En aquel tiempo, Jesús dijo a sus discípulos: “Mirad que yo os envío como ovejas en medio de lobos. Sed, pues, prudentes como las serpientes, y sencillos como las palomas. Guardaos de los hombres, porque os entregarán a los tribunales y os azotarán en sus sinagogas; y por mi causa seréis llevados ante gobernadores y reyes, para que deis testimonio ante ellos y ante los gentiles. Más cuando os entreguen, no os preocupéis de cómo o qué vais a hablar. Lo que tengáis que hablar se os comunicará en aquel momento. Porque no seréis vosotros los que hablaréis, sino el Espíritu de vuestro Padre el que hablará en vosotros. Entregará a la muerte hermano a hermano y padre a hijo; se levantarán hijos contra padres y los matarán. Y seréis odiados de todos por causa de mi nombre; pero el que persevere hasta el fin, ése se salvará. Cuando os persigan en una ciudad huid a otra, y si también en ésta os persiguen, marchaos a otra. Yo os aseguro: no acabaréis de recorrer las ciudades de Israel antes que venga el Hijo del hombre”.
Comentario:
Los equipos de fútbol, antes de un partido importante reciben una arenga, una motivación, para jugar con entusiasmo. Los ejércitos, antes de partir a la guerra reciben unas palabras motivadoras. Y cuando alguien se lanza a una misión importante, también necesita ser alentado. En el Evangelio de hoy Jesús envía a sus apóstoles, pero pareciera que no los motiva mucho, alguno podría pensar que los quiere desanimar. Escuchemos lo que dice: van a ser perseguidos, los van a odiar por mi nombre, azotar, los van a rechazar. Bajo esos términos, ¿quién se anima a seguir a Jesús? ¿Quién quisiera estar con Él en la misma misión? Pero obviamente Jesús no los quiere desalentar. Quiere más bien prepararlos para los momentos difíciles, que vendrán de todas maneras.
Los momentos difíciles son parte de nuestra condición humana, y no son una maldición, más bien son oportunidades privilegiadas para sacar lo mejor de nosotros mismos. Y el Señor nos va a enseñar hoy que la actitud para enfrentar el mal es la bondad, la misericordia, la mansedumbre. Aquello que el mundo considera una debilidad, es fuerza para Dios. Vencer el mal con el bien es la consigna divina. Ser mansos como palomas, es decir, vencer el mal, pero no con violencia, sino con misericordia. Porque si dejamos de ser ovejas y nos convertimos en lobos, perdemos. Pero al mismo tiempo ser también astutos, no creer que todo se va a solucionar si no ponemos de nuestra parte.
Por tanto, dificultades vamos a tener siempre, sin embargo, hay una gran diferencia en afrontar las dificultades con Cristo, que afrontarlas sin Él. Cuando afrontamos los momentos difíciles con Dios, tenemos esperanza, tenemos la fuerza para seguir adelante. Somos ovejas en medio de lobos, pero ovejas que no están solas, están con su Buen Pastor, que da la vida por ellas.
P. Juan José Paniagua