Miércoles 10 de Mayo de 2017

En aquel tiempo, Jesús gritó y dijo: “El que cree en mí­, no cree en mí­, sino en aquel que me ha enviado; y el que me ve a mí­, ve a aquel que me ha enviado. Yo, la luz, he venido al mundo para que todo el que crea en mí­ no siga en las tinieblas. Si alguno oye mis palabras y no las guarda, yo no le juzgo, porque no he venido para juzgar al mundo, sino para salvar al mundo. El que me rechaza y no recibe mis palabras, ya tiene quien le juzgue: la Palabra que yo he hablado, ésa le juzgará el último dí­a; porque yo no he hablado por mi cuenta, sino que el Padre que me ha enviado me ha mandado lo que tengo que decir y hablar, y yo sé que su mandato es vida eterna. Por eso, lo que yo hablo lo hablo como el Padre me lo ha dicho a mí­“.

Comentario:

Hoy nos dice el Señor: “El que cree en mí­, no cree en mí­, sino en aquel que me ha enviado”. El mismo Jesús también ha sido enviado, es el enviado por el Padre. Y es que esa es la condición del cristiano: somos enviados. Nuestra vida es una misión constante. Porque Dios no nos ha llamado a la vida para que quedemos mirándonos a nosotros mismos, contemplando el propio ombligo. La vida cristiana tiene sentido cuando somos generosos, cuando salimos de nosotros mismos, cuando la vivimos en clave de misión, de salir al encuentro y al servicio de los demás. Esa es la dinámica de la fe que hemos recibido, compartirla con los demás.

Porque la fe que no se comparte y uno se la guarda sólo para sí­ mismo, la termina perdiendo. Pero la fe que se comparte, que se anuncia, no se pierde, sino que más bien crece. Por eso el Señor nos invita hoy a ser luz. Y somos luz no por nuestras obras maravillosas, o por nuestras ideas geniales. Sino porque somos enviados por Dios, porque no nos anunciamos a nosotros mismos, sino al Señor. Porque no brillamos con luz propia, sino con la luz de Cristo que nos ha enviado. Ahí­ somos verdaderamente luz, cuando somos capaces de reflejar al Señor Jesús.

P. Juan José Paniagua