En aquel tiempo, Jesús dijo a sus Apóstoles: “Id proclamando que el Reino de los Cielos está cerca. Curad enfermos, resucitad muertos, purificad leprosos, expulsad demonios. Gratis lo recibisteis; dadlo gratis. No os procuréis oro, ni plata, ni calderilla en vuestras fajas; ni alforja para el camino, ni dos túnicas, ni sandalias, ni bastón; porque el obrero merece su sustento. En la ciudad o pueblo en que entréis, informaos de quién hay en él digno, y quedaos allí hasta que salgáis. Al entrar en la casa, saludadla. Si la casa es digna, llegue a ella vuestra paz; mas si no es digna, vuestra paz se vuelva a vosotros. Y si no se os recibe ni se escuchan vuestras palabras, salid de la casa o de la ciudad aquella sacudiendo el polvo de vuestros pies. Yo os aseguro: el día del Juicio habrá menos rigor para la tierra de Sodoma y Gomorra que para aquella ciudad”.
Comentario:
Hoy nadie habla de dar cosas gratis, todo te lo tienes que ganar: "nada es gratis en esta vida", probablemente es una frase que tantas veces hemos escuchado. Sin embargo, esa no es la visión de Dios. Por el contrario, Él ha querido darlo todo gratis, por amor, sin condiciones. Por eso hoy, el Señor, al enviar a sus discípulos a predicar, les va a decir: "Gratis lo recibieron, denlo también gratuitamente". Para ser verdaderos discípulos y apóstoles, tenemos que aprender de la dinámica de la gratuidad. Sí sólo le damos al otro lo que se merece, qué pequeña y mezquina sería nuestra vida. ¿Acaso lo que nos hace grandes no es cuando damos al otro más de lo que se merece? Por ejemplo, cuando alguien nos ha tratado mal y aunque no se lo merece, igual lo perdonamos. O cuando somos generosos con alguien que no lo ha sido con nosotros. O cuando ayudamos al que nos necesita, pero sabemos que no nos lo va a poder pagar de vuelta. ¿Eso no nos hace realmente grandes como personas? ¿El mismo amor, no es acaso algo inmerecido?
Por eso el Papa Benedicto hablaba de la "sorprendente experiencia del don", de donarse. Qué libres, qué felices somos cuando nos donamos. Cuando no estamos calculando para dar sólo en la medida en que el otro nos ha dado. Cuánta felicidad y libertad hay en ser generosos, en dar más de lo que hemos recibido. La justicia nace de la conciencia del deber, de dar en equivalencia a lo que he recibido. La gratuidad nace del deseo de amar como Dios me ha amado a mí. Ahí está la gran diferencia. Y felizmente es así, porque si Dios nos pagara según lo que mereciéramos, creo que estaríamos en graves problemas. Demos gratuitamente y acojamos generosamente la llamada del Señor a ser sus apóstoles en todo el mundo.
P. Juan José Paniagua