En aquel tiempo, Jesús les estaba hablando, cuando se acercó un magistrado y se postró ante Él diciendo: “Mi hija acaba de morir, pero ven, impón tu mano sobre ella y vivirá”. Jesús se levantó y le siguió junto con sus discípulos. En esto, una mujer que padecía flujo de sangre desde hacía doce años se acercó por detrás y tocó la orla de su manto. Pues se decía para sí: “Con sólo tocar su manto, me salvaré”. Jesús se volvió, y al verla le dijo: “¡íÁnimo!, hija, tu fe te ha salvado”. Y se salvó la mujer desde aquel momento. Al llegar Jesús a casa del magistrado y ver a los flautistas y la gente alborotando, decía: “¡Retiraos! La muchacha no ha muerto; está dormida”. Y se burlaban de Él. Mas, echada fuera la gente, entró Él, la tomó de la mano, y la muchacha se levantó. Y la noticia del suceso se divulgó por toda aquella comarca.
Comentario:
Esta mujer hacía años padecía flujos de sangre, creía que simplemente tocando a Jesús se iba a curar. ¡Y estaba en lo cierto! El contacto con Jesús es lo que nos cura. Cuántas veces nos ocurre que queremos arreglar los problemas y dificultades solos, y nos topamos con la experiencia de esta mujer, que llevaba padeciendo muchos años, buscando en muchos lugares, derrochando sus bienes, pero sin encontrar el remedio que necesitaba. ¡Cuando sólo necesitaba acercarse a Jesús y tocarlo! Cuánto necesitamos del Señor, entrar en contacto con Él, buscarlo, pedirle. Ella tuvo la valentía, el valor, la audacia de tocar a Jesús. Eso es lo que nos falta, aprender a abrirnos pasos entre las dificultades, entre nuestras muchas actividades, darnos el tiempo necesario y poder entrar en contacto con el Señor, aprender a pedirle, para que nos de esa fuerza sanadora que brota de Él.
Y luego viene el segundo milagro, que brota también de la audacia de un hombre, el padre de la niña. Pero ahora ya no es sólo el necesitado que busca a Jesús, ahora es Jesús quien va al encuentro del necesitado y será Él quien tocará a la niña y le devolverá la vida. Como decía el Papa Francisco, no tengamos miedo de dejarnos tocar por la ternura de Dios, por su compasión. A veces pensamos que nosotros tenemos el deber de solucionarlo todo, pero no es así. Hay cosas que sólo Dios puede hacer, y tenemos que ponernos en sus manos y confiar en Él y dejarlo actuar.
P. Juan José Paniagua