disciplina como acción coordinada y responsable y verdadero fundamento de la riqueza material y espiritual, de la cultura, de la autoestima, de la felicidad, de la realización personal y de la sabiduría.
¿La disciplina tiene que ver con la sabiduría? ¡Totalmente! Todos los sabios coinciden en los dos puntos básicos de disciplina mental:
a) La reflexión personal o aprendizaje de la propia experiencia, de lo que va enseñando la vida.
b) Aprender de los demás, aprovechar lo descubierto por otros y encontrar relaciones y nuevas conexiones.
La persona disciplinada, entrenada para la eficacia, revisa y reflexiona sobre su pasado, recoge la experiencia acumulada por otros durante siglos y la invierte en el futuro, Aprender de los demás, estudiar su vida y sus obras, es otra fuente de sabiduría. El sabio lee, escucha, observa y no cesa de saciar su curiosidad tratando de encontrar nuevos caminos.
La disciplina es la llave maestra, la base sobre la que se asienta la eficacia. La falta de disciplina, por el contrario, la falta de método, de rigor, de tesón y de persistencia en el esfuerzo, conducen inevitablemente al fracaso, a la decepción, al descontento de sí mismo.
¿Y si, a pesar de todo, llegara el fracaso? La persona disciplinada siempre lo sabría aprovechar como valiosa fuente de información para asegurarse el éxito en nuevos intentos. Como bien dice Feather, «al parecer, el éxito es una cuestión de perseverar cuando los demás ya han renunciado».
A continuación enumero aquello que precisamos para conseguir esa buena disciplina como camino obligado para la autorrealización y la felicidad del hombre.
1. Encuentre un verdadero motivo, algo realmente importante, por lo que merezca la pena luchar y póngalo por escrito, defínalo con toda claridad. ¿De verdad es eso lo que más le interesa conseguir en esta vida? Pues, ¡adelante!
2. Determine con exactitud qué cosas le apartan de ese objetivo. Haga una lista de todas ellas y establezca una estrategia adecuada para ir eliminando todos los obstáculos, uno por uno.
3. Determine con la misma exactitud cuáles son las nuevas acciones positivas que ha de realizar para alcanzar su objetivo. Establezca prioridades y trate de calibrar el esfuerzo que será necesario para acometer cada nueva acción.
4. Haga una previsión de posibles contratiempos, dificultades y tentaciones de abandono, cuando los buenos propósitos tengan que pasar por pruebas difíciles, y especifique ya las estrategias especiales que tendrá que emplear para mantener la disciplina.
5. Visualice el éxito, aquello que desea obtener, y deséelo con todas sus fuerzas, véalo ya en sus manos. Que la fuerza de su pensamiento sea contundente, arrolladora, incansable.
Por: Bernabé Tierno