Se celebró por entonces en Jerusalén la fiesta de la Dedicación. Era invierno. Jesús se paseaba por el Templo, en el pórtico de Salomón. Le rodearon los judíos, y le decían: “¿Hasta cuándo vas a tenernos en vilo? Si tú eres el Cristo, dínoslo abiertamente”. Jesús les respondió: “Ya os lo he dicho, pero no me creéis. Las obras que hago en nombre de mi Padre son las que dan testimonio de mí; pero vosotros no creéis porque no sois de mis ovejas. Mis ovejas escuchan mi voz; yo las conozco y ellas me siguen. Yo les doy vida eterna y no perecerán jamás, y nadie las arrebatará de mi mano. El Padre, que me las ha dado, es más grande que todos, y nadie puede arrebatar nada de la mano del Padre. Yo y el Padre somos uno”.
Comentario:
“¿Hasta cuándo vas a tenernos en vilo? Si tú eres el Cristo, dínoslo abiertamente”. Es el reclamo que la hacen hoy a Jesús, un reclamo que sale del fondo del alma: ¡ya queremos saberlo, no tardes más! Por siglos han estado esperando al Mesías, era la esperanza que aguardaba Israel. Lo triste era que si bien anhelaban auténticamente la salvación, no estaban dispuestos a acogerla, porque querían un salvador a su manera. Es como decir: “Respóndeme, pero dime lo que yo quiero escuchar”.
Quizá nos podemos ver reflejados en ellos. ¿No es la salvación lo que más anhelamos en la vida? ¿Estar con Dios para siempre no es lo que más queremos? Pero a veces qué tercos, qué poco dóciles somos. Cuánto nos cuesta confiar en nuestro Buen Pastor, ser dóciles y queremos las cosas a nuestra manera. Hoy el Señor nos anima a no desfallecer. En Dios podemos confiar. Él nos ha hecho una promesa. Cada vez que escuchamos una promesa de Jesús en el Evangelio podemos estar en paz, podemos alegrarnos, porque Dios cumple siempre lo que promete y no nos va a dejar con las manos vacías. En sus promesas está nuestra esperanza. Si oímos su voz y lo seguimos, Él nos dará la vida eterna y nadie nos arrebatará de su mano. El que oye Su voz y lo sigue camina por terreno firme. No nos ha prometido que no vamos a tener problemas, pero sí nos ha dicho que nadie nos arrebatará de Su mano. Podremos atravesar las tormentas junto a Jesús y podemos seguir adelante, con esperanza.
Pidámosle al Señor que nos ayude a ser menos rebeldes, menos tercos, a ser verdaderas ovejas de su rebaño. Que nunca dejemos de oír Su voz. A veces podrá ocurrir que no entendamos bien Sus palabras, que nos cueste comprender Sus planes. Eso sí. Pero nunca dejemos de oírlo, de buscarlo, de estar a Su lado.
P. Juan José Paniagua